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El Nacional somos todos

Mi relación con ese diario comienza en los años cuarenta del siglo pasado: antes de irme a mis clases de primer grado y posteriores, debía ir hasta el puesto de periódicos a buscar los ejemplares de El Nacional y La Religión que diariamente se leían en casa.  Y cuidado si antes: en unos tiempos en los que no abundaban los jardines de infancia en Venezuela, se puede decir que muchos aprendimos a leer antes de llegar a la escuela para poder disfrutar de las comiquitas que los diarios traían insertas en las ediciones de los jueves y domingos.  La rutina de buscar los periódicos —y leer los titulares cuando iba de regreso a casa— solo terminó cuando decidí vestir uniforme y tuve que separarme de la familia.  Pero persistió la conexión con el diario, al leerlo la mayoría de los días entre los periódicos que llegaban a los casinos de la escuela, primero, y de los cuarteles, después.  Y se afirmó aún más cuando, a pedido de Franklin E. White —editor de El Nacional y natural de Tinaquillo, a pesar del nombre agringado— comencé a colaborar con ese diario el 4 de agosto de 1987.  Me dijo que había leído algunas de las cosas que yo escribía para El Carabobeño y que quería que yo, por estar todavía activo en las Fuerzas Armadas escribiera un artículo de ¡media página!, en honor a la Guardia Nacional que, en ese día cumplía sus primeros cincuenta años de vida útil para Venezuela.  Después de 2003 no es mucho lo que lo haya hecho para ayudar en el avance del país y sí mucho, por el contrario, para su deterioro, debo reconocer.  Retomo después de esta corta digresión obligada.  Hice el artículo encargado Que muchos me lo celebraron) y continué colaborando en su página 4 cada dos semanas por varios años más, hasta que decidí cesar porque ya residía en Valencia y me era complicado hacer llegar mis escritos hasta la esquina de Puerto Escondido.  Eran tiempos en que todavía se redactaba en máquina de escribir y, no existiendo Internet, había que mandar físicamente, con alguien las cuartillas.  Todavía, diariamente, recibo y disfruto de las noticias y los artículos que llegan en su newsletter electrónica.

O sea, que tengo motivos de sobra para romper una lanza por ese diario en un momento en que su incolumidad y cotidianidad corren el peligro de ser interrumpidas por el inmenso afán del régimen y sus cómplices de mantener el monopolio noticioso, en persistir en sus intentos de dibujarnos diariamente un país de fantasía, muy alejado de la horrible inopia que nos abruma, de brutal existencia que debemos sufrir por la inseguridad, hambre, enfermedad y incuria debidos a la torpeza y el latrocinio oficiales.  No pueden aceptar que exista un medio que les lleve la contraria, que presente en sus páginas las noticias que muy pocos otros medios nacionales se atreven a reproducir y los artículos de opinión con los que su muy reconocida plantilla de colaboradores contribuye.  No ha variado nada el empeño que se inauguró al mero inicio de la robolución, cuando el pitecantropus sabanetensis explicó que iba a buscar la hegemonía comunicacional.

En la patraña actual —ya que no pudieron comprar a El Nacional con fondos públicos, ni subyugarlo mediante amenazas y excesos— ahora, con la complicidad de magistrados rojos-rojitos del Tribunal de la Suprema Injusticia, reintentan la apropiación encubierta del diario por medio de la avilantez del enano siniestro del mazo de hacer creer que él puede sufrir “daños morales” y por eso lo demanda.

El Nacional solo trascribió una noticia que ya había sacado el madrileño ABC y que después reprodujo The Wall Street Journal.  Para colmo, la reseña solo informaba lo que había declarado un antiguo espaldero de “ojitos lindos” y que, según aquel, le constaba.  No se le agregó ni una coma a lo que ya había aparecido en negro sobre blanco en España y los Estados Unidos.  E Internet, claro.  Y, lo que es más, después se le ofreció públicamente a Diosdi, varias veces, el derecho de réplica que prevé la norma venezolana.  Nunca lo aceptó.  Porque la idea era de ponerse en unos reales, ¡cómo si les hicieran falta!, o ponerle la mano al periódico.  Para eso, empleó las rutas de los derechos civil y penal.  Y, presumiblemente, se aseguró de que los argumentos de los demandados fueran desoídos o rechazados.  Parece que, para eso, el PUS tiene bastantes jueces y magistrados en la nómina…

Tan descarada es la sentencia actual que indexa a petros —un artilugio que el régimen quiere inútilmente convertir en moneda de curso legal— lo que debió ser en bolívares, que es lo que manda la “mejor Constitución del mundo”.  Y en la indexación no pudieron emplear los informes del BCV porque este, en una muestra de vergüenza poco común en los entes oficiales, no los publica desde hace años.  La malhadada decisión es de una peligrosidad muy alta para el resto de los venezolanos porque ese exabrupto jurídico, con el Poder Judicial actual, pudiera ser entendido como jurisprudencia o, peor, doctrina, y pudiese ser aplicada a cuanto deudor haya en el país.

Ya por lo anterior, todos los venezolanos debemos apoyar a El Nacional y denunciar la maniobra.  Pero hay más razones.  De mucho más peso, moral en este caso.  El Nacional es un medio de comunicación que ha mantenido una continuada y muy reconocida trayectoria dentro y fuera de Venezuela durante los ochenta y tres años de su existencia.  En muy pocos de ellos, ha coincidido con razonamientos oficialistas.  En casi todo su recorrido, se ha caracterizado por llevarle la contraria a las líneas que tratan de imponer desde arriba, sean gobiernos de verdad o regímenes como el actual.  Siempre apoyando a la ciudadanía, diciendo verdades por encima de todo.  Alegrándose y celebrando con el pueblo por los acontecimientos laudables, meritorios.  Pero, también, denunciando los hechos improcedentes, ilegales, perjudiciales, ilegales o corruptos.

Por eso es que ¡El Nacional somos todos!

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