Felipe VI
Franco encabezó un larguísimo período de transición que, al exaltar a la España Sacra e Imperial, desconociendo a Juan de Borbón, convirtió en monarca a su hijo. Y a éste, le tocó sortear las más variadas dificultades para contribuir al establecimiento de una democracia que, suele olvidarse, tuvo por pilar los fructíferos pactos de La Moncloa.
De Felipe de Asturias sabemos por su frecuente participación en los actos de transferencia del poder en América Latina, amén de sus discursos con motivo de la concesión de los acreditados premios anuales que llevan su nombre. Empero, retenemos todavía la imagen del imperturbable príncipe que se apersonó en el propio escenario de la tragedia acaecía en el estado Vargas, años atrás, frente a la incontinencia verbal de Chávez Frías, trastocado el padre Borbón en casi un compañero de los juegos de dominó o bolas criollas, faltando a una mínima y deseable formalidad de Estado.
Obra a favor del heredero, una prolongada preparación y un sentido de sobriedad que echamos de menos en este lado del mundo. Sin dudas, requisitos indispensables para perfeccionar el olfato político y entrarle a materias difíciles como Catalunya, la crisis económica o la reforma constitucional, por no mencionar el creciente sentimiento republicano, también marcado desastrosamente por la historia.
En la Venezuela cada vez más aislada, colgada de una ventana digital que amenaza con cerrarse, ya la política española no goza de la vecindad que concedían revistas como Cambio-16 o Interviú de gran circulación en el pasado, como tampoco cuenta con la versión original de Hola para los más banales o Claves de Razón Práctica para los espíritus reflexivos y críticos. No obstante, más allá de los oropeles, de un modo u otro continuamos pendientes de la riqueza del debate democrático peninsular y de la futura actuación del rey Felipe VI.