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Iván Duque: un presidente conciliador en una Colombia polarizada

Gabriel Pastor

Era un imperativo categórico tomar medidas urgentes para salir de la oscuridad. El mandatario estadounidense envío rápidamente al Congreso diversos proyectos de ley para levantar al país desde los escombros y se ganó los vítores de los votantes que lo apoyaron holgadamente en las urnas en cuatro períodos consecutivos.

Desde entonces, es ampliamente aceptado —aunque no siempre sea así— que en los cien primeros días se ven los desafíos que enfrenta un nuevo gobierno, toma forma la hoja de ruta de una agenda que se empieza a escribir con las promesas e ideas que sedujeron a los votantes y ofrece una primera impresión del talante del primer mandatario en el ejercicio del poder. Es cuando el pulsómetro mide el grado de apoyo al jefe de gobierno y a sus políticas.

Si pasamos raya al gobierno del presidente de Colombia, Iván Duque, de 42 años, muy pocos pondrían en duda su malograda llegada a los cien días, luego de un arranque prometedor por su renovado y conciliador discurso político y una comunicación muy cercana a la gente.

Si existiera un video assistant referee (VAR) para analizar cada jugada de Duque del partido que comenzó el 7 de agosto, confirmaría que el modo componedor que lo llevó al poder —con el inédito respaldo de más de 10 millones de votos—, terminó transformándose en un hándicap para su liderazgo político ante los diversos y complejos problemas que exhibe el país.

En menos de tres meses se esfumó la luna de miel con los partidos políticos y, más grave aún, con una opinión pública desanimada. Colombia parece un país diferente al que se suponía que había heredado el presidente más joven de su historia. El medioambiente político y social se revela más contaminado. No hay problemas nuevos pero el aire político y social se ha deteriorado. Y en ese contexto, una manera mediadora en el ejercicio del poder podría estar transmitiendo la idea de que en la casa no hay cosa con cosa.

La impronta del presidente Duque está lejos de representar fielmente la etimología de su apellido que nos remite al mando de un general o de un caudillo. Ejerce un liderazgo más tecnocrático —aunque cálido—, el de un político estudioso de los asuntos de gobierno, así como de los problemas y posibles soluciones, y proclive al diálogo razonado.

Pero un liderazgo de mediador no se muestra como el más convincente para timonear una coyuntura con nubarrones económicos —que obliga a tomar medidas impopulares—, conflictos sociales, un clima de crispación por escándalos de corrupción y una profundización de los desafíos del masivo éxodo de venezolanos. Esa lista desafiante no incluye la compleja implementación del acuerdo de paz, que ya no figura en los primeros lugares de los temas que generan más inquietud e interés, pese a su importancia para el futuro de Colombia.

Y el bajón en el estado de ánimo de los colombianos es lo que reflejan los últimos sondeos difundidos en el contexto de los primeros cien días de Duque, un presidente que ganó con el apoyo de importantes sectores de la derecha, pero que en algunos temas ha tenido una impronta más moderada o de centro, marcando cierta distancia respecto a ciertas posiciones radicales de su partido Centro Democrático, que lidera el influyente expresidente Álvaro Uribe, su mentor político.

Una paradoja del escenario político es que Duque —con una posición de derecha moderada— genera rabietas, que por ahora no se exhiben en público, entre sus apoyos electorales —sectores ideológicamente conservadores— y, por otro lado, ninguno de quienes se yerguen como opositores lo van a aplaudir desde la tribuna, ni siquiera por sus ideas para combatir la corrupción y no hacer trizas el acuerdo de paz. Así, el presidente es sermoneado por la derecha y por la izquierda.

En ese entorno de torbellino, una encuesta de la firma Invamer para la revista Semana, Caracol Televisión y Blu Radio, realizada entre el 9 y el 12 de noviembre, reveló que 64,8 % de los consultados desaprobaron la gestión de un joven mandatario que tiene 27,2 % de aprobación. Esos datos tienen más sentido si se los compara con el sondeo de septiembre: 32,5 % de rechazo y 53,8 % de apoyo.

El porcentaje de quienes consideran que el país va por mal camino saltó de 59 % a 73,8 % entre septiembre y este mes.

No hay una explicación unidireccional para entender una caída en tobogán en tan corto período de tiempo. Hay por lo menos tres asuntos que han sido un dolor de cabeza para el presidente y que explican una buena parte del malhumor de los votantes.

El primero, la reforma tributaria para tapar un hueco fiscal, que contenía medidas que mostraban un giro copernicano respecto al Duque candidato presidencial.

El presidente y su controvertido ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, presentaron una reforma tributaria que contradecía todo lo que un convincente Duque había prometido: no aumentar impuestos y mucho menos el IVA. Pero eso fue lo que hizo en un proyecto de ley de financiamiento presentado en el Congreso que no tuvo ni el apoyo de su propio partido y hoy es en un tema urticante de negociación política.

Fue un golpe al liderazgo presidencial que finalmente haya tenido que retirar la propuesta de gravar con el IVA a la mayoría de productos de la canasta básica alimentaria y tenga que buscar con afán otros recortes de gastos o incluso aceptar un mayor déficit fiscal en caso de no conseguir la totalidad de recursos.

Hay quienes creen que las diferencias públicas entre Duque y buena parte del Centro Democrático, que incluye al caudillo Uribe, es una puesta en escena extraída de El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde. Así se interpretó cuando Duque apoyó la malograda consulta popular para endurecer la lucha contra la corrupción, a la que se opuso Uribe.

Las diferencias entre el Ejecutivo y el oficialismo en el Congreso reflejan más bien las tensiones por una nueva relación entre ambos poderes. El presidente nombró un gabinete sin apelar a la vieja usanza del reparto político, con la que tradicionalmente el Gobierno se aseguraba cierto respaldo parlamentario a leyes de reformas. El corazón más tradicional del Centro Democrático puede estar pasándole una factura al mandatario por no refugiarse en la denominada mermelada en la política. Este nuevo ejercicio del poder —que no reconoce las maquinarias políticas— no ha permitido la conformación de una coalición mayoritaria en el Congreso que esté en sintonía con la hoja de ruta de Duque, lo que deriva, a su vez, en problemas de gobernabilidad.

A la controversial reforma tributaria se sumó el impacto mediático de multitudinarias marchas de estudiantes universitarios en reclamo de más presupuesto para las universidades públicas, una reivindicación que ha sido apoyada por buena parte de los partidos políticos y la sociedad civil, mientras el Gobierno balbucea respuestas.

Como si los líos del aumento del IVA y del conflicto en la educación fueran pocos para un presidente inexperto, en estos cien primeros días del gobierno estalló un grueso escándalo en torno a la investigación por la trama de corrupción de la consultora brasileña Odebrecht, que salpicó al fiscal general Néstor Humberto Martínez y a poderosos empresarios del país, un caso que investiga la Justicia.

No importa que Duque no esté manchado con ningún caso de corrupción, si más de la mitad de los colombianos cree que el presidente no está comprometido con la lucha contra este flagelo, uno de los temas que más preocupa a los ciudadanos.

Aunque en los rounds de sus primeros cien días Duque ha sido golpeado por varios y difíciles oponentes, no parece haberse dejado vencer por las adversas circunstancias. Es un político convencido de que dará frutos su actitud de mano extendida en la política. Pero no debe olvidar que sin reelección no tendrá una revancha. Solo tiene cuatro años para convencer a los partidos políticos y, lo más importante, a los ciudadanos, de que eligió el camino correcto para la buena suerte de Colombia.

Diálogo Político – Fundación Konrad Adenauer Uruguay

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