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Indolencia, intransigencia y displicencia

No hay duda de que el régimen actúa exento de toda capacidad para comprender los problemas que han llevado el país a caer en una insondable depresión que ha venido apagándole su flama de vida.

La historia de Venezuela está escribiéndose con sangre derramada no sólo en las calles por causa de la violencia e inseguridad desatada en el marco de una impunidad casi instituida por un gobierno que se desentendió del pueblo al cual constitucionalmente se debe. También, esta afirmación adquiere sentido cuando se advierte que ni siquiera hay preocupación gubernamental para contener los graves problemas que derivan de la falta de medicamentos cuyas consecuencias terminan ilustrando una historia redactada cuya tinta es rojo por la sangre que describe sus más recientes capítulos.

La tragedia dejó de ser modelo de teatro griego, para convertirse en el guión que describe el discurrir del país. Entender el significado que implica comprender el tamaño de las consecuencias de un país sin medicamentos, es razón suficiente para reconocer, aunque sin el asombro propio de realidades tan crudas como éstas, las calamidades por las cuales atraviesa Venezuela. Particularmente, en su tránsito a través de un tiempo azorado por las revoluciones de la ciencia y la tecnología cuyos resultados siempre han determinado el grado de desarrollo y de calidad de vida de una nación.

Sin embargo, adentrarse al siglo XXI, en medio de los adelantos de la ciencia médica y de la industria farmacéutica, poco o nada significó para el gobierno de Venezuela. Más, cuando el extremado proselitismo marcado por el revoltoso socialismo del siglo XXI, ocupaba la atención casi total de un gobierno afanado por enquistarse en el poder a desdén de cualquier problema que no formara parte de su agenda política.

Ahora el gobierno, solapando niveles de atención hacia problemas de profundo alcance, ha manifestado alguna intención de reparar la gravedad de tan insidiosa realidad. Con este propósito, ha venido hablando de “motores” que aunque sin el combustible suficiente y necesario, no consigue la ignición que permita la debida oxigenación para generar la chispa que los pone en funcionamiento. Solo que esa “chispa” se apagó antes de ser aprovechada. Es decir, el gobierno confundió las instancias que allanan el problema de medicamentos. Se empeña en invertir las variables de la ecuación cuya resolución daría respuesta a las incógnitas del caso en particular. Esto sucede por pretender obviar razones hasta elementales. Pero que la terquedad de gobernantes soberbios, no abre los espacios de debate que llevan a la pertinente corrección.

El abastecimiento de medicamentos, en virtud de las fallas a nivel de producción, no puede corregirse apoyado en un sistema de distribución que ignoren los pormenores que afectan no sólo su comercialización. También, la manera de concienciar el ordenamiento de su demanda a través de una barrido de anomalías que vinieron anquilosándose como producto de la precaria organización del referido mercado. Particularmente, al no comprenderse y reconocerse que son actividades que competen a acciones de agentes económicos respetuosos del equilibrio que establece la oferta y la demanda. Por eso surge la corrupción en las redes de distribución. Así como la aglutinación de medicamentos en manos furtivas o embadurnadas por la impudicia.

En términos sencillos, resulta contraproducente el hecho de procurar o forzar el funcionamiento de un mercado sin el soporte o aval de una sólida oferta con base en suficientes medicamentos. Lo contrario, como en efecto han sido los paliativos o mecanismos que fungen como vulgares “cortinas de humo”, es casi asesinar a pacientes o venezolanos necesitados de algún medicamento que aliviaría su enfermedad o apaciguaría su dolencia.

Así que ante tanta abulia o desvergüenza de un Ejecutivo Nacional que continúa atascado en la maraña de sus mentiras, es conveniente e ineludible que sea acordada y aprobada la Ayuda Humanitaria para de esa forma convalidar aquello de lo cual habla la Constitución al declarar que el Estado tiene como fines esenciales, “la defensa y el desarrollo de la persona y el respeto a su dignidad” (Del art. 3). Aunque igualmente deberá admitirse que sin la insistencia que pueda hacer la sociedad ante el gobierno para que conciencie la gravedad de esta situación, poco serán los resultados en la dirección de superar tan perniciosa crisis de salud. De lo contrario, no habrá duda de que el régimen actúa exento de toda capacidad para comprender los problemas que han llevado el país a caer en una insondable depresión que ha venido apagándole su flama de vida. Porque el tiempo ha pasado a contarse no en horas, sino en vidas de venezolanos. Porque lo que está moviéndose debajo de tan angustiosa realidad, es un comportamiento gubernamental envuelto en indolencia, intransigencia y displicencia.

“La obstinación de un gobierno déspota, equivale al hecho de intentar moverse hacia adelante, pero en retroceso”

 

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