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¿Gobierno sin “oposición”?

El término “oposición”, no luce tan fácil de definir. Sin embargo, la palabra es conocida por todos. Aunque pocos comprenden sus intríngulis. En toda sociedad, nadie escapa de las implicaciones políticas que priman sus dinámicas. Sobre todo, cuando sus enredos y contrasentidos se esparcen por los espacios donde se instala un sector de la política al cual se le conoce como “oposición”.

Entonces partiendo de tan laxa explicación, la intención de debatir la política asumiendo que la “oposición” se ha desvanecido o que es falsa o simulada, no será un problema de hermenéutica ni de contextualización. Tampoco, de semántica. Menos de sintaxis.

El problema que esta disertación busca revisar, compromete la praxis de gobierno en el curso de un sistema político desequilibrado, autoritario o totalitario. Y en medio del cual, no se tiene postura política alguna que fije una perspectiva contraria a la contraída por la tendencia gubernamental. O en todo caso, que ordene la crisis política que se mantiene ante los problemas que generan estas realidades.

Ante tan contrariada situación, las imposiciones gubernamentales no tienen o no pretenden la contención necesaria que puede equilibrar los ámbitos de decisión política imbricados a nivel gubernamental.  Esta ausencia de factores  y facciones políticas de distinta manifestación  ideológica a los anclados en instancias del poder político gubernamental, genera arriesgados efectos capaces de inducir un único y tendencioso matiz político. En tan revueltas realidades, no se cuenta con el freno necesario y suficiente para impedir decisiones de gobierno tendentes a ocasionar conflictos de toda forma y condición.

El caso Venezuela

Es el caso que comporta Venezuela luego que el régimen socialista en posesión ocasional del control del gobierno nacional, ha propendido a presumir de facultades que sólo reposan en el imaginario de fatuos funcionarios. O impulsivos dirigentes políticos, que se han arrogado el papel de operadores de la política, pero con disfraz de sargentones “con charreteras doradas”. Estos personajes de tan impúdica conducta, se han permitido actuar con el descaro que anima sentirse dueño y señor del espacio y territorio venezolano.

Dicha tentación, inspiró necesidades políticas que indujeron en su nefasta perspectiva política, desaparecer la débil y contrariada “oposición” política existente. O falsificar otra creada a su gusto e imagen. Para lograrlo, cuestión que resultó ser una tarea de fundamento mercantilista, esos politiqueros acompañados de gobierneros, enfocaron su perversidad en el negocio de la expropiación de instituciones y partidos políticas que contaban con algo de “pueblo”.

Con el apoyo de un poder judicial subordinado al Ejecutivo Nacional, estos personajes consiguieron despojar de nombres a los partidos políticos con los cuales negociaron. Igualmente, apostaron a la desmoralización de dirigentes políticos que se jactaban de ser cuasi propietarios  de los partidos políticos bajo negociación. Así, el régimen opresor quedó libre de resistencias que pudieran dificultar la avaricia que inspira el poder a muchos politiqueros y gobierneros, fáciles presas del poder. Por tanto, fáciles de desenmascarar.

De manera que el hecho de haberse zafado de exigencias clamadas por lo que habría sido una “oposición” consciente de funciones políticas ejercidas con la autonomía con la cual se ejerce el control crítico al poder detentado por el gobierno central, libró  al régimen de razonar y reflexionar. De lo contrario, debía embarcarse en una labor que no consintió desde el principio. O sea, la de asegurar y garantizar la presencia de una oposición verdadera que bregara por la defensa de los derechos de las minorías. Asimismo, de la alternativa política del poder.

Pero finalmente el régimen entendió que la ausencia de una “oposición” real, favorecía el trabajo de evitar el menoscabo de los derechos públicos consagrados por la Constitución de Venezuela. Y eso no es conveniente para un régimen que se plantea lo contrario. Aún tratándose de una “falsa oposición”. En consecuencia, habría que motivar una “oposición” que bien jugara al papel de impostores o de payasos.

Con la falta de la oposición democrática, habrá un solapamiento de atribuciones que escasamente pondrá a los falsos opositores a fungir de mamparas para ocultar o evitar la administración eficiente de estructuras legales a partir de las cuales se formaliza el manejo equilibrado del poder. Así como también, se ordena el cuadro institucional que delimita y regula las fuerzas políticas en medio del proceso de elaboración y toma de decisiones de orden público nacional y regional.

En conclusión

Hablar de un gobierno que no cuente con una “oposición” capaz de velar por la funcionalidad de instancias administrativas y mecanismos constitucionales que se correspondan con los sistemas electorales como referentes de activación política, es sencillamente conjurar crisis que aticen conflictos de toda magnitud.

A este respecto, el caso Venezuela es un ejemplo patético de lo que atasca cualquier propuesta de desarrollo nacional que se tenga. Todo, por causa de un régimen empeñado en empotrarse en el poder a desdén de razones constitucionales que exaltan los derechos humanos, garantías políticas y libertades, como puntales de lo que se establece constitucionalmente.

Fundamentalmente, cuando se aduce que “Venezuela se constituye en un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia” (Del artículo 2 constitucional) Y todo porque muchos de los oscuros personajes que se ufanan de ser “opositores”, aceptan obtusamente la presencia de un ¿gobierno sin “oposición”?

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