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Guaidó el revolucionario

Alfredo Maldonado 

Nadie aparte quizás de algún entorno muy íntimo, pudo imaginar que el país, la angustia castromadurista, la preocupación de algunos dirigentes opositores más acostumbrados a diálogos oscuros que a la sencillez de Guaidó, la atención de los medios de comunicación venezolanos e internacionales, la fijación de la Casa Blanca, las decisiones de cada día más gobiernos y el torpe manejo oficial de la ayuda humanitaria (en contraste con la rápida ayuda de 100 toneladas enviadas a Cuba por un tornado), llegaran a los niveles de estos mediados de febrero, a punto de una posible megamarcha más que para pedir democracia, para exigir la comida y las medicinas que el mundo encabezado por Estados Unidos y Colombia envía y el castrismo maduromilitarista rechazan rifle en mano.

Aquella revolución que alguna escritora ingenua llamó “rebelión de los ángeles” y su líder calificó de “bonita”, ha devenido no sólo en un descrédito mayoritario nacional, sino mundial, y hasta amigos revolucionarios vía dólares, yuanes y rublos empiezan a titubear –o al menos a preocuparse, bien bueno que se angustien y que el ruso expolicía Putin sienta cierto temblor en su piso frío.

La popularidad que el chavismo abrazado con sus condecoraciones y uniformes militares al fidelismo asesino y hablador ha visto enfermarse gravemente hasta morir, como los dos comandantes ya muertos y enterrados, ha terminado transformada en una hidra de dos cabezas. Una es la decepción, frustración y furia por las mentiras y las fallas graves de una revolución apestando a derrota y la más vergonzante corrupción. La otra es el entusiasmo, ya rayano en el delirio, de un dirigente que, para peor, no se parece ni a los líderes chavistas ni a los de oposición.

Eso es lo más importante, que las crecientes multitudes guaidófilas son automáticamente rechazantes del chavismo y al mismo tiempo no pueden ser aprovechadas por esa oposición que no sólo lleva veinte años fracasando, sino que ha estado y está plagada de divisiones, ocultamientos, diálogos fallidos, suspicacias y hasta acusaciones de delaciones no explicadas ni negadas por los presuntos delatores. Estos venezolanos que han llenado ya dos veces, con multitudes apabullantes, las calles venezolanas en lo que va de año, se disponen a hacerlo por tercera vez, ahora para ratificar dos verdades contundentes.

Una, que el Gobierno persiste en la estupidez de convertir la ayuda humanitaria en una bandera política que no logra tapar los ojos avizores del mundo el hambre, la desnutrición, las enfermedades nuevas y las viejas restablecidas, las muertes ni el desastre generalizado, ni mucho menos justificar sus inventadas ceguera y sordera ante el monumental y letal descalabro humanitario.

Otra, tremendamente importante, que todo esto que está girando entusiastamente alrededor de Juan Guaidó no es simplemente un movimiento de la oposición, en esta nueva galaxia política poco están sonando los partidos de siempre –incluyendo en “siempre” los últimos veinte años- y sus líderes. Los que escuchamos, y como tales son identificados, son los jóvenes dirigentes con algunas excepciones de adultos mayores calificados por su experiencia y porque, hasta donde se sabe, no son cultivadores de corrupciones.

Nadie está hablando de esos jóvenes como Fulano de Tal o Zutano de Cual dirigentes de los partidos equis o zeta. Se les menciona como hombres y mujeres alrededor y representantes de Juan Guaidó. Ésa es por sí misma no sólo una revolución política porque es ampliamente social, sino una revolución histórica porque redirige la trayectoria del país a la tradición de estallidos juveniles anteriores, siempre valientes y universitarios. Una revolución de larga gestación etaria que dio su primer grito y conoció la calle cuando a Chávez se le ocurrió que RCTV debía cerrar sus puertas.

Hoy el mundo mira y escucha a Juan Guaidó, y conversa con él, y la juventud llena las calles de todo el país para dejar clara la que es hoy la realidad más pujante y esperanzadora del país: esa juventud instruida, a diferencia de aquella armada y uniformada que salió a las calles un febrero hace 27 años a atacar a tiros a la familia presidencial y a matar al Presidente de la República.

En esa diferencia está la auténtica revolución de 2019.

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