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¡Eureka!: La Revolución ya solucionó el problema del tránsito

Alguna vez, de acuerdo a su censo poblacional, Venezuela  fue uno de los países con mayor tránsito vehicular de Latinoamérica. Disponía de un vehículo por cada 5 ciudadanos. Tantos eran que, inclusive, se estimaba que cada venezolano permanecía un promedio diario de 4 horas en vehículos, en ir y venir de su trabajo o trasladándose a cualquier lugar.

Egildo Luján Nava

También que era lo mismo que le acontecía a los usuarios del transporte público, quienes, además, lo hacían entre largas e interminables colas, apretujones, golpes, maltratos. Y que, como si fuera poco, en el caso de lo que sucedía en el servicio público Metro de Caracas, todo iba más allá. Porque lo normal era que la movilización se produjera entre agarrones morbosos, forcejeos  en la entrada y en la salida de los trenes, como entre la normal sustracción de bienes de los bolsillos de incautos pasajeros, o de descuidadas damas con el empleo de sus carteras.

Pero eso que, en su momento, fue un verdadero dolor de cabeza para las autoridades municipales y sus múltiples asesores técnicos, como sociólogos e investigadores del comportamiento urbano, es un asunto del pasado. Porque todo terminó cuando llegó la “revolución”. Su liderazgo, personal experto e inspirados estudiosos del devenir social, se ocuparon del “gran cambio”; del encuentro humano con la paz, la tranquilidad, el sosiego y el amplio espacio para la felicidad infinita.

Y lo hizo, desde luego, a partir de un “golpe maestro” que consistió en un detenido estudio profundo, audaz, impactante, basado en la detección de que durante la “cuarta” fue excesiva la dedicación de esfuerzos humanos y recursos financieros para minimizar el problema que consistía en asignarle números del 1 al 9 como terminales a las placas de los vehículos; prohibirle el disfrute del constitucional  derecho a la movilización mediante la fijación de un “día de parada”.

Lo grave -o peor- fue que esa misma ”cuarta”, finalmente,  resultó incapaz de admitir que todo eso no pasó de ser un débil e insuficiente paso técnico administrativo, al igual que las demás medidas adoptadas en adición a ese cúmulo de errores.

Cierto es, entonces,  que, para fortuna de la población urbana, la felicidad de la ciudadanía, el rendimiento productivo y competitivo de la economía de la Capital de la República, en primer lugar, el sistema revolucionario se hizo presente. Luego, después de un sabio y acertado proceso de extremo  razonamiento y culminación de un estudio transformador, concluyó en que la mejor solución al serio problema del tránsito, sin duda alguna, consistía en el audaz paso de hacer posible la desaparición de vehículos o que dejaran de circular.

Es así como se producen las multitributaciones nacionales, estatales y municipales, además de aquellos célebres impuestos al lujo para castigar esa debilidad pequeño burguesa de andar contaminando la ciudad en vehículos de alta cilindrada, afectando el derecho humano a no ser víctima de la contaminación.

Después  aprueba el establecimiento de un rígido sistema de control de cambio y de precios, lo suficientemente rígido, inflexible e inmisericorde  con los gustos exquisitos por andar en vehículos de un lado a otro. Y se “frena” la libertad de acceder a divisas para ensamblar más y más vehículos, seguir llenando a las ciudades de focos contaminantes y provocando desvíos en el gusto excesivo para lo material de parte de una ciudadanía que debía ocuparse de enriquecer su espíritu renovador, transformador, de avanzada; jamás de andarse moviendo en vehículos.

Lo cierto es que, con el establecimiento del régimen cambiario, todo se convirtió en la implantación de modalidades efectivas en el  acceso a las divisas, su administración, aprobación, adjudicación y liquidación a favor de las plantas ensambladoras. Suficiente, inclusive, para hacer posible que en Venezuela, donde aún existe una capacidad instalada para ensamblar  cada año poco más de 400.000 unidades, la producción final se circunscribiera en el 2017 a sólo 2.000 unidades. Mejor dicho, a apenas el 1% del volumen de la instalación productiva.

A partir de allí, sin duda alguna, todos, autoridades y administrados, sabían lo que podía suceder: lo que sucedió. Que varias fábricas importantes se fueran del país y, por consiguiente, que se perdieran miles de empleos. Sin duda alguna, a abrir las puertas para transitar por el tortuoso camino por el que se han visto obligados a movilizarse también los fabricantes, importadores, exportadores  y comercializadores de autopartes, acumuladores, neumáticos, talleres mecánicos, empresa de seguros y hasta pequeñas empresas que intervienen en las actividades del mantenimiento.

Ahora, ¿cómo es que ese acierto gerencial revolucionario no ha sido  capaz de impedir que todo concluya en el cierre de centenares de empresas, desde ensambladoras hasta modestos vendedores de lubricantes; desde exportadores de autopartes hasta vendedores de repuestos ubicadas en estaciones de servicios de carreteras del país?.

Existen audaces analistas y estudiosos  que consideran injusto que insistan en afirmar que lo que ha sucedido en este sentido, pueda ser atribuido a errores gubernamentales. No. Forma parte de una audaz manera de solucionar el grave problema del tránsito en Venezuela, principalmente en el medio urbano, y lo cual depende, inevitablemente, de ciertos sacrificios ciudadanos en favor de la Patria y del legítimo derecho que le asiste al pueblo a vivir en un ambiente de paz y de sosiego.

El país podía perder empresas, empleos, someterse a alguna que otra situación de escasez; incluso, al desabastecimiento de vehículos o de repuestos, baterías o de cauchos. Pero todo lo que se haga por el pueblo y para el pueblo, es la pura gloria; la gloria pura. Y debe valorarse.

