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El obsceno cinismo (del socialismo del siglo XXI)

No solamente el cinismo se ha concebido como la exacerbación de lo impúdico con la intención de actuar sin menoscabo de lo que la dignidad, en consonancia con la moralidad, puede instar como comportamiento o actitud de vida. Por eso, bajo esa acepción, el cinismo está emparentado con la ironía desde el mismo momento en que recurre al engaño para lograr groseras maquinaciones.

Pero también del cinismo, cabe agregarse lo que representó como corriente filosófica cuyo más excelso conductor fue el griego Diógenes de Sinope. Igualmente conocido como Diógenes, el Cínico. Aunque el cinismo que desarrolló esa escuela, no devino en lo que la dinámica social y cultural convirtió luego en actitudes sarcásticas que apuntaban a exhibir la desvergüenza como conducta. De ahí que el reconocido poeta y dramaturgo Oscar Wilde, infiriendo de este cinismo una alusión al desparpajo, llegó a expresar que “un cínico es un hombre que conociendo el precio de todo, no da valor a nada”. Ya Friedrich Nietzsche, en su obra: Más allá del Bien y del Mal, había señalado que “el cinismo es la única forma bajo la cual las almas bajas rozan lo que se llama sinceridad”.

Distinto de lo que la tradición filosófica expuesta por Diógenes de Sinope, cuando exaltaba al cinismo como aquella virtud del ser humano la cual le concedía la voluntad para libarse de los lujos innecesarios y así purificar su espiritualidad ante la frivolidad, del cinismo también puede decirse que bajo su égida reside el ejercicio de la política (ramplona). Pues su praxis rebasa las fronteras de la hipocresía, apostando a asumir una actitud de expresa complicidad con antivalores de toda índole lo cual hace que el cinismo sea acentuadamente perverso y malintencionado.

No cabe la menor duda que la revolución bolivariana, actuando en nombre del “socialismo del siglo XXI”, se maneja con un guión cuyos criterios conducen y animan ese tipo de conducta. Sobre todo, al momento de verse hurgada por la inmediatez, los recursos escasos y al afán de enquistarse en el poder. Todo ello, a sabiendas que su espacio se ha acortado a consecuencia de la torpeza y deshonestidad de quienes se han prestado para actuar como gobernantes de un régimen no sólo usurpador. También, inepto y embaucador.

El cinismo político es el instrumento mediante el cual, los revolucionarios de mentira y los politiqueros de oficio utilizan como medio para demarcarse de lo que puede ser posible en términos de todo lo que en realidad pone a prueba sus capacidades de gente proba. Por eso, “el socialismo del siglo XXI” se convirtió en mecanismo de especulación cuyo valor de uso y valor de cambio sirvieron para arrollar condiciones democráticas. Y para ello, se valió de la exaltación de la infamia, la malicia y de la obscenidad como recursos del ejercicio de la política en curso. De ahí la importancia que para el funcionario oficialista tiene el hecho de actuar cínicamente al momento de exponer su retórica ante medios de comunicación que favorezcan su imagen de engañosa erudición.

Es cuando en el fragor de tan circunspecta praxis política, surge la figura del cínico politiquero quien, apostando a lo mejor que su talante puede ofrecer, rápidamente cae en su propia trampa. Trampa ésta que si bien le sirvió en algún momento para urdir situaciones o tratar personajes de su misma calaña, no le funcionó para mantener elevada su palabra articulada desde el discurso callejero. Ejemplos de este género de personajes, todos ubicados en los altos niveles del régimen urticante, sobran.

Cabe decir que este género de cínicos politiqueros, presume de lo que carece. En consecuencia, su actitud raya con la arrogancia y la ridiculez que exhibe cada vez que debe manifestarse públicamente como representante del poder acaparador y fustigante en que se transformó el régimen socialista venezolano. Tales razones lograron accionar, desgraciadamente, una gestión pública que ha sido incapaz de enmendar los errores cometidos (con o sin intención). Tales contra-virtudes sirvieron a todos ellos de excusas para atropellar al venezolano y las legítimas instituciones del Estado. Puede decirse que se desempeñaron como agentes corrosivos que carcomieron y atascaron los mecanismos que, en algunos momentos republicanos le imprimieron sentido, velocidad y dirección a la democracia que -con esfuerzo- había comenzado a activarse.

Sin embargo, más pudo la inercia que descollaba por cuanto resquicio existía, que la dignidad, la moralidad y la conciencia sobre la cual se depara y se arraiga el funcionamiento de un sistema político que busca concebirse como democrático. Lo contrario, dejó verse desde el mismo instante en que desde 1999 el militarismo pretendió adueñarse del país. Y para lo cual se ha servido, siempre acompañado de la corrupción, de lo que puede contenerse bajo el obsceno cinismo (del socialismo del siglo XXI)

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