El Editorial

En Barbados el pueblo debe tener voz

Todo lo que hay que discutir debe ser discutido, dialogar no es claudicar. Por dialogar no se es menos gobierno ni menos oposición, ni se descalifican los méritos. Es buscar arreglos en los cuales cada parte sacrifique algunas exigencias para ganar otras que, al final, satisfagan a ambas partes.

Estamos defendiendo un concepto, una convicción democrática, y hay elementos a los cuales es imposible renunciar. La democracia como concepto no puede jugar en la mesa con derechos y deberes ciudadanos, ni con la libertad como principio, sean cuales sean los acuerdos a los que se llegue.

Una cosa es la praxis políticopartidista, y otra es la realidad democrática. Juntas se complementan, enfrentadas se rechazan. Para cualquier partido y activista político, ese enfrentamiento sería abandonar la propia esencia. Es posible negociar acuerdos en Barbados, es posible acordar mesas de diálogo permanente, pero jamás dejar afuera la democracia como principio irrenunciable. Y eso incluye la plena información y la consulta a los ciudadanos.

No son los partidos, sea cual sea su ideología, los que imponen condiciones a los ciudadanos en democracia, son estos los que señalan los principios y las normas que conducen a la democracia y la condiciona, y a los partidos que se hacen responsables de llevar a ella y a sostenerla por encima de cualquier filosofía.

Todo puede y debe discutirse en Barbados, excepto la democracia como pensamiento y la libertad como actitud. Lo importante es que los delegados en los diálogos en Barbados estén convencidos de que representan a los ciudadanos y no a jefes con intereses propios.

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