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En Venezuela: ahora dense fraternalmente la paz… que la paz sea contigo…

«Si no estamos en paz con nosotros mismos, no podemos guiar a otros en la búsqueda de la paz.» Confucio.

 

Mi país Venezuela siempre fue tierra de gente noble y generosa. Un país de paz, de brazos abiertos para recibir a todos… para el cansado, para el sediento, para el hambriento. De niña recuerdo claramente que era capaz de compartir mi lonchera en el colegio, una arepita, aunque eso fuera lo único que tenía para comer. Un mango o un cambur, que se daban en esta tierra fértil y maravillosa que ni siquiera hacía falta abonar ni regar,  comías la fruta lanzabas la semilla y zas! al poco tiempo, nacía una planta, que privilegio!

Venezuela es un país, donde se daba cobijo o albergue siempre al más necesitado. Un país donde la religiosidad colmaba las calles de cada ciudad a través de la imagen de la Virgen María, madre de Dios,  protectora en cada pueblo y con la apertura de tener nombres distintos en sus diversas advocaciones. Devotos de la Virgen de Coromoto, nuestra patrona,  la Virgen del Valle, la Chinita, la Virgen de la Paz, María Auxiliadora, todas bañándonos de bendiciones siempre, un país donde se arrullaban a los niños con el Himno Nacional.

Como muchos, me levanto cada la mañana y contemplo mi ciudad, Caracas, con un sol resplandeciente y un cielo limpio. Mañanas esplendorosas y como marco mi montaña un Ávila majestuosa, en realidad una ciudad hermosa, con un clima envidiable, una gran ciudad llena de maravillas por descubrir y que admirar. Los mejores restaurantes, lo mejor de lo mejor imposible imaginar jamás en lo que se ha convertido: Una de las ciudades más peligrosas del mundo, sumida en  un escenario de conflictividad permanente  donde la inseguridad campea, las agresiones, la corrupción gubernamental a pedir de boca  y una atmosfera enrarecida, colmada de gente caminando por estas calles como sin rumbo fijo, caras de miedo, con un nivel de intolerancia sin precedentes en la historia,  gente gris, triste y cabizbaja.

Y así estaba cuando de pronto un mensaje me lanzó un cable a tierra y me llamó duramente a la reflexión,  ¿estallido o explosión social? Nos encontramos casi a punto de una guerra civil o al menos ese fue el  rumor que circulo la pasada semana en las redes sociales. Y este rumor no solo se limito únicamente a la ciudad de Caracas, nos desbordamos, las redes se reventaban de noticias, llamaban a la gente a permanecer en sus casas, a no salir, hubo saqueos, disparos, caos en Petare, el Paraíso, Cotiza, Coche, el Hatillo, Turmero,  Guarenas, Los Teques, Vargas, en Mérida, Lara, Barinas, Guárico, todo por la escasez de comida, el pueblo agolpado se empujaba a las puertas de automercados y abastos intentando entrar a como diera lugar, el hambre….….

Por otro lado las noticias de una marcha estudiantil que terminó en represión desmedida en la UCV  y en Trujillo exigen la liberación de estudiantes detenidos en Valera por manifestar.  En este mismo orden detenciones en Empresas Polar e intervenciones, y agresiones insólitas a Diputados de la Asamblea Nacional que se dirigieron al CNE a exigir respuesta sobre el proceso de  validación de firmas del Revocatorio.  Así vemos como Venezuela se encuentra sumergida en un caos, un desequilibrio y en una anarquía que supera los límites de la tolerancia. Y el Gobierno? Bien, gracias.

