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El trazo único en la caligrafía japonesa

En la escritura china, el ideograma “Un”, consta de un solo trazo horizontal y significa “Cielo y Tierra”, simbolizando división y unidad, pero a su vez, representa el “trazo inicial”, el aliento primordial que separa la dimensión sagrada y la dimensión humana. A partir de ese signo, el pintor y calígrafo Yuanji Shih T’ao o Shin-tao (1642 – 1707), desarrolló el concepto del “trazo único de pincel”. Según François Cheng (Cinq méditations sur la beauté, 2006), el trazo único implica todos los trazos posibles e imaginables, encarna lo uno y lo múltiple y el aliento primordial que unifica y anima a todos los seres de la creación.

Mediante el trazo único, se accede a un orden superior. En el imaginario artístico chino, la tinta encarna el devenir de la naturaleza y el pincel, el alma del artista que aborda y expresa esa naturaleza en busca de una revelación. Por lo tanto, afirma Cheng (Vacío y plenitud, 1989), “La pincelada, no es una simple línea ni el simple contorno de las cosas. Proviene del arte caligráfico y tiene múltiples implicaciones. Por lo grueso y lo fino de su trazo y por el vacío que encierra, representa forma y volumen; por su “ataque” y su “empuje”, expresa ritmo y movimiento; por el juego de la tinta, sugiere oscuridad y luz; finalmente, por el hecho de que su ejecución es instantánea y sin retoques, introduce los alientos vitales, cargándose de las pulsiones irresistibles del hombre”.

Según Shin-tao, la pincelada única, sea en pintura o en la caligrafía, es el origen de todas las cosas, la raíz de todos los fenómenos, aunque el vulgo lo ignore. Si no se domina la pincelada única no se puede entender la belleza de la vida, de la naturaleza y los seres que la habitan.

La caligrafía japonesa o Shodō (Escribir el camino), se originó con la introducción del budismo en Japón por los monjes que retornaban de estudiar los sutras de Sakiamuni en los monasterios chinos. Los ideogramas kanji, eran caracteres inspirados por la observación de la naturaleza nutridos por un profundo sentido filosófico. Plasmarlos en tablillas de bambú y posteriormente en papel de arroz, constituyó un verdadero camino de realización personal y espiritual, así como de una especial actitud ante la vida y la sociedad. La caligrafía japonesa se considera un arte y una disciplina muy difícil debido a su perfección.

Se practica a la usanza milenaria, con pinceles y una barra de tinta (Sumi-e). Es una técnica de escritura que utiliza caracteres kanji y hiragana. Además de requerir una gran precisión por parte del calígrafo, cada carácter debe ser escrito según un trazo específico, lo que implica una rigurosa disciplina en quienes practican este arte. Debido a que el trazo no admite corrección, el gesto requiere de una extrema concentración mental, de manera que el cuerpo del calígrafo transmita su energía a la muñeca y mano para hacerlas converger armoniosamente en el pincel. De allí que, un maestro calígrafo, en su intento de trazo único de un ideograma, pueda hacerlo de una sola vez o pasar días o semanas en el intento, meditando sobre el papel o vacío, mientras lo ensaya mediante movimientos corporales que asemejan a una danza.

Al visitar la colección de caligrafías antiguas, modernas y contemporáneas de la Fundación Mainichi Shodokai, expuestas en el Museo Guimet de París, entre otras maravillosas obras, descubrimos la de Maruo Renshi y su caligrafía Le cœur (2015), allí percibimos la vida, el ritmo y el movimiento de sus trazos. Con razón dicha colección está englobada bajo el título «El papel vivo».

Dentro de este arte encontramos la tendencia caligráfica de poesía moderna o Kindai Shibunsho. Esta se realiza pintando ideogramas inspirados en la observación de una escena, un paisaje o un acontecimiento como puede ser la puesta del sol entre dos edificios de Tokyo. Los ideogramas Kindai Shibunsho, mezclan las impresiones de un mundo hecho de sensaciones, sueños y todas las bellezas de una elusiva, real o irreal estética, a veces sobrenatural, que inunda nuestra vida, donde el vacío se llena simbólicamente de inagotables momentos poéticos capturados en vivo por el calígrafo y que necesariamente deben ser percibidos por el observador. Si no es así, no ha logrado su propósito.

Rigurosa disciplina del cuerpo, perfecta comunión entre la mente, el papel y la tinta, la acción del calígrafo no deja lugar a dudas, nada se deja al azar y no permite el arrepentimiento. En la caligrafía japonesa, cada línea expresa un significado y cada trazo encarna la vida del calígrafo. Este debe conducir su inconsciente al pincel ya que cada ideograma posee una dimensión sagrada, con la que el autor se ha conectado en ese instante y lo expresa con tinta sobre el papel en un gesto único e irrepetible.

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