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El odio, arma política de tiranos

“Por mí ni un odio hijo mío,/ ni un solo rencor por mí,/ no derramar la sangre que cabe en un colibrí/ ni andar cobrándole al hijo la cuenta del padre ruin”… (Coloquio bajo el olivo de Andrés Eloy Blanco. Giraluna)

El odio alberga en los seres perversos. El Pequeño Larusse lo define así: Sentimiento que impulsa a desear el mal de alguien o alegrarse de su desgracia.

Benito Mussolini, el más relevante fascista que recuerde la humanidad, con interminables discursos cargados de odio llenó de miedo el alma italiana. Mientras peroraba enalteciendo los valores del trabajo y la calidad humana de los explotados, clausuraba sindicatos y encarcelaba los líderes de las organizaciones gremiales y políticas. A poco andar salieron a la luz los criminales procedimientos en contra de socialistas, comunistas y todo el que criticara el régimen. Las atrocidades en las cámaras de tortura, incluido fusilamientos dentro de las cáceles que, cuando la artillería y los cañones de los demócratas anunciaba el final de su tiranía, los asesinatos de quienes no  se “tragaron la lengua”, se cometieron en la vía pública y a pleno sol.

Pero Mussolini, el “creador” del Fascismo, no ha sido el único. Su sadismo fue perfeccionado y desarrollado exponencialmente en Rusia, una vez que Lenin, Trotsky  y Stalin asaltaron el poder en el proceso de la Revolución de Octubre y comenzaron las confiscaciones, colectivizaciones y cosificación de los rusos, mediante el escupitajo de plomo vomitado  por sus ametralladoras o por la hambruna resultante de la economía marxista. En Ucrania está vivo el recuerdo de los decomisos practicados por los “comisarios” del Imperio bolchevique y “fabricaron” 5 millones de muertos. Hoy Ucrania y el mundo pende del nivel del odio exacerbado de Vladimir Putin, nacido, criado y macerado en la rancia bota comunista, ex-director  de la policía política de la URSS, la temible KGB, ordene el avance de sus tropas sobre su vecino, dando cumplimiento a la vocación ancestral expansionista de la “madrecita” Rusia y comenzar una guerra en la cual todos perderíamos todo.

Por supuesto que con las muertes de Mussolini y de la troica soviética no desaparecieron los tiranos. Empezando por Putin, quedan muchos infectando la atmósfera terráquea. En esa comparsa de criminales de lesa humanidad figuran, con méritos propios, los tiranos tropicales que han escarnecido a la América Latina desde sus inicios como países independientes hasta nuestros días. Porque, en pleno siglo XX, pasando por Trujillo alias Chapita en República Dominicana, Perón en Argentina, los milicos de Chile, Pérez Jiménez en Venezuela y otros integrantes de una larga la lista, desde el año 1959 Fidel Castro importó al hemisferio la fórmula comunista de gobernar con la petaca repleta con delitos lesa humanidad, hundió a Cuba en la miseria que sufrían los países Europa Oriental, aplastados por la bota Soviética y, con sus adláteres, se dedicó a infectar naciones libres o a las que sufrían tiranías tropicales, crueles, ladronas y desarrollistas, que su odio lo vertían contra los activistas que les hacían resistencia. No impusieron el adoctrinamiento de su “Ideal Nacional” ni programaron el hambre como instrumento de sujeción. Tampoco permitieron la instalación de bases militares extranjeras.

Ahora bien, cuando comenzamos a recibir los embates del castrocomunismo, importado por el fracasado golpista del 04-02-1992, decíamos: “Venezuela no es como Cuba, aquí tenemos una democracia cuarentona y sedimentada que los ciudadanos hemos construido en 40 años”. Pero una cosa piensan los ángeles y otra los demonios. Chávez, con su horda de incapaces y malhechores, asaltó el poder para hacer lo que bien saben hacer los comunistas desde 1917, arruinar los países física, intelectual, económica y espiritualmente para, con programas asistencialistas, envilecer los sectores marginales de la población, manteniéndolos en condición de minusvalía y sumisión, dispuestos a votar por lo que ordenen los amos del poder.

Mientras los enchufados montan parapetos que simulan bienestar. Nicolás, el burdégano, camina por la trocha del desastre. Fortificó el hambre y exacerbó el odio social. Pretende ahogarnos en su pútrido estiercol.

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