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La buena memoria: 25 años del fin del socialismo real

En estos días, Chile está intoxicado de contingencia e inmediatez, con la vista gacha sobre el plato del día, inhabilitado para alzar la cabeza y contemplar el entorno y lo que viene. Es lo que ocurre a los países que caen en tensiones económicas o políticas, o sufren una devastación natural: el día a día se los devora, les empequeñece el horizonte convirtiéndolos en un boxeador arrinconado contra las cuerdas y sin aire, que recibe andanadas de golpes y sólo atina a protegerse sin tomar la iniciativa. El peligro es que la inmediatez nos corroa y nos convierta en adictos a la contingencia. Así muchos países pierden el rumbo y se extenúan.

Tal vez por eso en estos días conviene recordar algunas fechas históricas que nos permiten reflexionar con mayor profundidad y amplitud sobre el país que deseamos. Una de esas fechas es, desde luego, el 11 de setiembre chileno, que habla de los riesgos que corre una comunidad incapaz de resolver sus diferencias mediante el diálogo y el consenso. Esa fecha nos induce a recordar que nada justifica la violación de derechos humanos y que ningún sector en Chile lleva la verdad bajo el brazo.

Está también el otro 11 de setiembre, el del 2001, cuando Al Qaeda lanzó su ataque terrorista contra Estados Unidos y cambió para siempre las políticas de seguridad interna de esa nación y el mundo. Y está también el 11 de setiembre de 1989, cuando miles de germano-orientales asilados en Hungría escaparon a Austria. El día anterior, Gyula Horn, ministro de exteriores de Hungría, había anunciado que su país abriría a medianoche la frontera a Occidente. Ahí tuvo lugar la destrucción simbólica del “Telón de acero” y el sistema comunista mundial. A partir de ese 11 de setiembre el totalitarismo en Europa tuvo sus días contados por su incapacidad para coexistir, con fronteras abiertas, junto a las democracias parlamentarias.

Dos meses después, el 9 de noviembre, cae el Muro de Berlín y con ello termina el monopolio político, en la República Democrática Alemana, del partido comunista que encabezaba Erich Honecker, y comienza así, al menos a nivel emotivo, el proceso de reunificación alemana y el fin de la carrera entre los países socialistas y Occidente.

El héroe del desplome del Muro de Berlín fue el pueblo alemán oriental, que marchó masiva y pacíficamente por las calles exigiendo democracia y recordando “Wir sind das Volk” (nosotros somos el pueblo). Los alemanes orientales enfatizaban el “nosotros” para oponerlo a los comunistas, que durante cuatro decenios afirmaron a los cuatro vientos que ellos eran el pueblo, lo representaban y gobernaban en su nombre.

¿Qué fue de ese héroe casi desconocido, llamado Gyula Horn? Falleció el 2013. En rigor, fue un comunista duro que en 1956 apoyó el aplastamiento soviético de la rebelión húngara, y que en 1989 cambió radicalmente e intentó crear, según sus palabras, “una situación irreversible” para liberar a su patria de la Unión Soviética. En 1994, con Hungría ya en democracia, Horn llega al poder con el partido socialista, sucesor del antiguo partido comunista, y privatiza empresas, atrae inversión extranjera y reduce el papel del Estado.

Me pregunto si la izquierda irá a conmemorar los 25 años de la destrucción del Telón de Acero, este setiembre, o la caída del Muro de Berlín, en noviembre, sucesos que gatillaron el fin de los estados socialistas europeos, donde miles de chilenos vivimos asilados y conocimos en carne propia el totalitarismo. No debemos olvidar que esos modelos sirvieron de inspiración para partidos de izquierda en los años sesenta y setenta, y en algunos casos lo siguen siendo, al igual que Cuba y Corea del Norte.

Hace un cuarto de siglo se escribió la mayor epopeya de libertad que ha tenido lugar en Occidente desde 1945. Sería ahora el momento indicado para que esos partidos reflexionen al respecto de cara a la ciudadanía, y examinen críticamente su empatía con totalitarismos. Las democracias deben condenar las violaciones de derechos humanos vengan de donde vengan, y celebrar el tránsito de otras personas de dictadura a democracia. “Destra e sinestra”, diría Norberto Bobbio, están llamadas a sincerarse, y no sólo por un interés en el pasado, sino también porque definiciones como esas permiten hoy a todos debatir con mayor transparencia sobre el país que se anhela construir.

La Moneda tiene también en estos meses oportunidad para manifestar su visión sobre esos estados que tuvieron una relación particular con Chile. Es un ejercicio democrático complejo, pero en este caso el gobierno no corre peligro de ser acusado de intervencionismo ya que, por fortuna, esos regímenes ya no existen.

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