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Humanitas: Volviendo al origen

Recientemente se dio en el estado Portuguesa-Venezuela, la Bienal Argimiro Gabaldon en su primera edición del 2018; el ganador de esta Bienal, en la modalidad ensayo libre, fue un excelente dramaturgo portugueseño (no puedo dar su nombre porque es una atribución única del Jurado calificador). En este evento estuve participando con el ensayo “Humanitas: Volviendo al origen”, el cual reproduzco un resumen del mismo para ustedes en mi columna semanal, con la idea de siempre de compartir con ustedes las cosas grandes y las pequeñas que van hilando fino en la construcción de mi “yo” intelectual. Espero que mi ensayo les muestre algunos caminos aún no recorridos en el modelaje humanista del hombre. Así mismo, les informo a mis lectores que el Fondo Editorial El Perro y La Rana, publicó mi libro “Las ideas en la sociedad del siglo XXI”, que está en formato digital a la disposición de todos ustedes en el portal del Ministerio del Poder Popular para la Cultura.

En fin, buenas noticias desde el estado Portuguesa para la cultura y para nuestro humilde papel en las artes y en la construcción de nuevo conocimiento. La nota lamentable de todo esto es que las autoridades rectorales de la Universidad donde laboro (la UNELLEZ), ni se tomaron el tiempo para hacer público su reconocimiento a mi trabajo que, por esencia vital de ser miembro de la comunidad Universitaria de la UNELLEZ, es un éxito para todos los que investigan y hacen trabajo cultural y académico en la Universidad que Siembra. Voy a imaginar que ha sido un desliz involuntario, para no pensar que es un acto de mezquindad e indiferencia hacia un valor académico que les ha sido muy incómodo porque he exigido respeto a la condición humana y justicia en la adjudicación de los derechos que cada trabajador merece al cumplir de manera excelsa sus deberes.

Comencemos indagando acerca de la historia del hombre, visualizándolo en una línea del tiempo en razón de su cultura; el inicio civilizatorio se fue construyendo desde la observación a la naturaleza y el contacto cercano entre sus semejantes; nada del hombre se dio fuera del hombre, todo comenzó siendo una historia compartida, en la que diferentes maneras de entender la existencia como vida se fueron acumulando como capas afinadas entorno a un gran centro que siempre fue objeto de misterio y polémica, pero que al final se ha circunscrito entorno al Sol, esfera con elevadísimas temperaturas y presiones, que sirve de agente de equilibrio en la supervivencia del planeta tierra.

Esa cultura amasada en el intercambio y la dialógica perenne, aún en tiempos en que el lenguaje no existía, se abrazó al símbolo de los valores, los cuales se fueron tejiendo desde las normas concietudinarias de convivencia hasta la organización de la sociedad en instituciones sensibles y gestoras de las necesidades de los hombres. Alfred Kroeber (1876-1960), influyente personalidad de la antropología estadounidense, y el antropólogo y sociólogo, también estadounidense Clyde Kluckhohn (1905-1860),  compilaron una lista de definiciones de cultura, simplificando este saber en términos en categorías precisas: la cultura es Cultivo, es decir, la acción y efecto de cultivar; la cultura es también un conjunto de conocimientos que permite desarrollar en el hombre su juicio crítico; la cultura es el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de ejercitar las facultades intelectuales del hombre; es el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, entre otros; la cultura también es culto religioso, homenaje, tributo a Dios; la cultura igualmente es un conjunto de valores, creencias orientadoras, entendimientos y maneras de pensar que son compartidos por los miembros de una organización y que se enseñan a los nuevos miembros, donde la cultura constituye las normas no escritas e informales de las organizaciones humanas; la cultura se presenta como  un conjunto de los elementos materiales y espirituales que, a diferencia del entorno y los medios naturales, una sociedad crea por sí misma y le sirve para diferenciarse de otra. La lengua, ética, instituciones, artes y ciencias son los elementos que constituyen la cultura.

Pero la definición de cultura, en esa multidimensionalidad en la cual se encuentra en la convivencia humana, genera por sí misma otras aristas que la vinculan no solamente con su influencia en brindarle un sentido de organización y valores a los hombres, sino que, tal cual lo expresó el antropólogo Edward Burnett Tylor (1832-1917), la cultura “…es un todo complejo que incluye los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y todas las otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad”. En este aspecto, Tylor visualiza la cultura como parte intrínseca del espíritu humano y por ende repercute en su visión de vida y de trascendencia.

