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“Habemus Universitas”

Antonio José Monagas

No se trata de evitar la consumación de un error. Más, si las circunstancias se hacen  cómplices, por omisión o comisión, de la falta cometida. El problema a resolver, es aquel que provoca cuando se impide que aflore la iniciativa que induce la oportunidad de avanzar en la ruta del crecimiento y desarrollo. He ahí el sentido de educar y el propósito de la educación.

Por eso la enseñanza se convierte en más que un encuentro entre alumno y docente. En una celebración que ovaciona la vinculación entre el conocimiento y el recurso que lo proporciona. Pero cuando se explaya la significación del susodicho recurso, no sólo adquiere sentido e importancia los elementos que hacen realidad la correspondencia entre la enseñanza y el aprendizaje. Sino muy especialmente, la figura de cuyas manos, pensamiento, sentimientos y capacidades, depende el éxito de tan delicado proceso cuya bases descansan en la inteligencia, las emociones y la virtud. O sea, el docente o profesor.

Sin embargo, existe una brecha entre formación y educación. Pues si bien se educa para templar el alma del ser humano para afrontar las dificultades de la vida, se forma para encauzar ideas a partir de las cuales se dignifica cada objetivo alcanzado a medida que se recorre el camino que trazando la vida.

Pero así como formar compromete la enseñanza doblemente, asimismo la formación condiciona el espíritu a no dejarse someter por las intemperancias de coyunturas dominadas por la envidia o por el egoísmo. Por las debilidades o por las amenazas que pululan ambientes subyugados por el temor o el miedo que provocan exigencias no controladas.

He ahí la importancia que adquiere la escuela. Sobre todo, cuando se comprende como el lugar donde confluye la pasión del educador, el esmero del alumno, con la magia del ambiente donde interactúan pasado y futuro apostando a un presente cargado de iniciativas. Y no hay mejor lugar para darle consistencia a la configuración de lo que integra y representa la escuela, que no sea el contenido que se tiene bajo el concepto de Universidad.

Tan maravilloso es el sentido que la Universidad despierta en el hombre, que su misión amplia toda posibilidad de crearse y recrearse sobre la esencia de la vida. Muy por encima y por delante de cuanta inhibición pueda incitarse al pensarse en lo propio o en lo contemporáneo. Ahí la Universidad pierde su significación al confundírsele con cualquier colectivo empeñado en cercenar realidades por la simple aventura de encerrarse entre los límites del dogmatismo intelectual o de paradigmas obsoletos, ortodoxos o anacrónicos.

Es así que la Ley de Universidades que rige en Venezuela, exalta a la Universidad como una comunidad de intereses espirituales desde cuyos predios, tanto profesores, como estudiantes, empleados y obreros, consustancian sus desempeños en términos de la verdad. De la verdad entendida como la luz que ilumina hasta los resquicios más recónditos.

Aunque cada día es propio para ovacionar la existencia de la Universidad vista como la fortaleza de toda nación que se precie de la condición republicana, igualmente cada día es también motivo para concienciar el papel de la formación que solamente es capaz de brindar la Universidad basada en su compromiso con el desarrollo cabal del cual se depara la consolidación de los valores que se formalizan alrededor del conocimiento impartido por loables profesores que bien saben que enseñando se aprende.

Así que, a pesar de las objeciones que argumentan quienes, empoderados por las temporalidades políticas, se atreven a excusar la pertinencia de la Universidad en nombre de equivocaciones disfrazadas de doctrinas, ideologías o proyectos de gobierno, debe saberse que la Universidad seguirá batiéndose contra cualquier verdugo del pensamiento universal o violador de las libertades académicas y de los derechos políticos que asientan su condición de ser rectora de la educación. Por eso cabe asegurar de modo simbólico, pero convencido que la lucha debe darse a la luz de las verdades que afianzan la trascendencia vital del universitario, que “tenemos Universidad”. O dicho en latín: “Habemus Universitas”.

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