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La caravana de migrantes de la que nadie habla

Brian Fincheltub

Desde hace varias semanas la prensa mundial no deja de hablar incesantemente de la caravana de migrantes que atraviesa México camino a los Estados Unidos. Son al menos cuatro mil hondureños que han salido de su país y han emprendido un difícil camino rumbo al norte. Quizás la hostilidad que ha caracterizado la relación de la prensa con la administración Trump, ha hecho del acontecimiento y de la inmigración un tema con gran centimetraje y cobertura en la prensa norteamericana. Pero no muy lejos de donde todas las cámaras enfocan sus flashes, el equivalente a cuatro caravanas de migrantes escapa TODOS LOS DÍAS de Venezuela. Tan solo a Perú, el promedio de hermanos venezolanos que llegan diariamente a territorio inca supera las cinco mil almas, muchas de ellas tras caminar miles de kilómetros.

Sobre la caravana centroamericana no me detendré aquí a analizar a qué intereses responde esta gente ni mucho menos a sacar conclusiones sobre quién o quiénes los financia. Eso sería hacer lo mismo que hacen los jerarcas de la dictadura cuando niegan que en Venezuela exista una crisis migratoria. Lo que si no voy a dejar de cuestionar es el uso hipócrita y criminal que hace la izquierda y sus espacios de propaganda sobre lo que, sin dejar de representar una difícil realidad, no se compara en modo alguno con la gravedad y magnitud del drama de los caminantes venezolanos. Un drama que ya no se lee, no se escucha ni se ve en la prensa mundial. Quizás porque dejó de ser “noticia”, quizás porque ya no interesa o simplemente ya no vende.

No se trata de creerse el ombligo del mundo, todos los países tienen problemas, pero lo nuestro lejos de ser un problema ya ha sido reconocido por la Organización de Naciones Unidas como una crisis humanitaria que tiene entre sus consecuencias la más grande ola migratoria que ha vivido Latinoamérica en los últimos tiempos. Es un drama que no termina cuando la gente sale de las fronteras, sino que continúa y se instala en los países receptores, donde se multiplica el círculo de miseria y la desesperanza, debido a que quienes salen muchas veces tienen que hacer frente a la desesperación de no conseguir oportunidades y a la frustración de saber que de su éxito depende la supervivencia de los suyos en Venezuela.

Cuando pido que los ojos del mundo vuelquen su mirada sobre Venezuela, no me refiero a que queramos compasión o lástima. Tampoco mi crítica se debe a que nos incomode no tener una primera plana en un periódico mundial. Nuestra demanda como pueblo es para quienes hoy quieren maximizar unos acontecimientos minimizando una tragedia. Es momento que entiendan de una vez por todas que si no actúan cuanto antes, no habrá frontera ni país que pueda hacer frente a la realidad venezolana, que ya no se habrá desbordado solamente, sino que se les habrá instalado en sus casas convirtiéndose en un problema para la gobernabilidad y la estabilidad para toda la región.

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