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Entre malandros vivimos

Los venezolanos decentes estamos acorralados. Invadidos por la delincuencia en todos los órdenes.

En nuestra vida diaria, andamos alertas cuidándonos permanentemente de un asalto, de un robo, de un secuestro o, peor, de un homicidio.

Hay que estar bien desubicado para exhibir prendas que reflejen algún valor. Igual con los vehículos, la consigna es circular en autos de bajo perfil, que no llamen la atención. Ni hablar de sacar un celular en un lugar público: el riesgo de pasar un pésimo momento es altísimo. Y así con todos nuestros bienes.

Los secuestros express han crecido a niveles alarmantes. El 90% de ellos no es denunciado, lo cual es un grave error. Domina la creencia, parcialmente cierta, según la cual los cuerpos policiales están llenos de secuestradores. El rescate por secuestro se amoldó al país: los secuestradores se dejaron de pequeñeces y piden ahora directamente dólares o euros.

Las noches en Caracas y la mayoría de las ciudades venezolanas se han convertido en ambientes fantasmales. Las calles están solas, la iluminación ha desaparecido, ya sea por un apagón o porque simplemente no se hace mantenimiento y no se reponen los bombillos.

Ahora bien, en un nivel más “elevado”, el malandraje en Venezuela tiene otras caras.

En la última semana nos hemos enterado de varios ataques a diferentes sedes policiales en El Llanito, La Urbina y Las Mercedes en Caracas, y en Guárico, Aragua y Carabobo.

Lo más llamativo de estos hechos reside en la forma descarada como se han producido. Numerosas motos en sensacionales despliegues que, casualmente, los cuerpos de seguridad del Estado no percibieron. El tipo de armas utilizadas no son pistolitas de agua sino auténticas granadas y sofisticados fusiles de asalto. Armas de guerra que sólo la Fuerza Armada Venezolana debería poseer.

Sorprende la total parálisis del gobierno a la hora de combatir estos hechos.

Pero… ¿acaso de verdad sorprende?

No debería, puesto que estos acontecimientos responden a una lucha de bandas armadas estimuladas desde el propio gobierno por diferentes personeros del mismo. Es una lucha por territorios y por “negocios”, sean estos de drogas, de armas o cualquier otro. Operan también venganzas de ciertos grupos en razón de las últimas acciones desordenadas y poco estratégicas por parte de las llamadas Operaciones de “Liquidación” del Pueblo (OLP).

Finalmente, en el nivel superior, el de más poder en Venezuela, se encuentra el malandraje que controla al país desde hace casi 17 años.

Conocidas son las denuncias que involucrarían a personajes conspicuos del poder en carteles de la droga. Por otra parte, el desfalco que los delincuentes rojos rojitos han cometido contra el dinero de todos los venezolanos es de proporciones incalculables e históricas. Nunca en Venezuela, un gobierno había robado lo que estos personajes se han robado.

Han dejado al país quebrado por los cuatro costados y con muy complicadas posibilidades de recuperación. La corrupción rampante es uno de los signos más evidentes de esta, bien llamada por algunos, “robolución”.

Si el Estado desde arriba hasta abajo está en manos de malandros… ¿qué puede esperar un solitario y desprotegido ciudadano?

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