Es en razón de estas percepciones acerca de la cultura que se impone en el ahora histórico nuevas maneras de entender la vida y la civilización humana, apreciando la transformación social como un reencuentro con los valores originarios que dan vida y equilibrio al planeta Tierra.

Sin embargo, el hombre en ese tránsito desde sus orígenes hasta una modernidad fraccionada y permeada ante los impulsos de una cotidianidad en lucha constante con el tiempo, se va amalgamando entorno a la angustia y a la desesperación; en palabras de Jean-Marc Besse (2003), “…lo que caracteriza tradicionalmente a la cultura y la distingue de la naturaleza es el artificio, la costumbre, la convención”. Es decir, se aprecia la cultura como una institución humana, la cual se traduce en el “ejercicio de una voluntad”, en términos de Besse, que a su vez se conjuga en las intenciones de los sentidos hacia la realidad depositada en la naturaleza; la cultura, explica Besse,  “…es un mundo donde se despliegan reglas y valores” (p.6). Allí las accionar humano son expresiones de la diversidad de creencias, de la inconstancia de las pasiones, o incluso de la contradicción de las decisiones humanas; la cultura aparece como  constancia de las formas de lo viviente, motivando a la naturaleza a descubrir al hombre y viceversa, de esta manera se llega a una nueva forma de encontrar la realidad, ya no desde lo humano como causa primera, sino desde la integración entre la naturaleza y lo humano, conectado por una cultura alimentada de las experiencias de los hombres en su indiferencia hacia la naturaleza; la categoría propuesta  por Gilles Lipovetsky y Jean Serroy (2010), “la cultura-mundo”, es la que viene a presentar un nuevo avance en la aceptación de que el hombre ha fracasado en construir su mundo y le toca deconstruirse a sí mismo, para volver a ser hacerse en virtud a lo que ha quedado del planeta. Tal cual lo reafirman los autores: “Más allá de la crisis, los atrasos, las desigualdades en el desarrollo, no cabe duda de que se está imponiendo una cultura-mundo que reorganiza de arriba abajo el sentido y el fundamentalismo de las culturas particulares heredadas de tradiciones milenarias”.

Desde la cultura, se emite un significado de Humanitas como la búsqueda que persigue la vida, y delega su significado al sentido de vacío y movimiento, a la ausencia de la vida; es decir, la muerte; se recrea  su naturaleza en un tiempo de movimiento biológico corpóreo, la muerte enfrenta lo incierto, pero a pesar de ello se da la esencia dialógica de lo imaginario;  la  vida después de la muerte es vista como un anhelo, un mundo nuevo totalmente diferente a nuestro mundo ya que es un mundo celestial, según el punto de vista de cada persona, representado en el equilibrio, la paz y la concordancia con una existencia distinta pero que refleja, desde el mundo de la vida, los vínculos, experiencias, afinidades, con algo que es desconocido pero que garantiza seguir andando en un constante flujo de energía hacia el vacío.

A grandes rasgos, la Humanitas tiene en la muerte su afirmación y su negación; como ideal “uomo universale”, su esencia es lo universal, sin ataduras, proponiendo un discurso de moderación, justicia, sentimiento estético, armonía con la naturaleza y armonía con el deber ciudadano. Una de las voces más calificadas que marcaron la consolidación de la Humanitas, entre el siglo XIV y XVI (d.C.), es la del filósofo, filólogo y teólogo neerlandés  Erasmo de Róterdam (1466-1536), quien estableció la unidad entre la filosofía cristiana y el humanismo, estableciendo que la Humanitas es la vida a través de la diversidad y es la vida a través de la contradicción, requiriendo de la vitalidad de la existencia para establecer su espacio desde lo fragmentario y vital de las relaciones humanas. La Humanitas, a partir del Renacimiento, tomó el cauce de concentrar lo universal entorno al conocimiento y a los valores que la vida en sociedad establece como criterios de convivencia.

Llegar a la verdad desde la Humanitas, implica recorrer varios caminos, porque la verdad del hombre está identificada con cada célula que lo conforma, pero él tiene la dura tarea de ocultarla, de disuadirla para que no pueda expandirse fuera del foco controlado de la civilización. En estos últimos tiempos la ciencia ha tenido diversas manifestaciones, desde representar un cúmulo de conocimientos sistematizados y orientados hacia la consecución de definiciones puntuales, hasta la concreción con realidades tan punzantes y dinámicas como el orden y el desorden.

