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Guerra y propaganda

La negociación y la diplomacia parecen haber sucumbido en el conflicto de Ucrania a la más cruda propaganda y a una guerra de declaraciones. Prevalecen los hechos consumados y la trágica realidad de un enfrentamiento civil que, alimentado por Moscú, se lleva cobradas más de 2.000 vidas en el oriente del país y que, pese a las buenas palabras, se recrudece.

En menos de 48 horas, Kiev ha denunciado la incursión nocturna de blindados rusos en su territorio, que Moscú ha desmentido como “fantasía”. En ese mismo tiempo, la OTAN ha señalado una nueva concentración de tropas y armamento pesado en el lado ruso de la frontera. Ni el dato es una fantasía ni lo son las simultáneas advertencias al Kremlin de la UE sobre el costo de otra violación de la soberanía de Ucrania y de Merkel directamente a Putin para que cese de introducir hombres y armas en el país vecino.

Mientras tanto, un gigantesco convoy humanitario ruso permanece detenido en la frontera en espera del visto bueno de Kiev y de unos trámites que la Cruz Roja asegura pueden durar días. Sobre el contenido de ese convoy, un elemento más de la trágica farsa propagandística urdida en Moscú, el ministro de Defensa ruso ha dado garantías a su homólogo estadounidense: no es un nuevo caballo de Troya.

Entre la dimisión de la diplomacia y el apogeo de la propaganda, Ucrania se ha instalado en una rutina de muertes en la que por primera vez Kiev contempla la posibilidad de ganar terreno a los insurgentes prorrusos. La realidad de las principales ciudades rebeldes es progresivamente desesperada. De Donetsk ha huido buena parte de su millón de habitantes. Lugansk lleva semanas sin agua, electricidad y comunicaciones. La dimisión en pocos días de tres de sus máximos jefes sugiere que las cosas no van bien para los separatistas.

Putin declaraba esta semana en la anexionada Crimea, adonde acudió con la plana mayor de sus corifeos, que Moscú hará lo posible para que el conflicto de Ucrania acabe lo antes posible. Y en una cínica vuelta de tuerca añadía que la política exterior rusa debe ser pacífica. La abrumadora realidad es que de la mano del presidente ruso Ucrania se ha convertido en un país en guerra. Y que incluso si las tropas del Kremlin no cruzan la frontera, la brecha entre Rusia y Occidente será probablemente tan duradera como lo sea la preferencia de Putin por su designio neoimperial frente a la coexistencia civilizada.

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