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Factor humano: La desgracia del Chapecó y el milagro en el Hudson

«…no viajo en avión porque entre la eternidad y yo, solomediaría un pedazo de lámina…»

José Lezama Lima (cito de memoria una entrevista del granpoeta cubano).

 

En pleno insomnio, alta la madrugada, suelo sintonizar canales satelitales que proponen lo mejor de su programación, lo menos comercial, claro está: películas clásicas, de arte o reportajes de interés limitado a las pequeñas audiencias noctámbulas. Es el caso de la TV5 francesa, la italiana RAI, la TV española y en contadas ocasiones, de la brasileña «O Globo». Así que en una de esas interrupciones involuntarias del sueño, la semana pasada devino en vigilia para mí: en plena noche de desasosiego la programación se interrumpió para dar un aviso de última hora con la noticia del avionazo en Colombia.

Sucede que me toca de cerca esta tragedia. He disfrutado, casi una década viviendo en la tierra pródiga de flor y canela de Jorge Amado y en las macondianas ciénagas de García Márquez, y me afectan los descalabros y tristezas que castigan a dos bellos países sudamericanos que preservo en mis afectos con nostalgia creciente.

Agoté, durante una semana, toda la información a mi alcance para tratar de conocer las razones de un accidente que provocó el desaparecimiento de 71 personas, incluido un equipo entero de futbol; de directivos del club de Chapecó, en el bello estado de Santa Catarina de donde era oriunda Anita, la amada de Garibaldi; de periodistas de varias fuente deportivas y casi toda la tripulación.

Afortunadamente, en medio de la desolación irrumpió un escaso milagro: sobrevivieron seis personas, entre ellos, dos miembros del equipaje.

Aclaro de antemano que no soy «hincha» –palabra espantosa si las hay- pero no puedo sustraerme al clamor universal que despierta ese deporte. Otra cosa es que me resista a entender la especulación multimillonaria, ejercitada sin pudor alguno en euros y dólares, para «la compra y venta» de un jugador, aunque tenga «pies de barro», como las célebres «fichitas» defraudadoras del fisco a las que concede amnistía mediática una afición urgida de símbolos para venerar, según San Marketing.

Polémicas, discusiones, o preferencias aparte, entiendo que un acontecimiento como éste, triste y lamentable, haya despertado intenso clamor en el ánimo de todo el continente, además de enorme repercusión en los tres países involucrados. Las sensibles imágenes de un funeral oficial, digno y respetuoso, celebrado en el terreno de juego de los ausentes, le dieron la vuelta al mundo y nos conmovieron. En momentos como este los brasileños despliegan con elegancia la vital y honda expresión de su «saudade».

Al estupor devastador inicial se agregó la inmediata curiosidad por conocer las circunstancias probables del accidente. Ya al día siguiente se especulaba en que habría prevalecido una decisión equivocada de quien acabaría enfrentando un fallo mecánico rotundo. Uno de los diarios españoles que consulto cotidianamente fue el primero en adelantar la hipótesis de que el accidente podría atribuirse a la mezquindad de no incurrir en «gastos» y tratar de «ahorrar» impuestos de aeropuerto y de operación y multas seguras, evitando repostar en una escala cuyo ridículo costo se calcula en cinco mil dólares; todo ello, a pesar de habérsele advertido al piloto de que estaba incumpliendo normas elementales de seguridad. También se han revelado otros episodios similares en los que se había visto envuelta la misma pequeña compañía aérea de orígenes dudosos, por no decir espurios. Atroz, simplemente. La nave no tenía autonomía suficiente para llegar a su destino con el combustible que llevaba y ahora se difunde, en otro lance infausto de dados, que la busca de un video-juego en las maletas de un pasajero habría causado una demora que significó no llegar a tiempo a una escala obligada dentro del territorio Boliviano, lo que hubiera representado la diferencia entre la vida y la muerte.

Es cierto que a la diversa información cruzada, a partir de grabaciones, testimonios directos y análisis de expertos, lejos de cualquier conjetura o especulación, se suma también la inevitable reflexión de una suerte de fatalidad, y de imponderables, como la confluencia de otro avión con dificultades pero con prioridad de aterrizaje en las cercanías del mismo aeropuerto de Río Negro: el leve atraso y los sobre vuelos ya sin combustible habrían incidido en la vulnerabilidad del transporte de bandera Boliviana siniestrado. Resulta doloroso saber que a escasos minutos de llegar a su destino, se hayan desplomado tantas vidas prometedoras; la colina del desastre se avista desde el aeropuerto, a vuelo de pájaro.

Y con cierta crueldad involuntaria, estos momentos trágicos coinciden con el estreno en América  Latina de la última película dirigida por Clint Eastwood, con Tom Hanks como protagonista principal, sobre el llamado «Milagro del Hudson», la historia del Airbus 320 que una tarde helada de enero de 2009 acuatizó en Nueva York. Este hecho, cargado ahora de ironía, prefigura un juego adverso del azar. Por una parte, asistimos a la radiografía Holywoodesca y triunfalista, finalmente, de un accidente resuelto de modo favorable, gracias a la pericia y a la decisión acertada de un piloto con 42 años de experiencia; Chelsey Sullenberger salva a todos los pasajeros que transporta, 155 en total; y por nuestro lado en Latinoamérica, nos deparamos con un accidente «anunciado» y con la grave sospecha de que un piloto se habría jugado la vida y la de todo su pasaje, por no haber querido incurrir en gastos adicionales, aparentemente extraordinarios; es decir, que en ésta tragedia pudo haber prevalecido un factor humano mezquino sobre lo invaluable que representaba la existencia de las personas desaparecidas.

Al final, triste pero también indignado, intuyo otro signo de estos tiempos aciagos en que las noticias de una madrugada inadvertida nos aporta el desaliento de un accidente que pudo haberse evitado.

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