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El sujeto docente

El sujeto docente debe estar comprometido

con la libertad, la democracia y la enseñanza,

desde criterios de consciencia social, equidad y

valores ciudadanos…

ALFONSO GÁNDARA FEIJOO

La educación es un fenómeno social, a juicio de Émile Durkheim, «…la educación común es función del estado social; pues cada sociedad busca realizar en sus miembros, por vía de la educación, un ideal que le es propio». De ahí la importancia política de la educación, ya que se muestra como la posibilidad de establecer un orden social sobre el que descansa la forma cómo los ciudadanos entienden el rol de la sociedad, de sus organizaciones y de ellos mismos dentro de este sistema de relaciones; y esa forma de entendimiento sólo es posible de lograr mediante la educación de las personas.

En este sentido, a juicio del sociólogo Pierre Bourdieu, la educación está vinculada con lo social en la franja de una realidad invisible que no se puede mostrar ni tocar con los dedos y que organiza las prácticas y las representaciones de los agentes de una sociedad. Solamente esto mediante un proceso de transmisión de conceptos de persona a persona, de un educador a un educando, en este proceso dialógico entra el proceso comunicativo que, desde el punto de vista de Jünger Habermas, se va dando en  la manera de  entender el mundo desde el contexto de cada sociedad y, por ende, cada de cada cultura.

Ahora bien, el hombre, como ser social por naturaleza, se hace en la medida en que es educado; en este aspecto, expone Hanna Arendt, en la educación se da un proceso de aprendizaje humano desde el punto de vista de su incorporación al mundo, bajo la idea de que su naturaleza social no basta para adaptarlo a la vida organizada con otros seres humanos, pues no se hace mención a organizaciones sencillas, sino complejas, cargadas de historia, valores e intrincadas significaciones; Durkheim, decía que «en sociedades tan vastas como las nuestras, los individuos son tan diferentes los unos de los otros, que no hay, por así decir, nada de común entre ellos, salvo su cualidad general de ser hombres.

Así mirada la educación, hoy día se hace mención al sujeto educador, que tiene como significado el ideal del «hombre nuevo», distinto de cómo lo ha engendrado la naturaleza, busca crear un ser superlativamente social donde se enseña a dominar, a constreñir, siguiendo las necesidades del colectivo, la que decide la cantidad y naturaleza de los conocimientos que debe recibir las personas y es la que conserva la conciencia adquirida por las generaciones anteriores y también la que la transmite a las nuevas generaciones.

A todas estas, el capital cultural no se hereda en los genes ni se adquiere por osmosis; es el resultado de un complejo proceso de apropiación en el que la persona es introducida a la cultura por otras personas en una relación dialéctica de construcción del conocimiento.

En concreto, los responsables del aprendizaje, con todo lo que ello implica, son a su vez aprendices de otros docentes, de los que van a recibir las nociones que les van a permitir crear sus propias concepciones respecto de su labor docente y su rol social. Entonces es primordial que se reflexione acerca de sus procesos de formación.

Es decir, el proceso de formación de los estudiantes, para el caso de la formación de los docentes, o el sujeto docente,  se muestra como parte de un proceso civilizatorio que tiene en la sociedad las aspiraciones y formas de proyectarse en el tiempo. No es lo mismo esperar de la educación la repetición de un modelo social que preparar un cambio de paradigma, y en este mismo sentido, no es lo mismo un profesor que trabaja por la perpetuación de un sistema, que aquel que lo hace por una transformación. Lamentablemente las condiciones en las que esto se ha estado dando no son muy promisorias: la hegemonía de un paradigma cultural fundado en el positivismo científico e inspirado en el capitalismo económico ha dado como resultado la presencia de un profesor que se ha limitado a ser un mero transmisor de conocimientos y las instituciones y programas de formación docente han sido la mejor escuela demostrativa de la escuela transmisiva, autoritaria, burocrática, que desdeña el aprendizaje.

En este aspecto, el sujeto educativo surge como resultado de un manejo de conocimiento que arroja una visión más sólida de la calidad de la educación; a eso le agregamos que un sistema educativo que debe transformarse, porque está desorientado; debe reinventarse para poder calificar a la par del resto del sistema social, en especial a la par de los sistemas político y económico, en la panacea de la globalización.

La educación en tiempos de hipermodernidad, se enfrenta a docentes que no cuentan con los recursos didácticos ni pedagógicos para responder a una realidad que dista de los supuestos teóricos en los cuales fueron preparados, docentes que, desprestigiados socialmente, cargan con el trauma histórico de la indiferencia de las autoridades respecto de sus condiciones laborales, respecto de su dignificación como profesionales, ya  que profesan un oficio para el cual han debido pasar por años de formación universitaria, y que trabajan en la formación de personas, respecto de su postergación social junto con todo el sistema educativo, respecto de su conocimiento del proceso educativo y por ende, de la validez de su opinión respecto de las posibles reformas y su implementación.