Por otro lado, la Humanitas recrea el pensamiento complejo, desde el paradigma del conocimiento científico como una de las diversas formas de conocer el mundo, pero no la única, caracterizándose por su parte de un rasgo general de toda realidad, siendo la ciencia un punto de vista de la complejidad, ya que este aspecto es muy importante en el campo de todo conocimiento, si se tiene en cuenta que estas disciplinas se apoyan en otras para su desarrollo y su acción práctica, así como en otros tipos de conocimiento.

Entre el concepto de conocimiento general, se pueden distinguir dos acciones muy distintas en su significado: el conocer y el saber. Básicamente el conocer trata de la relación que existe entre quien conoce (sujeto de conocimiento) y lo que es conocido (objeto de conocimiento). Y el saber es una cuestión más puntual, es la habilidad que tiene el sujeto para realizar cierta actividad. Los objetos de conocimiento pueden ser de dos clases: materiales e ideales. Para sintetizar todo lo aquí expuesto, queda como idea principal, que existe algún tipo de realidad, la cual es un objeto de estudio para elaborar nuestro conocimiento, y tiene conocidas descripciones verdaderas.

El conocimiento científico desde la visión de la Humanitas, en el ámbito de la complejidad, es una de las formas que tiene el hombre para otorgarle un significado a la realidad de manera racional y lógica partiendo de un orden general que emplea la actitud reflexiva para determinar los modelos de ciencias, para constituirlos luego en teoría general del conocimiento, determinando las condiciones del conocimiento ante un contexto, por medio del análisis reflexivo como los métodos epistemológico formalizante, métodos epistemológicos genéticos, entre otros. El conocimiento científico es crítico porque trata de distinguir lo verdadero de lo falso. Se distingue por justificar sus conocimientos, por dar pruebas de su verdad, por eso es fundamentado, porque demuestra que es cierto, fundamentándose a través de los métodos ya mencionados anteriormente y por el método de investigación y prueba, el investigador sigue procedimientos y desarrolla su tarea basándose en un plan previo, siendo esta la investigación científica no errática sino planeada.

La Humanitas nueva, esa que se ocupe del hombre, de sus sentimientos, de una formación cultural sólida, con valores de respeto a los principios de protección y preservación del mundo civilizado, necesita volver a sus orígenes. Hoy se cuenta en el mundo con Sistemas educativos avanzados, con tecnología de punta para complementar el proceso de enseñanza-aprendizaje, y es cuando se tiene menos estudiantes comprometidos con el conocimiento, esto trae una desvalorización de la escolaridad y qué decir de la profesionalización universitaria, donde tan solamente un quince porcientos de los estudiantes latinoamericanos, de acuerdo a estadísticas de la United Nations Educational, Scientific and Cultural Organization (UNESCO , 2017), termina su consecución de estudios y alcanza niveles óptimos de eficiencia en su formación profesional. Persiste en este mundo occidental, el absurdo de buscar la felicidad a costa de la felicidad de otros; de hacer riqueza en el capitalismo global, privatizando lo más universal, como el agua y el aire; se expande la idea de que el amor es una moda y que lo novedoso es la práctica del sexo sin ataduras ni compromisos; se está en la punta frágil del abismo y solamente se espera por el rocío intenso de los glaciares, producto del calentamiento global y el cambio climático, para caer sin protección alguna y terminar por extinguir lo que viene de las raíces biológicas del ser humano, esa que nos asocia con los primates, desde el homo habilis (hábil), el homo ergaster (trabajo), el homo erectus (ergido), el homo antecesor (antepasado), todos con dos millones de años de distancia, hasta el homo sapiens y el cro-magnon, éstos dos con cien millones de años de distancia, entes que han alcanzado modelar a un hombre con un alto grado de índice cerebral, con manos hábiles para manipular objetos y cosas, con un aparato fonador capaz de hablar, y con una larga infancia para pulir el conocimiento y crear desde él condiciones ideales para la vida. Ese hombre que constó tanto encarrilar hacia la paz y la concordia, se ha descarrilado y anda en desbandada; muy acorde a lo que el filósofo alemán Soren Aabye Kierkegaard (1813-1855), dijo en su “Diario, frase 1.383”, sobre ese futuro incierto de la humanidad: “…Naturalmente, desde el punto de vista cristiano, Dios concedió a la humanidad el don de la palabra por amor, para hacerles posible a todos llegar a la comprensión real de lo más alto. ¡Oh, con qué pena debe observar Dios el resultado!”.

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