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Estúpidamente incorrecto

Hablar de economía, no siempre resulta de grata pertinencia. Más, porque su léxico o no se entiende o sus opiniones lucen algo desagradables. Aunque no tanto por lo engorroso de todo cuanto intenta explicar, como por lo agorero que sus comentarios pueden incitar. Así que cualquier alusión desde la economía a los problemas que su praxis puede deparar, pudiera parecer grotesco. Y hasta insultante. Sin embargo, el discurso que moviliza la economía es necesario pues la economía es para la sociedad lo que el viento en el aire es para el vuelo. O sea, imprescindible.

De sus implicaciones, han dependido no sólo que muchos países hallan alcanzado el desarrollo que el entorno social reclama. También de sus procedimientos socialmente adoptados, han pendido decisiones que han devenido en guerras, conflictos coyunturales, suspensiones de garantías, derechos y libertades. Por otro lado, la existencia de ámbitos de la economía solapadamente instituidos, sirven como causas políticas para propiciar ejecutorias de gobiernos vinculados con intereses autoritarios, totalitarios o demagógicos.

Toda necesidad asociada a la vida del ser humano en cualquier instancia de movilización, acusa la incidencia de la economía en tanto que planifica, organiza, administra, coordina y evalúa la dinámica social. Aunque lo contrario, requiere igualmente de la intervención de la economía en aras de los objetivos trazados. Sin embargo, tan controvertida situación induce problemas, paradójicamente, de naturaleza económica. Pero al fin, problemas que sólo la teoría económica es capaz de sortear.

Venezuela es un caso dramático de lo que acontece en medio de procesos económicos aprovechados para distorsionar realidades y conmocionarlas en función de ideologías políticas obsoletas o descabelladas. Solamente, por enquistarse en el poder a costa de lo posible e imposible. De lo permitido y lo prohibido.

Aunque ningún problema económico está sujeto a una solución de corte exclusivamente económico, igualmente es cierto que todo problema económico está inmerso en un ámbito profundamente vinculado al ejercicio de la política que a su alrededor opera. En Venezuela, estas realidades alcanzaron una mistificada preeminencia luego que la praxis de una economía endosada de “revolucionaria”, forzó la razón y lógica establecida por la teoría económica cuyos postulados fundamentan la conciliación necesaria entre recursos y necesidades.

Por otra parte, cabe alegar que la deformación que adolecen las mal llamadas políticas económicas nacionales, son la mejor expresión de la ineptitud de gobernantes que no han comprendido las pérfidas implicaciones de una economía manejada con criterios populistas. Lo que ha derivado tan aberrante concepción, es propio de ser divulgado por la principal autoridad internacional en verificación de records mundiales en distintos rubros y menciones. O sea, tan gigante embrollo, producto del pésimo manejo de la economía nacional por el obstinado régimen socialista, ha ganado los “méritos” para que sea reconocido como tan mayúsculo embarro. De esa forma, ser publicado en el libro correspondiente que divulga lo más insólito sucedido en el mundo. Y que sin duda, lo ha logrado el comportamiento de la economía venezolana como la economía más subversiva del planeta.

Así lo paradójico de todo ello lo evidencia el caso de una economía petrolera, sin petróleo, sin gasolina, sin gas. Tanto así que como fuente del principal ingreso y con el ímpetu económico para configurar la renta nacional, dejó de serlo. Ahora el objeto de renta cambió de naturaleza pues el país adquirió la forma jurídica de un narco Estado, de un Estado forajido. Pero tanto como eso o más, de un Estado en ruina.

Los agentes de la economía mutaron. Ahora no son los inversionistas, ni tampoco los empresarios. Es decir, las ecuaciones que ajustan la dinámica económica para validar los indicadores que definen las Cuentas Nacionales, perdieron su espacio en la tabulación de la estructura financiera integrada sobre el cual se apoyaba la movilización económica del Estado venezolano. Ahora son actores de otra naturaleza. Ahora apareció el sector militar disfrazado de agente económico.

El papel moneda, dígase “billete”, dejó de ser un medio de pago para convertirse en vulgar mercancía sensible de supeditarse a los mecanismos perversos de la oferta y la demanda. El billete lo compran para pagar la gasolina en efectivo, a los militares. El billete venezolano se desfiguró en su esencia. Ahora lo buscan y pagan el doble por los de alta denominación. Así no quedan rastros de transferencia en los negocios o usureras transacciones para los cuales es utilizado. Todo, sin que el alto gobierno tome control de la situación. Bien sea por omisión o complicidad, pero se desentiende de tan crasa problemática.

En medio del descalabro que ha infundado la retorcida economía venezolana, vale preguntarse, ¿cómo persuadir al venezolano, mal acostumbrado a la riqueza fácil, que trabajar para producir tiene el mayor significado que provee la economía que apuesta a edificar y solidificar el desarrollo? Es lo que debe ocupar el sentido y dirección de la gestión de gobierno. Ya que lo contrario o la alcahuetería de toda confusión alevosa y premeditada, crea un producto económico estúpidamente incorrecto.

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