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El sentirse revolucionario

Hay un problema inmenso entre algunos liderazgos locales, regionales y nacionales, en el ala de la izquierda revolucionaria venezolana, y es el que tiene que ver con un asunto de valores, de principios y de ataduras a lo que se conoce como la sociedad de consumo. El sentimiento revolucionario, ese mismo que viene impregnado de humildad, fraternidad, solidaridad y equidad, desde Jesús de Nazaret, pasando por el gentilicio de un Simón Bolívar y anidándose en los hombres del siglo XX y XXI, que han entendido que servir al prójimo no es servirse a ellos mismos, no ha terminado de anidar en la consciencia de quienes la bienaventuranza los ha colocado en puestos de toma de decisión en la sociedad.

En términos más directos, no hay aún un convencimiento en los que se hacen llamar revolucionarios de que son parte de un proceso de construcción de una nueva sociedad y que es menester dar el ejemplo, ser partícipes de una nueva manera de entender la vida y transmitirla a las nuevas generaciones. Hay una fractura insalvable entre algunos liderazgos revolucionarios y el modelo de sociedad que pensaron grandes humanistas como Gandhi, Marin Luter King, el propio Hugo Chávez. Estos seudo-liderazgos, en el ámbito de las Universidades experimentales y públicas autónomas, que son las organizaciones que más conozco, generan confrontaciones infértiles, vacías de un contenido táctico y estratégico, atacando a las entidades humanas más vulnerables solamente con el fin de ocupar espacios y perpetuar su influencia en la toma de decisiones. Esto sin descuidar que se auto-asignan montos millonarios para justificar sus excelsos cargos de representación o jefaturas de departamentos y unidades operativas. Esta figura de revolucionarios oportunistas, segregador de los ideales, es lo que está descomponiendo el discurso revolucionario en la actualidad. No es la “guerra económica”, o el descalabro de la economía producto de medidas que en vez de abrir brechas a la inversión nos empeñamos en cerrar espacios y converger con aliados que están tan o peor que nosotros identificados con la pobreza y las necesidades. No digo que seamos “selectivos oportunistas” con los países del mundo, pero sí que tengamos un criterio mínimo de responsabilidad con el país en tiempos en que todos los mercados son competitivos y es fundamental serlo también para traer progreso y bienestar a nuestro pueblo.

Estamos cayendo en la vergüenza de ser un país “hiper-populista”, ya no basta con discursos aguerridos y de enemigos planetarios que intuimos vendrán por nosotros, ahora hemos creado un “subsidio sobre subsidios” a través de bonos que en un gran porcentaje lo que vienen hacer es a darle mayor fragilidad a la ya poca o nada capacidad adquisitiva de los asalariados. El papel de un Estado revolucionario, no digo Gobierno, el Gobierno puede tomar medidas coyunturales para salir de enredos, eso es táctico, pero el papel de un Estado revolucionario es el de crear mecanismos de sustentabilidad en el tiempo en el cual un proceso de transformación cultural, social, político y económico, tenga la capacidad de ir tomando cuerpo y de imponerse ante otros modelos de Estado. El socialismo sigue siendo una opción en países con elevadas contradicciones sociales y de “explotación del hombre por el hombre”, pero debe generar progreso, debe “enseñar a pescar”, regalar los pescados nos hace una sociedad de mendigos, de gente sin iniciativas, echados al regazo de una cola o en las oficinas de beneficencia gubernamental esperando las migajas de lo que perfectamente pudiera producir la propia persona si se le motivara y se le enseñara en el ámbito de las habilidades y destrezas para hacerlos soldados activos de su revolución humana-productiva antes que nada.

En concreto, el sentirse revolucionario no es un asunto de idolatrías ni mesianismos; Hugo Chávez expresó que la “Revolución” no era él, “somos todos”; entendió el socialismo como la “capacidad crítica y creadora, constructora y liberadora del pueblo, la que le da vida a una nueva sociedad”; y reiteró: “Yo soy socialista de la nueva era, del siglo XXI y estamos planteándole al mundo revisar la tesis del socialismo cristiano…”

La idea es entender, de una vez y para siempre, que se está ante un modelo cristiano, bolivariano, ecológico, zamorano; un socialismo democrático, que debe sustentarse en la soberanía del pueblo y no en un soberano; que nada ni nadie desvirtué el camino hacia el socialismo bolivariano, el socialismo venezolano, nuestro socialismo. En un plano concreto Chávez expresó: “La vía venezolana hacia el socialismo es una propuesta histórica, política, social y económica en construcción teórica y práctica. Construcción colectiva para que el país la haga suya. El socialismo es una opción real y viable. Lo que no es inviable es el dualismo esquizofrénico entre lo político y social que está en la base del capitalismo. En este sentido, la vía venezolana hacia el socialismo supone una transformación a fondo de la estructura económica para viabilizar una mejor redistribución de la riqueza social que pertenece a todos y todas…”

El propio Chávez se hizo interrogantes y marcó camino: “…si alguien me pregunta: ¿Chávez vamos hacia el socialismo? Yo le diría: sí, socialismo que estamos inventando, un socialismo nuevo. ¿Cuál es el camino hacia el socialismo, cuál es el camino a través del cual vamos construyendo el nuevo socialismo? Yo diría: ese camino se llama democracia revolucionaria. La que está en marcha en Venezuela, empujada por un pueblo en dinamización permanente, en movilización permanente, en estudio permanente, hay que estudiar todos los días, discutir en debate permanente, en trabajo permanente”.

A todas estas pregunto: ¿contamos con verdaderos revolucionarios en esta lucha por la soberanía e independencia del pueblo ante el modelo consumista moderno? Pienso que sí, pero debemos actuar con mayor sinceridad hacia el pueblo. Ganar elecciones no nos garantiza un convencimiento de la gente acerca del nuevo modelo de Estado, es necesario motivar las transformaciones, es prioritario activar una revolución cultural permanente que nos lleve a una realidad de sociedad de consumo consciente, en donde el hombre adquiera bienestar y calidad de vida, en un medio social en el cual no hayan dobles discursos y nuestros líderes den el ejemplo de humildad y sacrificio que se le pide al pueblo. Es necesario deconstruir el modelo capitalista para construir un modelo socialista, pero sin los pillos y traidores que pululan en esa jungla del capitalismo liberal que se ha encargado de herir a muerte los ideales de amor y paz en la civilización del siglo XXI. Hoy que las “ratas” abandonan el barco de los ideales y de la esperanza, me reafirmo revolucionario, cristiano, bolivariano; reafirmo mi compromiso con la transformación y sobre todo, me aparto de los traidores, desleales, aves de rapiña que tanto daño causan al proceso de cambio en Venezuela y que se venden como ejemplo de socialismo y libertad. Solamente la sociedad en su razón humana de subsistir y brillar alto por encima de las pequeñeces y del polvo cósmico de la traición, es la que tiene el derecho y el deber de enrumbar a buen puerto nuestra esperanza de unidad, de consolidación y de respeto a los valores fundamentales del hombre.

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