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La burbuja tóxica

Tengo una vecina que se la pasa expresando su amor por el presidente Maduro (nunca Venezuela tuvo uno mejor) y que le encanta aguardar en largas colas frente a supermercados por si aparecen productos subsidiados –todos los días anda en eso—, porque se entretiene conociendo y hablando con la gente. La gente le saca el cuerpo, convencida de que no está bien. Vive aislada del mundo, en una burbuja de fantasías alimentada a toda hora por su amado presidente, a pesar de que sus vivencias diarias le gritan a todo pulmón que las cosas no dejan de empeorar. Pero es sorda a lo que se niega a escuchar.

A nivel nacional, esta burbuja se fue construyendo desde los primeros días de la presidencia de Chávez. Cual película de terror, poco a poco se fue extendiendo una emanación rojiza de retórica y simbología comunistoide que fue desplazando al mundo tal cual es. No obstante, Chávez todavía mantenía suficiente conexión con el mundo real como para saber navegar exitosamente las aguas turbulentas que le tocó enfrentar. A pesar de su discurso ideologizado, hacía referencia a hechos de la vida real en términos reconocibles por el común. De ahí su conexión con la gente y su capacidad de movilizarla en torno a sus objetivos de política, …siempre que el precio del petróleo le sonriera. Esa situación ha cambiado para peor con Maduro.

En la medida en que ha tropezado con crecientes dificultades, Maduro, en vez de asesorarse con quienes podían ayudar a superarlas, prefirió huir hacia adelante, refugiándose en ese mundo de fantasías para evadirlas. Construyendo sobre la idea del enemigo externo que le legó su mentor, todos sus tropiezos tiene explicación en conspiraciones contra él y la “revolución”, porque en (su) realidad, las cosas no podían estar mejores: tenemos patria y estos carnavales fueron estupendos, bla, bla, bla….

Si fuera simplemente otro caso para el siquiátrico, se podía pasar por alto. Pero ese señor está hoy al frente de la maquinaria del Estado. Inventa la estupidez de una “guerra económica”, y se aferra a ella cual salvavidas en el hundimiento del Titanic, mientras sus compatriotas –por culpa suya–se precipitan desasistidos al fondo, muertos de hambre, sin medicinas y ahítos de servicios públicos que le permitiesen sobrevivir con cierta dignidad a sus falencias. Destruye a la iniciativa privada, a PdVSA y al sistema hospitalario y educativo, y somete a la población a todo tipo privaciones, a cuenta de un discurso que le obnubila ante la tragedia o que, en todo caso, le provee las escusas para ignorarla. Exhalando odios, ha ido alimentando una secta de fanáticos, cada vez más reducida pero cada vez más exaltada y violenta. Es esta el “pueblo” ante el cual se congratula Maduro. Los demás –la inmensa mayoría de los venezolanos—no existimos o somos “apátridas”. Y no es que él y los suyos crean sus propios disparates; es que éstos constituyen un refugio imprescindible –el único que les queda—ante un mundo que se les pone cada vez más chiquito. La plétora de clichés con los que escamotea la vida, opera como un bálsamo que alivia conciencias y lava culpas por los terribles sufrimientos urdidos sobre los venezolanos. En tal sentido, la burbuja ha mostrado ser sumamente tóxica, pues la enajenación del mundo real que provoca lo insensibilizan ante la inusitada crueldad conque desprecia los sufrimientos in crescendo de los venezolanos. Persiste, impertérrito, en sus funestas políticas. Que la pobreza por ingresos llegó al 87% de los hogares en 2017 –48,4% en 2014—y un 61,2% viva en pobreza extrema según la encuesta de las universidades (Encovi), no lo perturba. Represión, terrorismo judicial –como el aplicado al dirigente sindical (chavista, de paso) que alertó sobre el colapso del sistema eléctrico—, ejecuciones extra-judiciales y desidia constituyen su respuesta ante las protestas.

