Entre el Fondo, los mercados, la gobernabilidad y las urnas
Jorge Raventos
Antes de que Guido Sandleris, el nuevo presidente del Banco Central de la República Argentina (y tercero de la administración Macri), pusiera en marcha la nueva estrategia de estabilización monetaria, el Presidente de la Nación había empleado oblícuamente el verdadero nombre de lo que hasta allí prefería denominar “tormenta cambiaria”. En una entrevista con la agencia Bloomberg, Macri había asegurado que “no hay chances de que la Argentina vaya a un default”. No es indispensable ser freudiano para saber todas las implicaciones de una negativa de esa naturaleza. Mencionar juntas las palabras Argentina y default es suficientemente revelador.
El riesgo del default fue, si bien se mira, el acelerador de los repetidos abrazos incondicionales al Fondo Monetario Internacional. El gobierno había culpado a factores externos (y a la persistente sequía) por las turbulencias monetarias y buscó afuera una solución.
Lejos de Argentina
Resulta irónico que, basándose en gran medida en un diagnóstico semejante al del gobierno, el Wall Street Journal, un medio que refleja con fidelidad el pensamiento de “los mercados”, haya defenestrado esta semana el plan del Fondo (que entre nosotros circula como plan Dujovne o plan Sandleris) y haya aconsejado a los inversores “mantenerse lejos de la Argentina”.
El artículo, firmado por Jon Sindeu, afirma que el Fondo «no tiene la receta adecuada para resolver los problemas argentinos”. El diario sostiene que restringir la emisión monetaria y abstenerse de intervenir en el mercado cambiario no son medidas que vayan a mejorar la estabilidad, sino la repetición de fórmulas que fracasaron en la década del setenta. «El cóctel de políticas anunciadas se remonta a 1970. Era furor limitar la cantidad de dinero que los bancos centrales podían imprimir. El enfoque resultó inviable y pronto fue abandonado. Muchos de los países en los que el FMI ayudó en aquel entonces no mejoraron en las décadas siguientes».
Si así recibe un medio como el Wall Street Journal el plan del Fondo, no debería sorprender que en la Argentina los juicios sean parejamente rigurosos. Un economista muy ponderado del peronismo alternativo, Jorge Remes Lenicov, escribe en la edición de este mes de Movimiento 21, un órgano de esa corriente, que “el FMI ha perdido relevancia y la aceptación que tuvo en sus primeras décadas (…) el rápido desarrollo del mercado financiero mundial condujo a que los flujos financieros privados y el muy elevado nivel de reservas de muchos países debilitaran el papel del Fondo, que ya no tiene el volumen mínimo necesario para apoyar a un país de tamaño mediano o grande”.
Para el WSJ, centrando la mirada en el plan actual «el determinante clave de la inflación argentina no es la cantidad de dinero en la economía. No es el gasto del Gobierno. No es la política del Banco Central. El problema de estas economías es que están expuestas a lo que ocurre con el flujo global de los capitales. Cuando la Reserva Federal eleva las tasas y los inversores se refugian en el dólar, las monedas emergentes se caen y los precios de las importaciones aumentan».
Como se apuntaba más arriba, el diagnóstico coincide con la determinación de causas que el gobierno enumeraba en los momentos más vertiginosos de la tormenta cambiaria. Navegando sobre una vigorosa ola de crecimiento económico, Estados Unidos se ha convertido en una formidable aspiradora del ahorro mundial. Claro que la moneda argentina es la emergente más golpeada, seguramente por la circunstancia de que Argentina es el país es el más dolarizado per capita, fuera de los Estados Unidos.
Lo cierto es que el diario de “los mercados” aconseja a la Argentina una receta diferente a la del Fondo para enfocar su desarrollo: «limitar las deudas en dólares e intentar contener la puja distributiva. A más largo plazo, en tanto, los elementos del éxito de China pueden ser una hoja de ruta para la Argentina. Esto es estabilidad del tipo de cambio, política coordinada sobre los ingresos y un enfoque de producción basado en exportaciones que se vinculen con industrias de escala».
Es la economía, muchacho
El gobierno no parece dispuesto a cambiar su apuesta: con el plan Fondo (o Plan Dujovne-Sandleris) espera conseguir que la economía llegue a los tiempos electorales dando signos auspiciosos a partir del segundo trimestre del año próximo. Para este año ya ha admitido que la caída será de 2,5 por ciento (una cifra promedio, que en el segundo semestre arrojará probablemente una caída interanual del doble). En cuanto a 2019, el gobierno indica en su proyecto de presupuesto que también tendrá crecimiento negativo. Lo estima en medio punto. El Banco Mundial es más pesimista: calcula que la caída de 2019 será de 1,6 por ciento.
