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Grietas en el proceso de paz

El contexto internacional no es favorable al llamado “proceso de paz” en Colombia. Nunca  antes  el apoyo al conciliábulo secreto de La Habana, entre las Farc y el presidente Santos, había sido más frágil. Todos los poderes extranjeros que han impulsado y tratado de apuntalar esas negociaciones antiliberales están en crisis y modificando sus esquemas.

Si Santos se reunió a puertas cerradas durante tres días en Cartagena con sus negociadores y con algunos “gurús mundiales en resolución de conflictos”, como los llamó una radio bogotana, es porque la situación de esos diálogos es difícil. Santos se muestra optimista y habla de “acelerar el paso de las negociaciones” con las Farc. Sin embargo, la procesión va por dentro. El nunca antes había hecho ese tipo de consultas. El panorama lo obscurece no solo la corta suspensión de los diálogos decretada por Santos por el secuestro del general Alzate, ni la exigencia que hacen las Farc de ordenar el cese de las operaciones militares y de policía en todo el territorio. Hay algo más. Me extrañaría que la reunión de Cartagena se haya limitado a revisar la agenda y a “preparar la recta final de los diálogos”, como asegura mecánicamente la prensa. Si Santos no está consciente de que esa negociación está ante una espada de Damocles, el volátil contexto internacional, es porque es menos perspicaz de lo que algunos creen.

El tinglado pro Farc de La Habana fue montado con ayuda de las dictaduras de Cuba y Venezuela, cuando Hugo Chávez estaba vivo. La situación de esos dos poderes ha cambiado. Chávez murió en marzo de 2013, Venezuela está arruinada y en vísperas de declararse en cesación de pagos. Cuba lo sabe y busca una salida con ayuda de Obama. Pero ni éste ni su partido no controlan ya el Congreso americano. Los recursos  financieros de Venezuela se fueron al suelo con la caída de los precios del petróleo. La inflación, en diciembre pasado, ascendía en Venezuela al 100%, la más alta del mundo. Maduro no sabe qué hacer para detener esa espiral y relanzar la economía. Su ignorancia al respecto es total. Esa crisis ha llevado a Maduro a deteriorar sus relaciones comerciales con Colombia. ¿En qué parará todo eso? El socialismo del siglo XXI fracasó definitivamente y la brutalidad del régimen agónico de Caracas está a punto de llevar a ese país a una guerra civil.  

Ante el agotamiento de Venezuela, Cuba aceptó entrar en negociaciones con su odiado enemigo: el “imperialismo americano”, sin consultar con Caracas. Washington pide cambios en la isla pero el levantamiento del embargo depende, no de Obama, sino del Congreso americano en manos del Partido Republicano. Raúl Castro tendrá que ceder un poco. O mucho. El hombre no es, claro, un Gorbachov, pero por la ventana que ha abierto puede entrarle un huracán que sacudirá los cimientos de la abyecta dictadura. Las dificultades se acumulan también en la Argentina de Cristina Kirchner. Todo eso es pésimo para los intereses de las Farc.

La Rusia de Putin, sostén de Caracas y de La Habana, está cada vez más sola. Las sanciones internacionales que castigan su agresión a Ucrania, y la crisis de su economía dependiente del gas y del petróleo, afectaron la moneda rusa.  Rusia vive su más grave crisis monetaria desde 1998, y está muy cerca de entrar en recesión. En pocos meses, el rublo perdió más del 50% de su valor. Un dólar americano costaba antes 30 rublos, hoy cuesta 60. Los planes imperialistas de Putin en Latinoamérica, su afán de utilizar a Cuba, Venezuela, Nicaragua y Argentina contra la influencia de Estados Unidos, se verán retardados por la crisis. Creyendo que puede compensar eso, Putin invita al dictador de Corea del Norte a Moscú en mayo.

El último gigante comunista aún en pié, la China, otro aliado de Venezuela, Cuba y Ecuador, también vive una desaceleración de su economía: su crecimiento real es de sólo 2% aunque Pekín trate de hacer creer que es del 7%. Su única salida: desatar una guerra del yuan contra las  divisas de Japón, Estados Unidos y la Unión Europea. Lo que agravará la onda deflacionista internacional. Pekín también se está aislando: su obsesión de ampliar su plataforma continental afecta los intereses de sus vecinos: Japón, Taiwan, Vietnam, Filipinas y Malasia. Todos miran hacia Washington.

En Europa, el apoyo de los gobiernos al “proceso de paz” de Santos es tibio y ambiguo. Ellos saben exactamente lo que La Habana quiere imponer en Colombia y no lo comparten pero no están interesados en decirlo. Las declaraciones de los diplomáticos son por eso vacías. Nadie aplaude aquí una paz que suponga dejar impune los 6.8 millones de crímenes atroces cometidos, en su mayoría, por las Farc. Muy pocos apoyan aquí el regreso de Latinoamérica al pasado más retrógrado, como sería la adopción de una economía colectivista, con una agricultura socialista, como en Cuba, ni que se ponga entre paréntesis definitivamente, como buscan las Farc, el respecto de los derechos humanos. Empero, la EU hace el juego que esperan de ella Bogotá y La Habana. ¿Hasta cuándo?  La UE está monopolizada, o casi, por la búsqueda de soluciones a sus problemas internos: la crisis griega, el bajo crecimiento de la zona, la espiral deflacionista que viene, la deuda, el terrorismo islámico, etc.

¿Cómo hacer entonces para que en ese ambiente los colombianos y el mundo democrático acepten tragarse la píldora de un cese al fuego bilateral con unas Farc que no renuncian a su ideología criminal, ni entregan las armas, ni sus tierras, ni sus redes y bastiones narcotraficantes? ¿Cómo hacer creer que, en esas condiciones, puede llegar un día a existir en Colombia un “desescalamiento” de los choques militares y hasta un “postconflicto”?

En lugar de “recta final” lo que tiene Santos delante de él es un laberinto muy obscuro. ¿Cómo hará para que los colombianos acepten  una agricultura bajo el control de las Farc? ¿Aceptarán la dictadura atorrante de las Farc en los medios, en el aparato escolar, en la justicia y en la cultura? Eso ya ha sido pactado. ¿Cómo no tener que revisar a fondo los tres textos que Santos firmó en junio de 2013?  Para superar esos obstáculos Santos necesita, en verdad, de “gurús” ultra eficientes.  ¿Qué le aconsejaron los que llevó a Cartagena en estos días? ¿Por qué la prensa guarda silencio?

Quienes no guardan silencio son los colombianos. La prueba: las manifestaciones contra las Farc y contra la forma como Santos dirige su “proceso de paz”, el 13 de diciembre de 2014 y en varias ciudades de Colombia. Por eso crecen las presiones de Santos para que el partido Centro Democrático acepte empantanarse con él convalidando, total o parcialmente, lo que ha sido negociado en La Habana.  ¿Su línea acerca de que la paz “se debe firmar antes de julio” [de 2015], como repite Semana, no esconde el temor de que el entorno mundial empeora?

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