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El régimen acorralado ante la exitosa gira de Guaidó

La gira de Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional y presidente interino de la República marca un nuevo momento en la lucha contra la dictadura, quizás el definitivo, aunque Maduro y sus cómplices intenten disminuir la importancia que, sin duda, debe darse al recibimiento que le han dado Jefes de Estado y de gobiernos, primeros ministros, parlamentos, dirigentes políticos, la gente en general. Apenas el gobierno Sánchez/Podemos se ha negado a reconocer a Guaidó como presidente interino. Pablo Iglesias llegó a afirmar de manera irreverente y torpe que “Guaidó es apenas un dirigente opositor en Venezuela”, negándole públicamente su condición de presidente de la AN y de la República, en forma interina.

No conozco con detalles las intervenciones de Guaidó en Davos, tampoco las que hiciera en los distintos palacios de gobierno e instituciones que visitó en esta oportunidad; pero, lo cierto es que fueron reseñadas por todos los medios nacionales y extranjeros, reconociendo su capacidad de presidente interino que tiene, sin lugar a dudas, implicaciones jurídicas y políticas sumamente importantes, determinantes en estos momentos de mayor debilidad del régimen madurista. El reconocimiento de Guaidó implica, lo que es grave para la narcotiranía, el desconocimiento de Maduro, lo que tiene también consecuencias en las relaciones exteriores de Venezuela, en su participación en las relaciones internacionales, en la validez y efectos de los actos de Maduro, incluidos contratos y otros compromisos financieros, un tema que se planteará en algún momento, una vez instalado el nuevo gobierno democrático.

Sin entrar en el análisis político de la gira, comparto con satisfacción su éxito. Se logró lo más importante: la confirmación de Juan Guaidó como presidente de la Asamblea Nacional y presidente interino de la Republica; la naturaleza del régimen de Maduro: usurpador y asociado a actividades delictivas; y, que la comunidad internacional democrática esta dispuesta a hacer todo por restaurar la democracia en el país, reconociéndose a la vez que una elección presidencial libre, transparente, justa, bajo la supervisión internacional, con un consejo electoral  constituido por personalidades independientes y autónomas de prestigio incuestionable es indispensable en estos momentos. Se ha reconocido una vez mas que la catástrofe venezolana no es más una cuestión local que nos interesa a nosotros nada más, sino que interesa a toda la comunidad internacional y regional, amenazada por la expansión de un proyecto político antidemocrático que amenaza la democracia, sus valores y principios fundamentales, en el mundo.

La gira fue exitosa, pero eso desde luego no es suficiente para ver los resultados esperados que deberán traducirse en el fin de la tiranía. Ahora deben extraerse y fortalecerse los logros obtenidos, hacerlos realidad. Con inteligencia y sin arrogancia. El regreso de Guaidó a Caracas es una incógnita, aunque seguramente lo hará y seguramente la dictadura no lo tocará pues, en ese supuesto, correría el riesgo de que el mundo le enfrente de una manera muy distinta a la que hasta ahora lo ha venido haciendo, pasando de sanciones individuales a otro tipo de acciones que van más allá de las referencias individuales, para proteger al gobierno democrático de Juan Guaidó reconocido por la mayoría, dentro y fuera, lo que no contraría para nada nuestro orden jurídico interno y el Derecho Internacional.

La gira de Guaidó logró algo muy importante: la unidad de la oposición, de la dirigencia, de los venezolanos, de todos, en la lucha contra la dictadura, aunque pueda haber diferencias de enfoque, propias de los procesos democráticos, entre las distintas fuerzas que luchan por el poder. Por otra parte, se puede observar una opinión común en cuanto a la necesidad de que se realicen elecciones presidenciales en el más corto plazo, desde luego, sobre la base de condiciones muy claras que garanticen la transparencia y la honestidad del proceso.

Un proceso electoral debería estar precedido de la constitución de un Consejo de Gobierno de transición que ordenaría el proceso y garantizaría su transparencia; de la elección de un nuevo CNE y de todos los arreglos necesarios para que los venezolanos, dentro y fuera del país, se expresen libremente y puedan ejercer libremente su derecho al voto.

Pareciera que estamos saliendo de esta tormenta, aunque no es la primera vez que sentimos el olor del final. Esta vez hay algo más y Maduro y sus cómplices lo saben perfectamente. Habrá una negociación, pero no su negociación; habrá algún acuerdo, pero un acuerdo verdaderamente consensuado. Habrá una elección presidencial, que no será su elección, es decir, que no será una elección más, con resultados predeterminados por un CNE al servicio de la revolución. Una elección que evidentemente demostrará que ese grupo que reclama la “autodeterminación de los pueblos” y la “defensa de la soberanía” y que se intenta imponer por todos los medios, sólo representa la minoría de los venezolanos que todavía piensan en la dádiva, en el perverso clientelismo político y en la sumisión ante el poder para sobrevivir y superar la miseria impuesta por ellos mismos.

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