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El Señor Olivier

Maritza Meszaros

Había llegado de viaje el día anterior.  Me monté en mi carro en la mañana para ir a mi oficina. Al llegar al estacionamiento y buscar mi tarjeta para abrir la barra me percaté de que la tarjeta no estaba en su puesto. Me vino a la mente en ese instante que había decidido sacarla del carro antes de irme de viaje tres semanas antes y ponerla junto con otras tarjetas en una gaveta en mi casa.  Ya no me daba tiempo de regresarme  Tenía una reunión con un cliente en apenas minutos.  Vi el papel que mostraba que el costo del estacionamiento era una tarifa fija de Cinco Mil Bolívares.  No aceptaban tarjetas de débito.  No tenía ese monto conmigo en efectivo. Hablé con el joven que estaba en la cabina y le expliqué la situación.  Me dijo que hablara con el encargado al salir para ver si me sellaba el ticket.  Decidí tomar el ticket y entrar.  Tendría que resolver en el transcurso de la mañana…

La mañana se fue volando.  Eran casi las 2 de la tarde cuando mi socia y yo logramos salir de la oficina. Tenía compromisos uno detrás del otro.  Mi socia tampoco tenía efectivo y me acompañó para hablar con el encargado del estacionamiento para ver si me me sellaban el ticket y me dejaban sacar mi carro. En el camino me encontré con el Sr. Olivier y con el joven que estaba en la cabina cuando llegué en la mañana.  Les comenté que no había conseguido el efectivo y que me tenía que ir.  El señor Olivier se volteó inmediatamente y entró a un cuartito que estaba detrás de él.  Lo vi hurgar en el bolsillo de un pantalón que estaba guindado de un gancho.  Salió con varios billetes de quinientos bolívares en la mano.  Los contó delante de mi.  Justo eran cinco mil bolívares.  Me los dio.  Le traté de decir que no podía aceptarlos pero me dijo que el encargado no estaba y que si necesitaba salir en ese momento, esa era la única solución.  Mi socia y yo estábamos asombradas.  El señor Olivier era quien me lavaba el carro semanalmente. Tomé el dinero y con el corazón agradecido le dije a mi socia que el señor Olivier era una de esas personas por quienes yo amaba a mi país.  Ella aún no podía salir de su asombro.  Con la situación en Venezuela donde, después de hacer una cola gigante lo más que uno consigue en efectivo diariamente está cercano a los cinco mil bolívares, el señor Olivier, sin siquiera pensarlo, me había dado todo lo que tenía en su bolsillo para que yo resolviera mi problema.  Era obvio que yo le devolvería el dinero con premura pero esa capacidad de desprendimiento era admirable.

Por personas como el señor Olivier sigo y seguiré teniendo esperanza.  Nuestro país se transformará porque lograremos transformarnos como individuos, mejorando diariamente, uno a uno, poco a poco, paso a paso.

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