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El reto de la inadaptación

Junto al latigazo de la crisis auspiciada desde el Gobierno, por un lado asistimos al “fin de la magia” que una vez implicó para el chavismo la ascendencia del líder carismático, hoy palmariamente ausente y sin reemplazos; por otro, la crisis de la oposición, mirándose en espejo de desencuentros y buscando reeditar la unidad que una vez fue. Los días recientes parecen responder a una dinámica sin lógica evidente, una escalada de gestos sin resolución que sólo atiende a la arbitrariedad del Poder o a caprichos del destino. Todo aquí parece desdecir del “ardid de la razón”, eso que Hegel concibió para explicar la historia como desarrollo pleno de la idea -o razón- en aparente contraposición con “retrocesos de irracionalidad que aparecen en las acciones humanas o los intereses particulares y egoístas de los agentes históricos”,  y cuyo carácter particular, pasional o irracional jamás evitará el fin último de la historia…¿dónde en Venezuela podemos hoy advertir el triunfo de esa racionalidad?

Pero aún la visión hegeliana -marcada por el idealismo y la noción de influjo de la Providencia, esa voluntad poderosa y superior cuyo curso inevitable es ajeno incluso a sociedades o individuos- obliga a detenernos en la acción precisa de esos agentes históricos. Allí, el tema del liderazgo resulta crucial, pues sin duda gran parte del re-direccionamiento y evolución de las condiciones de una coyuntura dependen de la insurgencia de líderes relevantes, capaces de dar lectura a las señales anómalas que envía el entorno. Muy al caso viene el pensamiento del ex presidente español Felipe González (“En busca de respuestas: Liderazgo en tiempos de crisis”) quien apunta que “Liderazgo es una conexión especial entre un discurso político y un ethos mayoritario, es decir, una aspiración conjunta que expresa la identidad y los deseos mayoritarios de un país”; o sea, «la suma de un proyecto más una conciencia colectiva». El pertinente concepto también nos permite hacer una asociación: en Venezuela, el quiebre entre ese discurso (por desfasado, por irreal, por resistente al cambio, por conservador, por su exceso de moralismos) y las aspiraciones de las mayorías, está resultando en una verdadera y amplia crisis de liderazgo que hace más espinosa la posibilidad de articular propuestas que todos validen, en las que todos confíen.

¿Cómo superar esa desconexión entre líderes y aspiraciones colectivas, ese súbito “des-enamoramiento” político que tanta herida provoca? ¿Cómo movilizar emociones, cómo rescatar la fe de la gente, reconectar con su estado de ánimo y hacerse cargo de él, enfrentando a la vez un entorno con reglas poco claras, mutables y arbitrarias; cómo neutralizar el desempeño de un adversario que se dice democrático pero que se mueve bajo el signo del autoritarismo, y a la vez estar preparado para gestionar  la ansiedad de seguidores y lidiar con la posible frustración colectiva? ¿Cómo incorporar la crítica y evitar que nos paralice? González dice algo al respecto: el líder de un proyecto de cambio tiene que ser rebelde por definición: rebelde consigo mismo; rebelde frente a lo que no le gusta de la sociedad o del mundo, rebelde respecto a las circunstancias que dificulten el avance del proyecto que pretende, pero distanciándose del optimismo ciego y la “retórica profesional”. En este sentido, y citando al poeta Antonio Machado, invita al político a “poner la vela donde sopla el aire”, a ofrecer resultados antes que predicar, a serun «político inadaptado, en el mejor sentido de la expresión» .

¿Qué opciones tenemos de aplicar esto en nuestro país? Según el politólogo venezolano Ricardo Sucre, ese convite a “la irreverencia, a romper con moldes, a innovar, a hacer cosas fuera del guión, a desafiar lo esperado y los apoyos en las encuestas», es concepto que desencaja al conservatismo de la sociedad venezolana, cuyas élites –tanto en el Gobierno como en la Unidad- se habituaron a las mieles de sus zonas de confort. Paradójicamente, una revolución que se nutrió del desdén hacia los partidos políticos, afincada en la propuesta de un outsider sin filiación tradicional como Chávez, se arrellana hoy en la inercia conservadora de la burocracia; y los partidos de oposición lidian con la dificultad de digerir retos de una dinámica cuyas claves no se corresponden con lo que conocen o suponen como “verdad”.

Áspera tarea la del cambio: pero urge asumirla. Y se me ocurre que tal vez ese camino hacia la “política inadaptada” puede encontrar conexiones prácticas en planteamientos sobre creatividad e innovación: pensar “fuera de la caja”, estimular el pensamiento lateral, vencer el paradigma auto-impuesto, también en política resultaría estrategia recomendable, sobre todo en momentos en los que la Unidad decide reinventarse. Ojalá y nuestros líderes –los hay, sin duda- logren zarandear el propio conformismo, ajustar la brújula de la empatía y resonar junto a la oscilación de esta voz colectiva que hace rato los reclama.

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