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El socialismo caribeño

“Podrá estar seguro el pueblo de una cosa, que es que podemos equivocarnos una y muchas veces, lo único que no podrá decir jamás de nosotros es que robamos, que traicionamos, que hicimos negocios sucios”. Fidel Castro,  1º de enero de 1959.

El discurso se les acaba. La narrativa de izquierda de la que hacen uso se les empieza a deshacer por la disyuntiva que existe entre lo que dicen y lo que hacen. La mentira se hace demasiado grande como para taparla con un dedo y el cinismo se hace burdo, evidente y grosero. El discurso del socialismo caribeño se ha ido muriendo.

La ironía les ha jugado una mala pasada, porque los que se hacen llamar hijos de Bolívar, defensores de su pensamiento, los revolucionarios bolivarianos, han cerrado el puente internacional Simón Bolívar, aquella línea de asfalto que se eleva sobre el río Táchira para unir físicamente a las dos naciones que le costaron más que la sangre a Simón. El chavismo ha hecho lo que Bolívar nunca quiso, por lo que luchó tanto en el Congreso Anfictiónico de Panamá; la infamemente llamada revolución bolivariana ha fomentado el distanciamiento entre países que se afanaban en llamarse hermanos. Por supuesto que la separación no se limita al alambre de púas que ahora le cierra el paso a venezolanos y colombianos, sino que se extiende a la discriminación inhumana del colombiano que hacía vida en Venezuela. Nicolás Maduro se ha dedicado a deshumanizar no solo al venezolano que piensa diferente, sino a todo ser humano que le resulte inconveniente de acuerdo con su estrategia comunista de dominación y destrucción.

Las acciones que se han llevado a cabo en la frontera contra los nacionales del país, aún hay que decirlo, hermano son actos de odio e ilegales. Por supuesto que ya poco importa denunciarlos como técnicamente ilegales, porque, aparte del desdén que siempre han tenido los chavistas desde su origen por el Estado de Derecho, ahora hay que elevar la voz para denunciarlos como aborrecibles, brutales y comparables con las actos llevados a cabo por los Khmer Krahom, comunistas de Camboya que exterminaron más de 1 millón de personas en los que, hoy en día, son conocidos como los campos de la muerte. Pol Pot, líder de los Khmer Krahom, ordenó la muerte de extranjeros, entre ellos, tailandeses, chinos y vietnamitas, para asegurar sus planes comunistas basados en una ingeniería social utópica. Son, al final, estas similitudes históricas las que producen en la lógica la fatal alarma de lo inevitable. Nicolás Maduro sigue, cada vez con más brío, los caminos ya transitados por los genocidas que surgen en la historia bajo el engaño de una izquierda supuestamente más humana y protectora de los desposeídos.

Ese discurso socialista caribeño, que arbitrariamente se dirá empezó en 1959 con el primer pronunciamiento público de Fidel Castro al tomar Santiago de Cuba, ya no causa el mismo efecto al salir de la boca de un Nicolás Maduro que, en medio de una crisis política y diplomática, se empeña en bailar “La pollera colorá”. La izquierda ya no puede pretender ser el guardián de los derechos de los pobres, porque el chavismo ha dejado bien claro que para ellos el que vive en la miseria es un instrumento político susceptible de manipulación, sujeto al antojo de una élite rancia que busca llenarse los bolsillos de unos reales que le dejan los pantalones llenos de sangre ajena.

@andresvolpe

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