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Isabel II, la reina del deber cumplido

Con la muerte de Isabel II muere también una época. Fueron más de setenta años en el trono durante los cuales vio desde devastadoras guerras, actos de terrorismo y terribles hambrunas en la Tierra, hasta las sondas espaciales que investigan el Universo. También fue testigo de maravillosas proezas en las artes y la cultura en general, y conoció a los contemporáneos más famosos de su tiempo.

Soy absolutamente republicana. Me parece que las monarquías están fuera del contexto histórico actual, que el “derecho divino de los reyes” no es más que un resabio medieval, pero lo cierto es que, a la gente, en su mayoría, le encanta la realeza. Es más, en los países donde no existen reyes, hay un sector que pasa a ocupar sus puestos, como es el caso de los artistas de cine en los Estados Unidos.

Isabel II no nació para ser reina: tuvo que aprenderlo cuando a los diez años, su tío Eduardo VIII, con menos de un año en el trono, abdicó para casarse con una mujer divorciada dos veces y ella pasó a ser la princesa heredera. Dicen que jamás le perdonó a su tío el que hubiera renunciado a la corona. Primero, porque su padre, a quien le tocó ser rey sin estar preparado, tenía además una salud frágil porque fumaba muchísimo (murió a los 56 años de cáncer de pulmón) y ella se lo achacó a la carga del reinado. Segundo, porque su sentido del deber fue más allá de su responsabilidad moral toda su vida.

Justamente, en su padre, Jorge VI, tuvo un gran ejemplo de lo que es ser un gran rey. Él rescató a la corona inglesa después de la terrible crisis que supuso la abdicación de su hermano y acompañó al pueblo inglés durante la II Guerra Mundial. Le sugirieron que abandonara Londres junto a su esposa e hijas “a un lugar más seguro” y decidió que se quedarían, como todos los demás londinenses. Visitó con frecuencia los lugares bombardeados -hasta el mismo Palacio de Buckingham lo fue- y su esposa e hijas trabajaron como enfermeras de la Cruz Roja.

En 1952 Isabel hereda el trono. Desde ese mismo momento su hacer se caracterizó por una conciencia motivadora de absoluta responsabilidad ética. Tuvo que tragarse las infidelidades de su marido, el estar lejos de sus hijos pequeños, el tener una vida familiar “normal” porque ella era la reina y el deber la llamaba. Así fue siempre. Cumplió al pie de la letra sus obligaciones y no le tembló el pulso cuando tuvo que tomar decisiones que afectaban a sus seres más queridos, como negarle el permiso a su hermana Margarita para casarse con Peter Townsend, enviar a su hijo Carlos lejos para que no se casara con Camilla Shand, su actual esposa y reina consorte, y soportar estoicamente los escándalos de su familia. El último, las acusaciones de pederastia contra su hijo Andrés.

Isabel II fue una mujer trabajadora, puntual, responsable. Apenas dos días antes de fallecer, recibió a la nueva primera ministra, Liz Truss. Es decir, murió con las botas puestas. Fue indoblegable cuando tuvo que serlo, dura, muy dura, tal vez con no mucha inteligencia emocional, pero brillante en su desempeño como monarca. Fue un apoyo invalorable para todos sus primeros ministros, aunque no hubiera estado de acuerdo con sus decisiones.

Entiendo el pesar que siente hoy el pueblo británico. Ha muerto una gran reina, una gran mujer y un ser humano cuyos principios éticos y morales siempre estuvieron presentes en sus pensamientos y sus acciones. Y en el mundo de hoy, eso constituye el activo más grande.

@cjaimesb

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