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En defensa del Estado Nacional

El día 18 del presente mes de septiembre, el pueblo de Escocia deberá tomar una decisión que no sólo determinará su propio destino futuro, sino influirá en el de la humanidad entera.  Un triunfo del “Sí” (aunque fuere por mayoría ínfima) en el venidero referendo sobre una eventual secesión escocesa del Reino Unido,  significaría la desintegración de uno de los estados nacionales más importantes de la historia moderna, y a la vez serviría de detonante a una posible anarquización  del orden internacional, ya que minorías separatistas de muchos otros países seguirían el  ejemplo escocés.

Se sentirían inmediatamente alentados y envalentonados: los separatistas catalanes y vascos en España,  los del norte de Italia; los  divididos valones y flamencos de Bélgica; los incipientes separatismos corso, bretón y occitano  en Francia; las minorías húngara y germana de Rumania siempre tentadas por el secesionismo;  otras minorías “irredentas” en Europa oriental y en el seno de la multiétnica Federación de Rusia; los tibetanos y uigures en China; los drávidas en la India; bereberes y kurdos en el espacio árabe, turco y persa, y las 5.229 tribus africanas  hoy agrupadas en 54 estados “nacionales” creados por el colonialismo pero legitimados por la necesidad y la vida real.

Para toda persona con sentido de la historia es trágica e inaceptable la idea de que, por una secesión de Escocia, la Gran Bretaña pudiese dejar de existir como entidad estable y unida, capaz de seguir dando un ejemplo mundial de solidez y de poder esclarecido.  Una interpenetración étnica y cultural entre  Inglaterra y los tres pueblos celtas –escoceses, irlandeses y galeses- existe desde la Edad Media, antecediendo a las uniones formales suscritas en siglos más recientes.  En su hora más gloriosa –la Segunda Guerra Mundial- la Gran Bretaña terminó de fundirse, por  “sangre, sudor y lágrimas”, en una sola nación que debería ser indisoluble.  Nación, ya no de ingleses, escoceses, galeses e irlandeses del norte coaligados, sino de británicos sin apodo.  Lo que había sido una cuádruple federación de nacionalidades se convirtió, bajo los martillazos de la historia, en nación única.

Similares son los procesos históricos que han dado origen a las demás grandes naciones europeas actuales.  La lenta evolución progresista del feudalismo a la nación moderna, liberal y social, ha unido a los pueblos de España, de Francia, de Italia, de Alemania y otros en unidades cuya ruptura significaría un retroceso a épocas pasadas.

Al mismo tiempo significaría un catastrófico debilitamiento del estado nacional como garante o defensor de las sociedades contra fuerzas supranacionales hegemónicas y opresoras. Tal fuerza es, hoy en día, la coalición global y transnacional de las oligarquías financieras más codiciosas, empeñadas en terminar de destruir toda forma de democracia social y laboral, acabar con la contratación colectiva y reducir a los trabajadores del mundo a una condición neo-esclava.  Por ello las izquierdas (reformistas o radicales) que en muchos casos han coqueteado con separatismos sub-nacionales cuando éstos adoptaban un lenguaje “revolucionario” o “progresista”, deberían revisar su conducta al respecto.

Hoy en día ningún despedazamiento de un estado nacional existente puede ser progresista.  Será inevitablemente reaccionario porque debilitará la línea de defensas nacionales frente a la amenaza señalada.

El pueblo norteamericano tiene, desde siempre, una clara conciencia del hecho de que las luchas sociales necesitan marcos nacionales, a partir de los cuales se podrá acceder, gradualmente, a la universalidad.  Entiende que la integridad nacional debe ser inquebrantable, y por ello, ya en 1783, aprobó una Constitución que prohíbe la secesión en forma absoluta.  Cuando el Sur esclavista se declaró en secesión, fue reprimido y reintegrado forzosamente a la unión por una acción militar que causó por lo menos 600.000 muertes y gran destrucción material.  Sería deseable que en otras constituciones nacionales, como la venezolana, el principio de no-secesión sea reforzado.

También en el plano multilateral, desde la Segunda Guerra Mundial en adelante se ha dado importancia a la integridad de las naciones existentes, sin perjuicio al principio de la libre determinación de naciones ocupadas o colonizadas por otras.  La Unión Africana (ex Organización de la Unidad Africana) dio un encomiable ejemplo al resto de la comunidad internacional, cuando desde su fundación asentó el principio de que los límites trazados entre naciones africanas por el colonialismo deben permanecer intocables, ya que los estados existentes constituyen la única base sólida para la paz y el progreso del continente.

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