De que la economía mejore (y lo haga a tiempo) depende el contexto en el que se desarrollará el proceso electoral del año próximo. La estrategia oficialista de reiterar una polarización con el kirchnerismo podría resultar un bumerán si la recesión, el desempleo y la inflación persisten. En tal caso, con la economía como tema dominante, el gobierno puede caer víctima de su propio artefacto.
Para colmo, la voluntad de ubicar el tema de la corrupción como eje de campaña (y piedra de toque de la polarización), toma a Cambiemos mal coordinado. Elisa Carrió pretende liderar esa cruzada, darle su marca y su ritmo y parece convencida de que una porción influyente del Pro le quiere arrebatar esa función y ponerle límites.
La diputada ha enfocado los cañones sobre el ministro de Justicia Germán Garavano, a quien amenazó con iniciarle juicio político con la excusa de una frase aventurada de éste, en la que lamentaba que hubiera presidentes procesados y cuestionaba el festival de prisiones preventivas.
En realidad, Carrió presiona sobre el vértice del gobierno para no perder su ventaja competitiva dentro de la coalición: el monopolio de la virtud, un posicionamiento que le permite una condición de socia privilegiada. La pelea por ese monopolio daña al oficialismo, porque la diputada no siempre golpea sobre el cinturón.
El gobierno dedicó bastante esfuerzo a fines de la semana hábil para calmar a Carrió, contenerla y circunscribir esa riña, que tiene otro escenario en la AFIP, donde la diputada parece leer el desplazamiento de funcionarios de su confianza como un intento de encubrir situaciones que afectan al empresario Angelo Calcaterra, primo del presidente Macri.
Polarización y otras intoxicaciones
Es explicable que las dificultades del gobierno y sus socios legislativos sean aprovechadas por la oposición. El kirchnerismo, que esta semana recibió la noticia de que la señora de Kirchner y sus dos hijos han sido elevados a juicio oral por «imputaciones muy concretas de tratar de disfrazar ingresos de flujos de dinero» , parece enfocado en enfrentar al gobierno ásperamente. Y a desplazarlo inclusive “antes de que termine su mandato”, como expresó un vocero artístico del sector.
No es extraño que los derrotados de 2015, junto a aliados radicalizados, apuesten a la catástrofe, al derrumbe de esta experiencia (y de sus consecuencias judiciales) y hasta a la recreación de las condiciones que permitieron el afianzamiento de la experiencia K, es decir a una crisis tipo 2001-2002.
Pese al alto porcentaje de opiniones negativas que pesa sobre la imagen de la expresidente, sus partidarios y sus estrategas apuestan a que la polarización que el gobierno alienta por sus propios motivos terminará beneficiándolos. El proceso brasilero, donde la polarización es también la gran fuerza impulsora, les resulta alentador.
La polarización no es un fenómeno exclusiva ni prioritariamente electoral. Todavía a meses de los comicios, la gobernabilidad se juega en un territorio polarizado.
La lógica de la etapa abierta en 2015 con la derrota del kirchnerismo residió en poner fin a la larga etapa de aislamiento internacional de la Argentina. Esa lógica no fue (ni es) monopolio de la coalición de gobierno, sino de un sistema de fuerzas que se expresó en el ballotage de aquel año, le permitió a Macri, segundo en la primera vuelta, alcanzar la presidencia, y que se reforzó en los acuerdos parlamentarios que desarticularon las políticas aislacionistas de la etapa anterior.
Sobre los sectores que contribuyeron a poner fin a la etapa de aislamiento recae en esta etapa -mientras llega el momento de la legítima competencia electoral- la responsabilidad de priorizar la salida de la crisis y la gobernabilidad.
Cómo actuar frente a la polarización de fondo y cómo neutralizar la polarización electoral en la que están empeñados oficialismo y kirchnerismo: esta es la cuestión que se debate en el peronismo alternativo que empezó a organizarse con la reunión pública de “los cuatro” (Juan Schiaretti, Juan Manuel Urtubey. Sergio Massa y Miguel Pichetto), que pronto se ampliará a otras figuras de peso político como el gobernador tucumano, Juan Luis Manzur, y el de San Juan, Sergio Uñac.