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Guerras por el agua

Miguel Méndez Rodulfo

Desde que se llevan registros científicos de las temperaturas mundiales; es decir desde 1880, el mes de julio de 2017 fue el más caluroso de todos estos 138 años, según la agencia estadounidense NOAA (Administración Nacional Oceánica y Atmosférica). Vale destacar que nueve de los 10 julios más calientes, de la serie histórica, han ocurrido desde 2005; es decir que en los últimos trece años se baten records casi consecutivamente. En julio de 2016 se registraron temperaturas superiores a 50 grados centígrados en varios lugares de Oriente Medio cuestión que parecía establecer un récord absoluto mundial. Las sequías “bíblicas” que hoy sacuden a la humanidad, no son nuevas. La civilización Maya se acabó por dos sequías consecutivas que en conjunto duraron 95 años, lo que trajo como consecuencia la aniquilación de la agricultura, la imposibilidad de alimentar a millones de ciudadanos y las naturales guerras por adueñarse de los pocos recursos. La inestabilidad subsiguiente y la diáspora que se derivó de ello, acabaron con ese imperio.

Entre 1985 y 1988, en la región de Darfur, en Sudán, hubo una terrible sequía y consiguiente hambruna que acabó con la agricultura, redujo considerablemente la producción de alimentos, disminuyó dramáticamente la provisión de agua potable, aumentó los riesgos para la salud y propició una emigración de las poblaciones de origen árabe, asentadas en el norte del país, hacia el sur territorio de la población negra sudanesa. La natural lucha por las tierras y el agua, propició los enfrentamientos que fueron escalando hasta estallar la guerra en 2003. Como ambos bandos son predominantemente musulmanes, se trata de un conflicto racial entre árabes y negros. Se habla de una cifra de 400.000 víctimas, en tanto que se cree que más de dos millones de personas se han visto desplazadas de sus hogares a causa del conflicto.

Entre 2006 y 2010 hubo la sequía más larga e intensa que se recuerde en el Oriente Medio, que afectó la zona más fértil de ese enclave, pero que especialmente se ensañó con Siria, quebrando su base agrícola y ganadera. Las consecuencias de esta terrible sequía que asoló 60% de su territorio, hizo reducir un tercio la producción agrícola, lo que trajo problemas de desnutrición infantil, además arruinó a la población rural y generó un éxodo hacia las ciudades calculado en ochocientas mil personas, lo que incrementó el hacinamiento en los cinturones de miseria, ya poblados por sirios pobres y por refugiados iraquíes, exacerbando las tensiones sociales. La Primavera Árabe que había prendido en Túnez, Libia y Egipto, atizó las revueltas en Siria y estalló la guerra. Pero Al Assad a diferencia de los demás tiranos derrocados por este movimiento, desde el principio masacró a la insurgencia con bombardeos y cañoneos navales así como de artillería, sin importar para nada la vida de los inocentes civiles, ni la destrucción de las ciudades sirias como Alepo o Homs, que quedaron arrasadas.

Las guerras en África han desatado una ola de 500 mil refugiados sobre Europa como no se veía desde la segunda guerra mundial; en tanto que 4,5 millones de ciudadanos sirios se encontraban refugiados en Líbano, Turquía, Irak, Egipto y Jordania. Las guerras climáticas, como se les conoce, se van a incrementar según las consecuencias del cambio climático arrecien. Expertos predicen que al este del Mediterráneo se observa una tendencia a la sequía y que el Oriente Medio se secará más en las próximas décadas a medida que avanza el calentamiento global. Paradójicamente fue en Mesopotamia y sus alrededores donde hace doce mil años surgió la agricultura y ello dio origen a la civilización; en ese mismo territorio es posible que ocurra el comienzo del fin del género humano, justamente por la inviabilidad de la agricultura. Si la ciencia y la tecnología, en su lucha desesperada por la mitigación del cambio climático no logran reducir las emisiones contaminantes, no encuentran rápidamente especies resistentes a la sequía en toda la variedad de alimentos que los pobladores del mundo requieren, si no se hace un uso racional del agua y si no se preservan los acuíferos y los bosques, la humanidad estará en riesgo de desaparecer.

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