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Folklore automotriz venezolano

El gentilicio venezolano está lleno de matices. Y uno de los aspectos donde se acentúan, es en lo que respecta al uso y manejo de vehículos automotores. Uno nunca sabrá qué tan venezolano es hasta que agarra un carro y se pone a manejar. A partir de ese momento, nuestro profundo ser inconsciente empieza a manifestarse y empezamos a mostrar esa cara poco conocida de nuestros pensamientos más íntimos y profundos.

Tampoco es necesario saber manejar para saberlo. Basta con someterse a las inclemencias del tráfico y a la voluntad de los conductores que pululan por calles y avenidas a lo largo y ancho del país, para darse cuenta de que el estado y situación del parque automotriz nacional es una de las manifestaciones más palpables de la venezolanidad.

Es nuestra esperanza pensar que no todo está perdido en materia de tránsito, pero por lo que reseñamos más abajo, a veces cuesta pensarlo.

El semáforo

Aún cuando la tradición enseña que el semáforo es la señal de tránsito más conocida en el mundo, en nuestra particular visión de las cosas, este concepto cambia un tanto de significado. La presencia del artefacto en las vía públicas venezolanas no necesariamente inspira la reverencia y el respeto que le suele ser dispensado en otros países del mundo.

Por lo general, se ve al semáforo más como un obstáculo que como lo que es en realidad: un valioso auxiliar que permite regular el tráfico en ciertas zonas. Apenas se divisa alguno en el horizonte, ya desde la lejanía el conductor, en vez de frenar o disminuir la velocidad, empieza a calcular las probabilidades que pueda tener a su favor para pasar antes de que marque en rojo.

Es digna de estudio y admiración la velocidad de cálculo mental aplicada por parte de los choferes para contar al mismo tiempo los carros que van por delante, los huecos en la vía, los peatones que se cruzan en la vía, y milagrosamente, poder encontrar el pequeñísimo espacio por donde maniobrar y traspasar en el últimos segundo ese brevísimo intervalo que va de la luz verde a la roja.

No nos detendremos a hablar mucho de la luz amarilla, pues aunque su propósito principal es el de advertir la proximidad del “pare”, la gran mayoría la toma como una extensión innecesaria y superflua del verde, cuando no como un aviso alarmado y apremiante para aplicar lo más pronto posible toda la potencia del acelerador antes de la llegada del nefasto rojo.

De paso, si por mala suerte le tocara ser de los primeros en la cola a la espera del cambio de luz, recibirá ocasionalmente los cornetazos destemplados de los otros choferes impacientes quienes desde más atrás tientan la suerte y los nervios del primero de la cola a ver si comete la infracción en medio de los próximos dos o tres minutos que transcurrirán antes de que llegue la luz de paso. No sabemos exactamente el por qué de esta costumbre, pero creemos que debe ser una especie de reminiscencia del jueguito infantil con el que retabas al contrincante al estilo “a que no lo haces”.

El freno

Maravilla moderna y regalo de los dioses, que saben lo que hacen, el freno en Venezuela es uno de los accesorios vehiculares menos comprendidos y más ignorados dentro de nuestra secular tradición vehicular. El uso del freno tiene mucho de ese sesgo machista imperante en la sociedad; si de clasificaciones se trata, el uso y abuso sin tapujos del acelerador es asunto de machos, mientras que el uso consciente del freno, propio del chofer precavido, desemboca invariablemente en todas las imprecaciones posibles, que pueden ir desde ser tachado de “gafo”, pasando por “mamita”, hasta llegar al peor de los casos, con denominaciones que van de “afeminado” a otras más terribles.

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