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Indignados o indiferentes

Indignado, es haber perdido la calma y sucumbir en la vehemencia. Es caer envuelto por un torbellino de cuando perdemos la medida del tamaño del obstáculo que enfrentamos. Una vez reaccionados, sólo queremos defender aquello que no estamos dispuestos a entregar, mucho menos claudicar ante el poder que amenaza nuestra razón de ser.

Hubo momentos en nuestra historia cuando la sociedad reunió fuerzas y se rebeló ante el Leviatán opresor. Capítulos escritos a muchas manos por ciudadanos venezolanos, políticos, intelectuales, líderes sindicales, soldados, oficiales, empresarios y jóvenes que indignados se rebelaron por la injusticia en defensa del futuro y se manifestaron para decir basta a lo insoportable.

En aquellos momentos muchos fueron también los que pensaron que era mejor dejar pasar el tiempo. Eran de opinión, que a la larga  todo se arreglaría porque no hay mal que dure cien años… pero,  se olvidaron del resto… ¡Ni cuerpo que lo resista!

La indiferencia hoy es nuestro peor enemigo. Actitud que por comodidad o conveniencia se sustenta sobre el “dejar hacer”. Posición imperturbable ante el desfile de crímenes y, con hipocresía voltear la mirada para luego decir como aquellos alemanes, cuando el mundo les preguntó cómo habían permitido que se cometieran tan espantosos crímenes, respondían con cómplice simpleza que ellos no lo sabían.

Lo mismo ocurrió con el período stalinista, cuando la ceguera invadió a las organizaciones marxistas que negaron al mundo lo que ellos mismos habían presenciado como testigos.

Pensábamos que al llegar al siglo XXI nos encontraríamos con un país que participara sinceramente con los compromisos firmados en la Declaración Universal de los Derechos Humanos,  una nación respetuosa de principios generales como el reconocimiento que un Estado no puede hacer valer el argumento de su soberanía mientras comete crímenes contra la humanidad en su territorio.

Afortunadamente la indignación produce tal fuerza que su efervescencia resulta similar al de la levadura en la masa, sólo se necesita un poco para levantar la totalidad de su volumen. La indignación en los que sienten como enseñó Sartre, que la responsabilidad del Hombre no puede encomendarse a ningún poder, ni siquiera a uno divino, es un compromiso solo del individuo como persona humana.

De la indignación vemos nacer la obligación, que se traduce en lucha por rescatar los logros democráticos representados por la Justicia y la Libertad, el respeto a la voluntad del soberano y el derecho a un futuro que no sea la quimera teatral que envenena con engaño.

Estos enunciados básicos representan valores y principios que hoy requerimos con urgencia, todos debemos despojarnos de la indiferencia y tomar el compromiso de recuperar la Venezuela de la cual nos sintamos orgullosos.

Es probable que haya llegado el momento de indignarse, de plantarse como rocas ante la traición a la democracia, resistir pacíficamente, para lograr el cambio necesario.

Nuestra indignación debe provenir de la violación  a nuestros derechos y su recuperación basarse en ellos. La resistencia se fortalecerá por la capacidad de usar como base el uso de nuestras leyes.

Leopoldo López Gil

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