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Esta es tu ciudad

En la importante serie de entrevistas que con motivo de los 450 años de Caracas lleva Cheo Carvajal en Prodavinci, Zulma Bolívar cita el testimonio de la alcaldesa de Pristina, la capital de Kosovo, que fuera parte de la desaparecida Yugoslavia. Según ella de esa ciudad de población mayoritariamente albanesa, después de la feroz guerra de Kosovo (1996-1999), sólo quedaron las calles y la gente, la que sobrevivió, desde luego. Para sorpresa de muchos no comenzó su gestión por reconstruir la infraestructura sino “por fortalecer a los ciudadanos, que son los que me van a ayudar a reconstruir la ciudad”.

Pero no debería haber sorpresa en esto: desde inicios del siglo XX y en sintonía con la tradición de la Grecia clásica, el mejor urbanismo se fundamentó en la idea de que la ciudad es su población. Más allá de los factores naturales, asociados a la localización, la calidad de las ciudades depende de factores producidos por los humanos, es decir la infraestructura física y las normas y valores institucionales, tanto formales como informales.

Los factores naturales (topografía, clima, paisaje, etc.) son datos de la realidad esencialmente inmodificables, mientras que sí es posible operar sobre los producidos. De estos no cabe duda que los institucionales cobran un particular relieve que es posible ilustrar con un ejemplo caraqueño.

A finales del siglo pasado se inició la construcción del Metro, el sistema de transporte subterráneo de Caracas, una infraestructura destinada a producir un cambio trascendental en la ciudad pero que respondió a una iniciativa casi exclusiva del gobierno central, desde su planificación hasta el financiamiento: sin exagerar demasiado puede afirmarse que para la ciudad fue una suerte de regalo caído del cielo. En cambio, cuando el sistema entró en servicio, CAMETRO, la empresa estatal que lo opera, inició una inteligente campaña de concienciación que hizo que psicológicamente la ciudadanía se apropiara de él y lo utilizara de manera cívica y racional al punto de crear la imagen de dos ciudades: la subterránea, limpia, segura, ordenada, donde los usuarios se comportaban respetuosamente, y la superficial, sucia, insegura, caótica y agresiva. Con la llegada de la “revolución bolivariana” con sus prácticas populistas, su aversión por la ciudad y su menosprecio hacia la ciudadanía, esos valores han desparecido terminando por afectar la misma calidad de la infraestructura.

Como se ha repetido con insistencia en esta columna, Caracas reúne factores naturales excepcionales que la colocan en una clara posición de ventaja respecto a otras ciudades, pero ellos son contrarrestados por el sostenido deterioro de los factores producidos.

Su infraestructura, que en el pasado cercano superaba a la de la mayoría de sus pares en la región, hoy registra grados notables de deterioro y obsolescencia que es indispensable superar poniendo énfasis en los servicios básicos, el espacio público y los equipamientos colectivos (salud, educación y cultura), fortaleciendo al máximo la iniciativa de los gobiernos locales. Pero quizá el reto mayor es el referido a lo institucional, donde la ciudadanía, largamente acostumbrada a un modelo rentista que pone la carga en el gobierno central y convierte al ciudadano en un ente pasivo, debe adoptar un protagonismo radicalmente nuevo a partir de un profundo cambio en los valores (costumbres, tradiciones, patrones de conducta) apoyado en sistemas democráticos de gobierno donde los poderes locales dispongan de amplia autonomía política y financiera. Una tarea compleja que requiere lucidez y perseverancia.

Los caraqueños de fines del siglo pasado hicieron suyo el Metro. Cuando sientan que “esta es mi ciudad” ella habrá renacido, aunque todavía se registren carencias en la infraestructura.

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