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¿Hasta dónde se tensará la cuerda?

Las dos primeras economías del mundo han estado enfrentadas, de un tiempo a esta parte, por razones que superan lo puramente económico. Washington y Beijing se han embarcado en una diatriba útil a un propósito que el resto de la humanidad desconoce y deplora, ya que las consecuencias de su desentendimiento profundo arrastran al mundo en una dirección equivocada.

La tregua que ambos titanes suscribieron en enero del año pasado, justo antes de que la pandemia terminara con los planes de desarrollo de la totalidad de los países del orbe, parece ya letra muerta. En los meses transcurridos desde entonces el establecimiento de impuestos aduaneros recíprocos han comenzado a pesar sobre la economía global, lo que unido a la debacle provocada por la crisis sanitaria y el alza de los precios del petróleo mantiene de rodillas a la mayor parte de la economías de los países menos favorecidos que dependen de sus exiguas exportaciones y de importar bienes de los países más desarrollados para su consumo interno. Pero estemos claros: un mayor debilitamiento de las economías por fuera de sus fronteras tampoco les facilita las cosas a los países que exhiben un mayor avance.

Pareciera, sin embargo, que dentro de un estilo más contemporizador que el de Dunald Trump, en la Casa Blanca de Joe Biden ha ido creciendo el interés de acercarse en una conversación con la cúpula china: un “tête à tête” Biden-Xi. Así lo hizo saber Jake Sullivan, Consejero de Seguridad Nacional del gobierno hace pocos días. Tal cosa como un diálogo en la cumbre podría ser un punto de partida, aunque los resultados no sean visibles en lo inmediato por la naturaleza de los problemas involucrados. Solo que el presidente estadounidense es más proclive a un acercamiento que comience por definir el estado de las relaciones que el jefe de la nación asiática, a quien aún le produce escozor el fracaso de las reuniones bilaterales que tuvieron lugar en Alaska en marzo pasado.

Los temas de desentendimiento son tantos, tan diversos y tan sustantivos que un encuentro físico de esos dos líderes, un apretón de manos, aportaría poco a la concordia. Hay murallas muy altas a sobreponer en los asuntos comerciales pero igualmente en la seguridad militar en el mar del Sur de China, en el tema de violaciones de derechos humanos, en el estatus de Taiwán y Hong Kong, en las sanciones impuestas en terrenos que Pekín considera internos como Xinjiang, en el robo de tecnologías y el respeto a la propiedad intelectual, en los temas no menos importantes de la protección ambiental del planeta y el cambio climático y por supuesto todo lo que tienen que ver con la responsabilidad china en la pandemia de Covid.

No hay vertiente en la relación bilateral donde no existan complejidades y limitaciones pero, al igual que se ha iniciado ya con Rusia en el primer encuentro que tuvo lugar la semana pasada, las asperezas pueden ser limadas y las tensiones relajadas si ellas se van colocando lentamente bajo un paraguas de buena fe que debe partir de un punto de inicio en los más altos niveles.

Pero no seamos ciegos ni pidamos lo imposible. Si los EE.UU y China son serios políticamente y existe de cada lado una intención de liderar el mundo, los dos factores de la ecuación deben diseñar una nueva relación entre ellos mismos y, a la vez, con los distintos actores involucrados, pero ello no está a la vuelta de la esquina.

Ambos mandatarios están conscientes de ese imperativo. Pero ello no quiere decir que la diatriba frente a asuntos fundamentales se revertirá. De hecho, puede incluso agravarse. La tensión estará presente entre ambos para largo rato.   

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