Pero además, las emanaciones de la burbuja rojiza envenenan las mentes, provocando conductas suicidas. Al ganar las fuerzas democráticas la mayoría en la Asamblea Nacional, en vez de intentar reconstruir su apoyo buscando convivir provechosamente con el Legislativo, Maduro buscó su eliminación, primero con decisiones tramposas del tsj partidista que le anulaban potestades, luego con las decisiones 155 y 156 que usurpaban sus funciones y, finalmente, con la designación, por medios fraudulentos, de una “asamblea constituyente” que se arrogó poderes supraconstitucionales para desplazarla. Estos atropellos al orden constitucional y a los derechos civiles y políticos de los venezolanos le ha ganado a Maduro y los suyos sanciones cada vez más fuertes que, en la práctica, los ha convertido en reos de la justicia internacional. Ahora no se le ocurre mejor huida que la de convocar unas elecciones anticipadas para la presidencia en condiciones en las que sólo él puede ganar, para precipitar aún más su precaria base de sustento.

Todos los países democráticos de importancia para Venezuela han manifestado que desconocerán los resultados de semejante farsa. La oposición democrática rechaza tales comicios y anuncia que va a luchar por distintos medios para conquistar la realización de unas elecciones verdaderamente pulcras y justas. Variadas organizaciones de la sociedad civil se levantan contra ellas. Es decir, en vez de disipar las presiones que se acumulan en su contra ofreciendo concesiones que le hubiesen permitido negociar en República Dominicana unos comicios reconocidos internacionalmente, Maduro cierra la válvula de escape. Pero pensemos en que sigue adelante como hizo con la asamblea “constituyente” y –no cabe duda—resulte ganador en su sainete. ¿Qué le espera? El pueblo –el verdadero, no su secta—no se lo va a reconocer, mucho menos la comunidad internacional. ¿Y que tal si procede con el ex abrupto de incluir a la Asamblea Nacional en unas “mega-elecciones” para “renovar” todos los poderes y hace que la “constituyente” fraudulenta lo convalide? Como señala el jurista Carlos Ramírez López en artículo reciente en El Nacional[1] el Estado Venezolano quedaría acéfalo ante el mundo democrático y sus supuestos regentes sin protección alguna ante las pesquisas de la Corte Penal Internacional y/o las prosecuciones anti-drogas y en contra del lavado de dinero de la Justicia de EE.UU. y de la UE. ¿Qué presidente va a aceptar reunirse con Maduro para dirimir controversias o acordar acciones de beneficio mutuo? ¿Los suyos podrán salir de Venezuela? ¿En qué país van a disfrutar de sus millones de dólares?

Desde luego, la avaricia ciega. Mafias enquistadas en el aparato del Estado han ido inflando la burbuja rojiza, nunca satisfechos con lo apropiado, en la medida en que lo destruyen cual parásitos. Creen encubrir, con ello, sus fechorías, a cuenta de “revolucionarios”. Es demasiado el dinero mal habido del cual se han apoderado y harán cuanta trampa haga falta para quedárselo, así el país y sus habitantes se estén cayendo literalmente a pedazos. El fin justifica los medios.

Es obvio que las bayonetas pueden pinchar la burbuja y precipitar a sus moradores a la tierra dura y rocosa. Lamentablemente, sus emisiones tóxicas sirven hoy para “legitimar” la complicidad de algunos militares con el régimen de expoliación instaurado, sobándoles el ego a cuenta de “herederos de Bolívar” y campeones del pueblo-secta, y absolviéndolos de sus desmanes contra la población. ¿Hasta cuando van a seguir cayéndose a embustes cuando el mundo real se les encoge peligrosamente? ¿Es que no les importa nada la hambruna de sus compatriotas? ¿De qué fibra están hechos?

Fiel a su naturaleza fascista, Maduro huye instintivamente hacia la confrontación final. En la medida en que se siente más acorralado, más se radicaliza, La política es, para él, una guerra. Pero como enseña la película “La caída”, sobre los últimos días de Hitler, incluso con el poderío militar y económico de la Alemania nazi, la realidad se impone al final –violentamente con el alemán—sobre la fantasía.

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