Es el mismo valor que se le debe dispensar a la casi vida eterna que distingue al régimen de control de cambio, valioso instrumento de lucha en contra de la apátrida guerra económica que, desde luego, ha hecho posible y justificado  todo lo que se ha debido hacer para evitar que se sigan fugando las divisas del país. De no haberse hecho así, la administración del Estado se habría visto seriamente afectada en la óptima atención y ejemplar atención que, día a día, en materia de oferta de bienes de primera necesidad, llámese alimentos y medicinas, se le presta a la población, aun en el más lejano de los rincones de la nación.

¿Valía o no la pena que, para solucionar el grave problema del tránsito, se dieran esos pasos?. Inclusive, se trata de decisiones que, en la basta dimensión de sus propósitos, no han impedido el cumplimiento de acuerdos suscritos con países amigos y hermanos, dada la seriedad con la que actúa la revolución.

Es así como, para gloria de la Patria, se ha podido avanzar en el oportuno y responsable cumplimiento de los subsidios que el país debe honrar en su relación con Cuba, Centro América, Las Antillas, Ecuador, Brasil, Bolivia, Argentina, países africanos, sin olvidar acciones sociales audaces   como la atención a los pobres ciudadanos norteamericanos del Harlem, en la sufrida y muy pobre ciudad de Nueva York.

Es verdad, en el fondo, todo se traduce en el uso indebido de reservas económicas y petroleras para hacer posible, materializar  estas obras de buena voluntad y vecindad. Inclusive, se han suscitado casos en los que se han propiciado grandes negocios con dólares subsidiados para que algunos privilegiados pudieran ganar enormes fortunas y poder garantizar su gran fidelidad al régimen. Pero para la causa revolucionaria, transformadora y progresista bien valía la pena este semejante desprendimiento.

Es, de paso, la misma causa en la que sobresale  sembrada hasta el alma otra acción digna de un esfuerzo de avanzada: la refinación petrolera, la oferta de combustible y de otros derivados, como son los lubricantes. Había que impedir que siguiera fungiendo de activador del pesado tránsito venezolano. Y es así como, por obra y magia de un experto de avanzada, además de haberse  dejado minimizar la refinación de crudo en el país, se hizo lo indecible para que la producción de crudo comenzara a declinar aceleradamente.  Y a tal extremo de ha llegado que actualmente, cuando pareciera un hecho que el precio del petróleo se mantendrá estable en los sesenta dólares durante los meses venideros, sólo Venezuela no le saca provecho a ese logro de los acuerdos entre los miembros de la Opep y los productores independientes.

La revolución, definitivamente, sí pareciera haber logrado solucionar el problema del tránsito en el país. Pero lo que se desconoce es a qué precio. Porque ni divisas quedaron para evitar que ahora, entre billetes y billetes justificadores de dinero inorgánico en cantidades industriales, no haya ni dólares para atender la demanda interna, pagar deudas deudas externas e impedir que el hambre se despoje de su vestimenta cruel y se convierta en seria y macabra hambruna, al mejor estilo de todas las que se gestan y hacen crecer sus promotores en los regímenes autocráticos.

Sin duda alguna, se ha impuesto el ingenio revolucionario. El tránsito  ya  no es el problema de hoy. Las calles, avenidas, autopistas y carreteras del país están solas. Ya ni pareciera ser importante que, de paso, estén deterioradas, abandonadas, a oscuras y enmontadas. Quizás, además, tienen razón aquellos que, en voz baja, bromean diciendo que el silencio gubernamental ante el reclamo de los conductores de pasajeros demandando libertad de tarifas, es para evitar darle espacio a quienes pudieran promover la ocurrencia de llenar las vías de vehículos nuevamente, y afearle la cara a ese ejemplar logro  de los últimos años en el país.

No cuenta ni importa que choferes del transporte público hayan anunciado que el 85% de las unidades de transporte público están fuera de servicio y paralizadas en cementerios de vehículos a todo lo ancho y largo del territorio nacional.

Tampoco interesa que el grueso de vehículos de uso privado estén igualmente parados; bien por estar dañados, o porque  repararlos cuesta un dineral. Por miedo a salir y no conseguir gasolina, aceite, cauchos o baterías, entre otras cosas, o por miedo de ser asaltados o robados por el hampa común en cualquier vía pública.

Sí interesa, y llama la atención, en cambio, que dicha conquista venezolana haya terminado siendo una referencia del máximo interés para otros países del continente y diversas partes del mundo. De hecho, están solicitando asesorías  y vivir de cerca la experiencia que, a decir de investigadores de hechos insólitos, esto es un verdadero milagro. Una razón de peso para gritar ¡EUREKA¡, lo hicieron posible.  ¡Ya no hay problemas de tránsito en Venezuela!.

¿Acaso se aplicó la misma metodología, sabiduría  y pericia en el caso de la salud?. Porque, innegablemente, es otra conquista. Por lo demás, adecuada para seguir expandiendo el nuevo concepto de turismo médico que se ha sembrado en Venezuela, y el cual hoy hace posible que cualquier sutura o superación de uñeros, sea facturada en dólares, indistintamente el lugar y condiciones en que se haga semejante maravilla médico asistencial.

Por otra parte, ¿cómo no presentar como modelo la metodología revolucionaria  el hecho de que, en un abrir y cerrar de ojos,  se puedan superar los problemas de obesidad y a módico precio, sin dolarización? Es un hecho, y sujeto a toda prueba: ¡en ninguna parte del mundo se ha logrado alcanzar un récord haciendo posible que, en promedio, toda la población de un país pierda hasta 15 kilogramos durante sólo un año. ¡Solamente un año!

¡Se pierde de vista cada conquista revolucionaria, modelo ejemplar de una auténtica revolución bonita!

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