La ceremonia
Eduardo Soto Álvarez
Hace un siglo, Robert Ripley, caricaturista californiano, fundó un periódico que se haría famoso por presentar hechos sorprendentes y poco habituales de todo el orbe. Hoy, la colección Ripley, comprende más de 170.000 entradas, entre dibujos, aparatos y fotografías, las cuales exhiben en una veintena de museos en todo el mundo.
Pues bien, la reciente ceremonia de juramentación, ha sido un espectáculo con características tan peculiares, que tiene asegurado su acceso a la compilación de rarezas, que ha hecho famosa a la franquicia.
En efecto, tiene que ser necesariamente curioso, cuando uno de los protagonistas jura como mandatario y el otro le toma juramento como presidente del máximo tribunal de justicia, cuando el primero no ha documentado de manera fehaciente su nacionalidad y, respecto al segundo, es público y notorio que ha sido condenado por delitos comunes de grueso calibre.
El juramento, ha sido uno de los más largos jamás pronunciados, a tal punto que al magistrado se le olvidó el texto y a quien lo prestaba se le ocurrió recurrir, entre tanta apostasía, a palabras históricas de Simón Bolívar en el Monte Sacro y solo le faltó juramentarse también en nombre del costurero parroquial de El Carmelo.
Una de las lecciones derivadas de la función, ha sido, sin duda, sobre geografía universal y fue útil para promover un motor de búsqueda estadounidense, pues mucha gente tuvo que informarse sobre la existencia de algunos países con representación en la ceremonia, que no son conocidos, ni reconocidos, ni siquiera miembros de la ONU, la cual, por cierto, limitó su representación al coordinador residente, la OEA no reconoce al protagonista, la Unión Europea había hecho lo mismo y el Clero venezolano brilló por su ausencia.
Sin embargo, nadie podría negar el laurel diplomático que significa la asistencia de los presidentes de Cuba, Bolivia y Nicaragua, únicos asistentes de América Latina, aunque nadie tampoco podría vislumbrar, las recónditas razones que motivaron su presencia.
Nunca en ceremonias de esta naturaleza, un mandatario había sido tan repudiado por la comunidad internacional, ni tan reconocido por carecer de legitimidad. Ninguno de los países con quienes el chavismo dice haber establecido relaciones estratégicas, participó en la ceremonia a nivel de jefe de estado o de gobierno, lo que indica que su interesada condescendencia, no llega hasta retratarse en grupo con los peones que utilizan para sus lucros y para sus bregas.
Pero, los ribetes socarrones de una ceremonia huérfana de legalidad, no pueden ocultar su nefasta carga al intentar prolongar la penuria del pueblo venezolano, ni la amenaza que implica para la comunidad internacional, la cual, por supuesto, tampoco a estas alturas, cree en las añagazas del régimen chavistoide.
Ahora, debemos cerrar filas en torno al único poder legítimo que nos queda, la indiferencia contribuye a cercenar el futuro de la patria.