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Fin del TLCAN detrás de un muro de aranceles

José Luis Ortiz Santillán

En los años ochentas, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM), recomendaban a los países en desarrollo liberalizar sus mercados y abrir sus economías a la competencia internacional, poniendo de ejemplo el éxito logrado por los tigres asiáticos (Corea del Sur, Hong Kong, Singapur y Taiwán). Imponer el libre comercio se convirtió en el objetivo de los países desarrollados y de las multinacionales, no sólo del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT), la actual Organización Mundial del Comercio (OMC), cuyo objetivo primordial era hacer del mundo una enorme unión aduanera.

Con la globalización y la desregulación financiera, llegó el nuevo regionalismo comercial, la creación de bloques comerciales y zonas de libre comercio, a través de la firma de tratados de libre comercio, primera etapa de la integración regional. Los gobiernos de México cayeron bajo en embrujo y desde 1993, cuando firmaron el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), llegaron a rubricar 16 con diversos países, incluso con Israel.

El TLCAN, criticado por las simetrías entre los tres países, parecía una oportunidad para hacer de América del Norte un nuevo espacio de integración regional, capaz de hacer contrapeso a la Unión Europea. La teoría económica, sobre todo el premio novel de economía 2008, Paul Krugma, había explicado suficientemente el tema de la redistribución de los factores de producción y el efecto de las ventajas comparativas bajo el libre comercio; de tal forma que nadie firmó sin saber cual era el objetivo final y lo que pasaría.

Las razones que ha expuesto el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, para terminar con el TLCAN, han sido precisamente las que desde la teoría se conocían de antemano. Las empresas iban a buscar instalarse en el país que ofreciera las mejores condiciones de producción entre los tres países firmante, los Estados Unidos, México y Canadá; de aquí que al encontrar en México los recursos naturales y la mano de obra barata decidieran instalarse aquí.

Lo lógico de la renegociación del TLCAN hubiera sido profundizar la integración entre los tres países. Pasar a convertir el TLCAN en una unión aduanera, donde las arancele para el comercio con terceros fueran iguales en los tres países y avanzar en la reglamentación del mercado laboral, así como en los temas de seguridad social derivados de ello, entre otros temas. Pro todos sucumbieron a las amenazas de Trump ycomenzaron a renegociar un nuevo acuerdo comercial con aranceles para poner fin al TLCAN, permitiéndole cumplir una de sus promesas de campaña.

La imposición de aranceles a las importaciones procedentes de México por parte del presidente Trump, disfrazadas de sanciones por permitir la emigración ilegal a su país, la inmigración ilegal a territorio mexicano de centroamericanos y facilitar la entrada a su país de drogas; en realidad esconden su verdadero objetivo de doblegar a los constructores de automóviles de su país, de Japón y de Europa, que han optado por instalarse en México.

Elsorpresivo anuncio del presidente Trump sobre las sanciones aduaneras contra México, sorprendió a todos. Un día antes el presidente Andrés López Obrador solicitaba al senado que ratificara el nuevo acuerdo comercial;pero, sobre todo, sorprendió a los fabricantes de automóviles; pues empresas como Mazda, no tiene plantas en los Estados Unidos y en 2018 construyeron más de 180 mil unidades en México; Nissan, produjo alrededor de 770 mil en las plantas mexicanas; Toyota más de 190 mil, y la mayoría de las unidades se enviaron a los Estados Unidos.

El presidente Trump ha amenazado con aumentar los aranceles atodos los productos importados desde México en un 5% a partir del 10 de junio; posteriormente,los elevará cada mes hasta que el gobierno de México detenga el flujo de inmigrantes ilegales que llegan a su país y las drogas; señalando que sin no lo hace, en octubre la tasa podría llegar al 25%.

Aunque es absurdo que un país firmante del TLCAN imponga aranceles generalizados a las importaciones de productos provenientes de otro, pues existen salvaguardas para cada caso y mecanismo para solucionar controversias dentro del Tratado, el presidente Donald lo ha hecho. Ahora México debe actuar en base a los acuerdos firmados en 1993 que le dieron vida al TLCAN, vigente aún, y no en función de un acuerdo comercial con aranceles que aún no ha sido ratificado y el cual es repudiado por los demócratas.

En principio, el aumento de los aranceles penalizará a los grandes fabricantes de automóviles establecidos en México. Debido a que japoneses, europeos y americanos, han instalado una buena parte de sus fábricas en el país para alimentar el mercado de los Estados Unidos. El efecto ha sido demoledor, las acciones de Toyota, Nissan, Mazda y Honda cayeron en el mercado de valores este viernes pasado al conocer la decisión del presidente estadounidense, arrastrando a Renault, VMW y Volkswagen.

Del total de las exportaciones que realiza México a los Estados Unidos, más de 350 mil millones de dólares, una gran parte son productos que salen de las armadoras.De este modo, el presidente Trump ha sumado un nuevo país a la guerra comercial iniciada con China, empujando a México a fortalecer sus relaciones con el país asiático y Rusia, dentro de una geopolítica que nunca han deseado los estadounidenses, temerosos de ver el poderío chino y ruso en el sur de su frontera.

El presidente Trump quiere las armadoras en su país ha toda costa y está presionando a todos los fabricantes de autos, incluso a los europeos, a quienes les ha advertido que si no producen en su territorio les impondrá un impuesto del 25%. El nuevo acuerdo comercial con aranceles, que sustituirá al TLCAN, aún debe ser ratificado por los Congreso de los tres países e incluye condiciones de salario mínimo para permitir exenciones de impuestos a los vehículos, lo que ha hecho que México realice una reforma salarial, pero no es la mejor alternativa para el país.

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