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El peluche

Jesús Millán

Estamos refiriéndonos a esos individuos afligidos por una condición singular que los hace cercanos al sujeto amado, pero que no cuentan con la satisfacción de ver retribuidos sus requiebros con ni siquiera el reflejo de una mirada. Nos referimos a los popularmente conocidos como peluches.

El peluche es un individuo singular. Su característica principal es tener la mala suerte de estar enamorado de alguien que no le corresponde. Ciertamente, un amor no correspondido en toda regla, pero con un detalle acuciante y puntual: el peluche nunca se separa de la(el) dueña(o) de sus desvelos, y construye para sí mismo el más refinado de los infiernos masoquistas, mientras  despliega en vano todos sus encantos para captar la atención y ser tomado en cuenta.

Evidentemente, la pareja de turno de su musa(o) no será ajena a esas malintencionadas indirectas que anuncian a voz en cuello que le están soplando el bistec. Si es hombre, el peluche jurará por este puñado de cruces que su intención jamás ha sido la de incordiar en la relación de pareja; si es mujer, irá llorando hasta la presencia del tipo para acusar a las malas pécoras amigas de su novia, que como gatas en celo viven sembrando cizaña y solamente existen para envidiar lo bien que ambos se llevan. Por supuesto, excepto los interesados, nadie más les cree.

Y a despecho de la más íntima de las relaciones de pareja, el peluche será siempre el primer tercero que se enterará de la llegada o ausencia de la regla, de los problemas económicos de la familia, y de la última borrachera que terminó en una comisaría; ni jamás de los jamases hablará de la pequeña cirugía estética realizada discretamente en sabe Dios dónde.

Hay peluches que hacen alarde de sangre fría en el afán de alcanzar sus fines. Sé de uno que acompañó al objeto de sus desvelos a la cita con el ginecólogo, y celebró con ella la vista del ecosonograma que mostraba el embarazo de diez semanas, además de prometer guardarle el secreto. Esto sin contar que fue el padrino del bautizo. Ese sí es un señor peluche, nivel “darkness master”.

Por si fuera poco, el peluche establece su cuartel general en la casa de su amada los fines de semana, para ayudarla a barrer, quitar el polvo, pintar la reja, bañar al perro, encender el carbón de la parrilla, cambiar el aceite del carro, comprar comida, cocinar el almuerzo, y cualquier otra tarea para la que sepa hacerse necesario. De paso, el peluche es un invitado de lujo en las celebraciones, donde se destaca como excelente bailarín, contador de chistes y experimentado barman, además de que a petición de la barra, es él quien se apodera del karaoke cerrando con broche de oro.

Ni que decir de las visitas a la abuelita gallega (tan linda ella, ya saben cómo son los viejecitos), que quedarán remarcadas por el sonrojo general y un subidón de tonos en las mejillas familiares, cada vez que la señora pregunta en su punzante castellano peninsular “hija (o), joder, ¿qué haces tú con el(la) pelmazo(a) aquél(la), teniendo a esta maravilla en casa?”.

Después de haber leído todo lo anterior, seguramente vendrá a su mente algún peluche conocido, o entenderá por fin las señales internas que durante años su propia alma atormentada le enviaba. Masculino o femenino, nadie escapa a tal condición, que requiere de una fuerza de voluntad sobrehumana para asimilarla, especialmente luego de pasados los primeros minutos de la franca e ingenua declaración de amor, que termina con la respuesta temida, disfrazada de espontáneo, terminante y lapidario halago “yo si te quiero… pero como un amigo”.

Su madre…

 

@ElMalMoncho

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