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Francisco y Gabriel en ¿Camboya?

El lema de Saloth Sar, mejor conocido como Pol Pot, líder del Khmer Krahom (mejor conocido como el Khmer Rouge) en Camboya, era: «el que protesta es un enemigo, el que se opone, un cadáver».

Haing Somnang Ngor, un médico camboyano, protagonizó en 1984 la película “Los Gritos del Silencio”, que describe los horrores que llevó a cabo en Camboya un ejército de guerrillas conducido por el líder de los jemeres rojos. El Dr. Ngor, quien se salvó milagrosamente de los campos de exterminio, fue honrado con el Oscar por su actuación. En su discurso de aceptación su comentario fue: «Una película no basta para describir el sangriento golpe comunista de Camboya. Es real, pero no suficientemente real. Es cruel, pero no suficientemente cruel».

La Kampuchea Democrática, decretada en 1975, resolvía que todo el pasado debía ser eliminado para escribir la “nueva” historia del país. Por eso, los jemeres quemaron las industrias y las fábricas, las escuelas, bibliotecas y laboratorios. Se acabó con todos los medicamentos, pues los nuevos «remedios» serían producto de «la sabiduría popular”. Los vehículos fueron también destruidos y se decretó la carreta de bueyes o mulas como el medio de transporte nacional. Los ciudadanos perfectos eran los campesinos, pues «no habían sido contaminados».

En 1975 los jemeres rojos tomaron la capital, Phnom Penh y ordenaron desalojarla en cuestión de horas, a pie o en carreta. Miles murieron en el camino. Se abolió la propiedad privada. El resto de los habitantes fue forzado a trabajar como campesinos. Los niños ideologizados eran obligados a denunciar a sus padres, que resultaban asesinados hasta por tomar un pedazo de pan. Menos de cuatro años duró este infierno, al que la invasión vietnamita puso fin. El saldo de muertos, más de dos millones.

La orden de Pol Pot de acabar con «todos los elementos subversivos» se ejecutó con precisión, frialdad y crueldad extrema. Previa tortura, fue asesinada la clase media y culta, todos los profesionales. Llegaron a asesinar hasta a quienes usaban lentes sólo «porque eran signo de intelectualidad».

Esto lo recordé cuando supe del caso de Francisco Márquez y Gabriel San Miguel, dos jóvenes abogados venezolanos que fueron arrestados por la Guardia Nacional el pasado 19 de junio, en una carretera del Estado Cojedes, cuando se dirigían al Estado Portuguesa. Ambos militantes del partido Voluntad Popular, llevaban 3 millones de bolívares en efectivo para pagar gastos de logística del Referendo Revocatorio. A las pocas horas la gobernadora del Estado Cojedes anunció en su twitter que habían arrestado a dos «terroristas». Tarde en la noche un juez los acusó de «blanqueo de capitales, incitación y flagrancia». En los días siguientes fueron trasladados a diferentes cárceles hasta que los recluyeron –contra la orden del juez de dejarlos en Cojedes- en un penal en el Estado Guárico, el «26 de Julio», de presos comunes en su mayoría. Durante los primeros treinta días no les permiten visitas de familiares. Sólo los ha visitado un abogado. Tienen el pelo rapado, visten un uniforme amarillo especial y a Francisco le quitaron los anteojos, a pesar de su fuerte miopía.

Sin investigación, sin juicio, sin derechos procesales. Como en la Camboya de Pol Pot. Este es el camino de las revoluciones que consideran que el único, válido y verdadero pensamiento es el suyo. Que la libertad es una entelequia y que lo que no entra por las buenas, entra por las malas.

A tomar nota, pues…

Carolina Jaimes Branger

@cjaimesb

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