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Intimidación Política

Antonio José Monagas

¿Temor al miedo, o miedo al temor? Aunque pudieran parecer términos que confunden actitudes, son condiciones que incitan situaciones distintas. Pues temor no es miedo y miedo no es temor. El temor implica un nivel de acato. Por su parte, el miedo infunde un tipo de acoquinamiento que lleva a esconderse o paralizarse ante el acecho de un poder capaz de dominar, apocar o devastar la temeridad como expresión de vida propia.

La política utiliza el miedo para arrinconar posturas que lucen incómodas a la vista de quien ejerce el poder. Por eso el poder, raya con el abuso. Por cuanto, quien lo detenta se apoya en sus efectos para imponer consideraciones y condiciones que, en medio de la jugada política que su afán de predominio le infunde, se sirve de las mismas para aporrear realidades, deformar razones, humillar esperanzas o amenazar procesos o composturas individuales o colectivas.

Afrontar provocaciones diarias o por doquier, que nunca dan tregua, es terriblemente angustioso y agotador. El miedo llega a convertirse en un arma de doble propósito. No sólo preparada para lastimar o lacerar. También para herir de muerte a quien se atreva a desafiar su capacidad de intimidar. De ahí que el ejercicio de la política, vista con el ánimo de ocupar el espacio por encima de toda ventaja posible que pueda estimarse desde una posición rival, es una conspiración permanente.

Es cuando el miedo se torna en la violencia necesaria mediante la cual quien lo provoca, termina fungiendo como una especie de verdugo o de incendiario de ilusiones validadas y justificadas por el derecho a vivir en libertad. Así que ante lo que una escena así puede representar, es necesario mirar la política como el medio cuyo ambiente puede tentar al político o al gobernante a actuar desde el plano de sus debilidades. Eso lo hace tan peligroso como quien pueda reaccionar intempestivamente ante cualquier contingencia que azore su humanidad. Quizás, fue la razón para que Ludwig Borne, escritor alemán, señalara que “el hombre más peligroso, es aquel que tiene miedo”. Y de ello, obviamente, no escapa ni siquiera quien se arrogue la tenencia del poder.

En la instauración y empleo del miedo como recurso político de gobierno, se inspiró el fascismo. Más luego, el populismo propio de las dictaduras que han acosado realidades políticas durante el siglo XX y en lo que ve de siglo XXI. Así se tiene que Venezuela es un triste ejemplo de lo que el factor miedo ha inducido todo gobierno de corte opresor y represivo, al momento de desgarrar esperanzas y ultrajar derechos humanos.

Después que Venezuela vio nacer hombres de la talla moral de Francisco de Miranda, Simón Bolívar y Andrés Bello, mutó su génesis política. Su naturaleza comenzó a desestimar su talante creador. Se desfiguró su carácter. Sus tierras se prestaron para sembrar resentimientos que se valieron del miedo para cosechar envalentonamientos que las dictaduras padecidas, convirtieron en forma de desprecio hacia valores libertarios. Sólo que el esfuerzo de hombres dignos, revirtió algo de lo que el miedo históricamente inculcó. Sin embargo el empeño tiránico por torcerle el destino que merece la nación venezolana, siguió azuzando realidades. Sobre todo, cuando gobernantes capciosos vieron y entendieron al miedo, acaso, como recurso de ¿intimidación política?

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