El sujeto docente contemporáneo está alienado, ajeno a la información y al debate en torno a los grandes temas de la educación, a las políticas educativas nacionales e internacionales que definen su rol y perspectivas presentes y futuras; es en este último punto donde está uno de los problemas más sensibles de la formación de los educadores: los docentes no saben reflexionar acerca de las prácticas pedagógicas que llevamos a cabo, lo que nos hace caer en el activismo sin sentido, motivado únicamente por el afán de obtener resultados, cumplir funciones o mantener ocupados a los estudiantes para que no causen molestias; no hay una mirada que trascienda la cotidianeidad y se proyecte a las significaciones que nuestro trabajo contiene, que se detenga, no sólo en las estrategias y en las didácticas propias de la enseñanza, sino que analice los precedentes que vamos sentando con cada discurso, análisis y en cada relación que se establece con los estudiantes.

Al sujeto docente le hace falta habilidades y destrezas, para impulsar la reflexión y crítica en la práctica educativa; esa falta de conciencia, de rol social y cultural, termina produciendo un vacío inmenso en la adquisición de nuevos saberes y hace brotar una inquietud por trascender y hacerlo de buena manera, y al no contar con las herramientas adecuadas no es posible llevar a un aprendizaje óptimo todo aquello que se necesita aprender para transcender.

La formación del sujeto docente, a totas estas,  no puede ser una revisión de fórmulas didácticas o un adiestramiento en disciplinas específicas, tiene que ser el espacio que acoja la inquietud del docente por trascender; buscar ir más allá del lugar en donde, mediante la reflexión, pueda aclarar su posición respecto de la problemática educativa, su rol en la dinámica social, su forma de entender el mundo.

Es necesario crear un espacio en donde el docente, en su impulso de servicio y desprendimiento humano, desde la conciencia de sí mismo, ha de impulsar una labor que confirme su compromiso con los estudiantes y su proceso de aprendizaje; un compromiso responsable con lo que sus existencias puedan llegar a ser.

Ahora bien, la formación no comienza en la universidad con la habilitación profesional del docente, comienza cuando el docente o futuro docente, desde su experiencia como estudiante, o antes inclusive, asume un dominio de habilidades y destrezas que moldean su actitud ante el mundo, una forma de entender las relaciones sociales que implica una conciencia y un compromiso, y eso viene desde muy largo.

De este modo, la responsabilidad de la formación del sujeto docente, es una doble responsabilidad, pues afecta a los estudiantes en cuanto estudiante y en cuanto a futuros docentes que a su vez multiplicarán su particular forma de entender la práctica con otros cientos de estudiantes más. Es necesario saber, además, que el continuo formación docente no termina con la titulación del profesor, sino que se extiende por toda la práctica educativa, incorporando tanto los saberes sistematizados en la llamada formación en servicio y los saberes extraídos de la práctica en sí, los que se incorporan como experiencia, sumándose a los saberes propios de la persona que ejerce el oficio docente y que abarcan un espectro más amplio que la pura educación.

En el marco de todos sus niveles, a la formación de los docentes se incorpora la reflexión y la crítica, como elemento que se presenta con debilidad en el docente moderno; para recuperar la conciencia y el compromiso social, el sujeto docente debe ser capaz de incorporarse a la sociedad, a la interacción con otras personas y a la institucionalidad que las organiza, para estar en condiciones de convertir en la escuela como primer espacio público, creándole posibilidades de percibir, vivir y actuar, interactuando con las múltiples relaciones que permean toda la sociedad.

En la medida en que el sujeto docente ha aprendido a participar y comprometerse va a tener la capacidad de enseñar a sus alumnos a integrarse a la sociedad y al mundo, de manera que cada quien pueda resguardar su propia individualidad y no hacerse una víctima de la enajenación.

A todas estas, el proceso formativo por el cual se rige el sujeto docente y desde donde proyecta sus estrategias de enseñanza, se erige como una interacción compleja entre personas. Sólo de ahí es posible el aprendizaje. Pero este aprendizaje se enmarca en un contexto humano más profundo que la mera repetición de información, es la adaptación de un ser natural a una realidad social mediada por la cultura, es la adopción de una cosmogonía, una manera de ver al mundo, a las demás personas y a sí mismo, que tiñe toda intención, acción y pensamiento que se pueda tener.

Es importante destacar que el sujeto docente forma parte del capital cultural que una persona hereda y define en su rol en la sociedad; es una opción que se asume de acuerdo a lo que he sido capaz de aprender.

Se hace necesario asumir a cabalidad la labor del docente formador como sujeto activo, el cual va mucho más allá de su labor como instructor y tiene que ver no solamente con su rol en el entramado social, sino con su compromiso con las personas, en una interacción cercana y cordial. Es ahí donde se juega toda la relación pedagógica, no solamente la de las personas que están en los roles de docente y/o estudiante, sino de la institución educativa completa, añadida a ella, además, las instituciones políticas, económicas y sociales interesadas en su quehacer; es necesario personalizar la relación pedagógica para hacer de ella una comunicación humana y garantizar que el sujeto docente se transforme e internalice su rol de servidor y no busque espacios para ser servido o atendido. El privilegio es del estudiante, porque en su formación recae toda la responsabilidad y razón de ser del sujeto docente.

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