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En las colas para lo que no hay

Ya no es secreto nada. Los medios de comunicación, aunque se hayan expropiado por parte de los gobiernos revolucionarios, son incapaces de tapar la cruel realidad de las colas para comprar lo que no hay en Venezuela.

Nicolás Maduro heredó de Hugo Chávez el populismo y con ello la inutilidad del manejo de las arcas del Estado, el reparto de la riqueza a manos llenas y sin control, así como una corrupción que bautizó a la nueva casta social venezolana: la boliburguesía.

Nada es suficiente para poder mantener ese aparato estatal devorador. Las deudas se acumulan, como en aquellas casas en las que se vive con la tarjeta de crédito, más tarde o más temprano, la tarjeta va a rebotar y no permitirá seguir comprando.

Venezuela tiene el futuro más negro por delante. Nunca se sembró el petróleo como bien profetizó Arturo Uslar Pietri en 1936, ni mucho menos se alentó la producción del agro o de otros bienes. Al contrario, la política chavista se ha caracterizado por la expropiación sin sentido, a la tenencia estatal por la tenencia y, a mantener un sistema de terror para todo aquel que quiera emprender: si emprendes y te va bien, te expropio porque yo no soy capaz de tolerar que alguien sea exitoso. Esa pareciera ser la consigna. Todos a la pobreza que así seremos felices porque ser rico es malo.

Las circunstancias quisieron que Chávez viera incrementados los ingresos petroleros. Cuando fue elegido presidente en 1998, el precio del barril de petróleo estaba en US$ 14,22 y al morir, había alcanzado la estratosférica cifra de US$ 96,00, lo que le permitió una política conocida de comprar conciencias tanto dentro como fuera del territorio. Maduro, que no ha tenido la misma suerte coyuntural ha visto mermar, así como a quien se le vacía la bañera, los precios en 60%, lo que deja en evidencia las malas políticas económicas llevadas a cabo por el chavismo.

Hoy, cuando los tres golpes diarios (desayuno, comida y cena) tienen que darse luego de interminables colas, la gente, toda ella sin distingo de color político, se enfrentan a eso que se trató de camuflar toda la vida de este largo régimen de oprobio: Venezuela no tiene salida y ni siquiera hay un clavo caliente de dónde agarrarse, porque la única solución que plantea el gobierno del desaguisado de Maduro es control al estilo cubano de lo que quede en los anaqueles de los mercados.

Las cacerolas suenan un rato después de que los estómagos se manifiesten. Los medicamentos se echan en falta cuando las enfermedades se alojan en los cuerpos, a la familia se la extraña todos los días, máxime si se ha ido parte de ella en los 25 mil homicidios que contabilizó Venezuela en 2014.

Maduro, ojalá, que no esté durmiendo porque la pesadilla que le viene no se la imaginó ni en los ensueños de pajaritos cantores que le dieron pistas de que Chávez desde ultratumba le guiaba los pasos. Valientes son los venezolanos que cada día se enfrentan a semejante política económica, social, cultural y política. Valientes son las madres que buscan pañales o leche. Valientes son los enfermos y sus familias cuando guapean las dolencias sin medicamentos y más valientes aun quienes teniendo remedios en casa, los ofrecen a quienes los necesitan inclusive por Facebook.

A Maduro se le debiese caer la cara de vergüenza de llevar adelante esa política de endeudamiento con medio mundo con fines electorales porque no son otros. Está aterrorizado de perder el poder. Poco le importa el pueblo, muy poco, porque cuando tuvieron las vacas gordas -de esas que disfrutó bastante porque fue el canciller de Chávez- las convirtieron en filetes y, ahora que están flacas, buscan darle al pueblo una dosis, aunque sea pequeña, de Chow Mein.

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