De cara a esta triste situación, nos preguntamos ¿cómo hacemos? ¿Cómo rescatamos lo perdido? Esa amabilidad del venezolano, nuestra esencia. Difícil tarea la que nos toca después de más de 17 años de exclusión y maltrato, prisiones, traiciones y odio. Un rencor que nos oscurece y nos perfora el alma.  Y es que los responsables del destino político de este país, quienes deben trabajar en pos del bien común, como lo haría un  buen padre de familia parecieran ausentes o ajenos a la situación,  actuando al margen de la norma, se empeñan en mantener una actitud prepotente y arrogante, todo lo cual genera más crisis, sembrando odio y resentimiento, generan discriminación y enfrentamiento, porque se trata de un gobierno hegemónico.

Se trata de una posición intransigente, dónde no hay dialogo porque no hay conciliación ni zona de acuerdo posible, porque pretenden imponerse a través del  dominio y el control promoviendo la violencia en nombre de la paz. Una autoridad a la que definitivamente no le gusta gobernar  este país, por lo que pretende cambiar su esencia, a su gente, su manera de pensar y actuar, manteniéndose todo el tiempo forzando la barra, manipulando al débil, imponiendo criterios, creencias ideológicas, generando división y oxigenando la situación con la debacle económica que atravesamos. Consumidores que no producen, sin recursos y sin oportunidades en un callejón aparentemente sin salida: todo en nombre de la Revolución.

La realidad es que los venezolanos somos un pueblo pacífico, deseamos un país unido, cohesionado, más humano, donde todos podamos convivir tranquilos, respetando las diferencias de pensamiento, de religión o de posturas políticas con tolerancia y en armonía, en definitiva deseamos vivir en paz.

Lo que ocurre es que existe una confusión de criterios; la paz que ansiamos los venezolanos no se encuentra como muchos creen, en los organismos policiales, ni de seguridad del estado, ni en los militares, porque ellos parten de la violencia para contrarrestar violencia, así fueron formados, por lo que no construyen la solución final, ni mucho menos la salida definitiva al problema de restaurar la armonía,  sencillamente porque violencia solo engendra violencia.

La paz que ansiamos los ciudadanos se encuentra escondida en nuestras escuelas, casas de estudio, en las universidades, en el hogar, en el trabajo, en la capacidad creativa y productiva, en esa evolución espiritual que tenemos los venezolanos para sobrellevar los avatares de la vida;  en  los sentimientos que nos ennoblecen como pueblo y que nos distinguen de otros. La solidaridad, el respeto, la responsabilidad y esa alegría que nos caracteriza, porque hasta de las peores tragedias, los venezolanos hacemos un chiste y somos capaces de reírnos de nosotros mismos. Por eso definitivamente, somos, aunque algo confundido, un pueblo inteligente. La paz  no se logra como creen algunos a través de la imposición de una ideología política, la paz no se decreta, la paz social se construye con voluntades y acciones personales.

Estoy convencida que en este país todos apostamos por la paz y eso es un punto de coincidencia, porque todos deseamos alcanzar el bienestar, social, espiritual y material, que dicho sea de paso merecemos, pero eso si estamos conscientes que no hay paz sin consecuencias,  que no habrá paz mientras no haya justicia, porque esta es una condición sine qua non para que exista bienestar y felicidad. No habrá paz mientras no haya comida, porque es necesario cultivar la tierra y  sembrar las semillas que se conviertan en alimento, que no habrá paz  mientras no haya seguridad, porque es imprescindible respetar la vida los ciudadanos, y que las madres podamos dormir en paz cuando nuestros hijos llegan tarde a casa, tampoco hay paz sin garantías de salud porque la salud es pilar fundamental para la paz familiar.

Para construir la paz hace falta rescatar la verdad, hacer del trabajo la piedra angular del progreso, y dar prioridad a la educación. De manera que todos tenemos la responsabilidad ineludible en la construcción de esa paz que anhelamos, porque este país es de todos. Debemos entender que  la conflictividad es una manifestación de desamor, pero también es una solicitud urgente y una convocatoria a hacer y accionar, una valiosa oportunidad para el cambio y el progreso primero en nosotros mismos, luego de la Nación.

@mauxi1

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