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¿Fin del nacionalismo liberal?

A raíz de los acontecimientos turbulentos y políticos surgidos en varios países de América Latina, algunos de ellos surgidos por fallas o deficiencias en procesos electorales, creemos de interés referir la similitud de estos hechos con otros acontecidos en la historia sobre los cambios políticos que pudieran serles concomitantes o que afloren similitudes para su comprensión.

Es el caso, que se especula de lo que viene ocurriendo desde el cambio político radical surgido en Venezuela con la llamada “revolución” e implantación del movimiento acuñado como “socialismo del siglo XXI” y se le quiere asimilar como una regresión a la caótica situación política que generó en debacle por falta de educación sobre la materia. En tal sentido, queremos iniciar una serie de propuestas en el debate, a los fines de alertar a los legos, para que no caigan en falsas expectativas, muy peligrosas, especialmente en el desarrollo de los acontecimientos en Venezuela, manejados por la Asamblea Nacional bajo la batuta de Juan Guaidó.

El caso nos obliga a remontarnos en la historia, cuando a finales del siglo XIX comenzó a ceder el nacionalismo liberal, cuyo fin principal y orientación ideológica conducía a la consolidación del Estado-nación y a las oportunidades de un gobierno basado en la soberanía popular, ante el nacionalismo integral, imperial o totalitario, el cual glorifica al Estado como el punto más alto para enfocar la lealtad individual, con­centrándose fundamentalmente en la seguridad del Estado, que involucra el incremento del poderío militar frente a los demás Estados y fomenta además, políticas nacionalistas motivadoras de sus propios intereses.

Este nacionalismo, influenciado por las rivalidades industriales, comerciales, imperiales y militares de fin de siglo, dio como resultado grandes presiones populares que obligaban al Estado a su protección contra la competencia extran­jera, lo cual produjo un estallido convulsivo interestatal, que dio origen a las dos guerras mundiales del siglo pasado.

Sin embargo, convenciéndonos del auge y la decadencia de las nuevas doctrinas que afloran, y que han persistido y orientado a Europa y Occidente durante las diez décadas del pasado siglo, no podemos dejar de mirar otras latitudes, que tanto en la crea­ción de la Historia Antigua, como en la del pasado reciente, muchas de ellas han influido con su filosofa, sus ideas políti­cas y su doctrina, aun cuando independientes de las de Occidente. Entre ellas China, India, el Islam, Japón y África, que debemos tomar en cuenta en cualquier análisis socio-político y más espe­cialmente, si estamos refiriéndonos al devenir político después de los actuales acontecimientos.

En este desenvolvimiento ideológico son muchos los acontecimientos que marcaron pautas en los cambios ideológicos, tal es el caso de la cruzada contra el fascismo en la II Guerra Mundial, las acciones en favor de la paz en la posguerra, y el más notorio e importante, el conflicto ideológico de la Guerra Fría, donde los Estados Unidos y la Unión Soviética, en acción bipolar, mantuvieron una pugna política, económica y psicológica por imponer su dominación en todas las zonas del planeta.

En la conflictividad actual, no debemos olvidar, que en los años finales del siglo XVIII, durante todo el siglo XIX y al menos, durante siete décadas del siglo XX, se produjo el inicio, la implantación y el desarrollo de la práctica del capita­lismo, doctrina política fundamentada en el laissez-faire de la libre empre­sa, la propiedad privada de los bienes y de los medios de pro­ducción, un sistema competidor de incentivos y utilidades, la iniciativa individual y la ausencia de restricciones gubernamen­tales en la propiedad, la producción y el comercio, junto con los conceptos democráticos del liberalismo político, que reemplazaron el orden económico, político y social establecido por el mer­cantilis­mo y la monarquía; sistema económico y político instaurado, que produjo la Revolución Industrial, la que, desde entonces, ha sufrido variadas transformaciones, manteniéndose aún vigente como sistema económico.

Tampoco debemos olvidar, que el término socialismo, ha servido para designar a las teorías y acciones políticas, que defienden un sistema económico y político basado en la socialización de los sistemas de producción y en el control estatal, parcial o completo, de los sectores económicos, opuesto frontalmente a los principios del capitalismo. Doctrina socialista, que ha tomado diversas formas y concepción desde su aparición; desde la que acepta los valores democráticos, hasta las que establecen como necesarios el absolutismo y la dictadura; y en su evolución, el socialismo se ha centrado en la posibilidad de dos categorías: la social-democracia, que se esfuerza por lograr sus fines utilizando la maquinaria del Estado, con el que llega democráticamente al poder para modificarlo pacíficamente; ejemplos de los cuales encontramos en Suecia, Inglaterra, y en otros países de Europa; y el socialismo-marxista, que considera que el poder para el logro de sus objetivos solo puede ser obtenido mediante la violencia y la destrucción de las instituciones capitalistas y democráticas existentes.

A este último corresponde la orientación de la Unión Soviética y los países de Europa Oriental que conformaron la URRSS, y muchos países que siguieron su línea en Asia, América y África.

La revolución bolchevique de 1917, concretó las bases de la ideología marxista, con la contribución de Lenin, cuya mistificación marcó el inicio de la historia política de la Unión de Repúblicas Socialistas, de las democracias populares, como han solido llamarse, y de los partidos comunistas del mundo, ideología que ha sido teorizada por los más grandes líderes del comunismo mundial: Stalin, Kruschef, Mao Tse-Tung, Liu Chao-chi y otros, cuyas decisiones políticas, guiadas por la ideología, contribuyeron a desarrollarla.

Ahora debemos preguntarnos, ¿A cuál de las teorías se acercan más los movimientos insurgentes en América Latina, incluyendo el “socialismo del siglo XXI?

@Enriqueprietos

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