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La colmena sin reina

En uno de los pasajes de Guerra y paz, León Tolstoi describe la vida en una colmena sin reina. Las abejas zumban alrededor de ella, lo mismo que en torno a las demás; todavía se percibe el olor a miel, y las abejas entran y salen, igual que en las otras colmenas. Pero, si se presta atención, observa el insigne escritor, en esa colmena ya no hay vida. Las abejas revolotean de modo distinto que en una colmena con vida; el olor y los sonidos son distintos. Si se golpea la pared de una colmena enferma, en lugar de la respuesta habitual del zumbido de miles de abejas que producen ese rumor lleno de vida, se oirá unos sonidos aislados, dispersos en los distintos lugares de la colmena vacía. Se percibe el olor a podredumbre y a lugar deshabitado. Ya no hay guardianes dispuestos a perecer por la defensa de la colmena. Ya no se oye ese sonido regular y suave del palpitar del trabajo, sino los ruidos inarmónicos y dispersos del desorden.

En la colmena sin reina entran y salen, tímidamente y a escondidas, las abejas ladronas cubiertas de miel, que ahora no pican y solo huyen del peligro. Antes, las abejas entraban llevando el polen y salían sin nada; ahora, salen llevándose el botín. Cuando el apicultor abre la parte inferior de esa colmena, en lugar de las abejas negras y gordas, apaciguadas por el trabajo, que cuelgan hasta la parte inferior, sujetándose unas a otras, incesantemente extrayendo la cera, se observa unas abejas soñolientas, secas, que deambulan distraídamente por el fondo y las paredes de la colmena. En lugar del suelo bien cuidado y barrido por las alas, hay migajas de cera, excrementos, abejas moribundas que apenas mueven las patas y cadáveres. Todo está sucio y desierto; las abejas ladronas abandonan rápida y subrepticiamente esa vieja colmena.

Los zánganos se baten en vano contra las paredes de la colmena. Entre los panales con abejas muertas, de cuando en cuando se oye un zumbido irritado, y las abejas, debilitadas o muertas, caen lentamente sobre un montón de cadáveres.

Al volver las dos partes centrales del panal para ver el nido, en lugar de los miles de abejas pegadas espalda contra espalda que se verán en una colmena con vida, se observan algunos centenares de esqueletos de abejas tristes, moribundas y adormiladas. Casi todas han muerto, sin darse cuenta de ello, sentadas en el santuario que guardaban y que ya no existe. Despiden un olor a podredumbre y a muerte. Tan solo algunas de ellas se mueven, se levantan, vuelan perezosamente y se posan sobre la mano del enemigo, pero ya sin fuerzas para morir picándolo

Al hacer esta descripción de una colmena sin reina, Tolstoi no tenía la intención de poner de relieve sus conocimientos de apicultura, sino aplicarlos para interpretar la vida de los pueblos. Ésta es, sencillamente, la forma exquisita que el célebre escritor eligió para explicar uno de los acontecimientos históricos a que se refiere en su famosa novela. Pero esa metáfora, que podía ser muy apropiada para describir la vida de Moscú luego de la invasión de Napoleón en 1812, sigue teniendo vigencia en 2017. Hoy, difícilmente se podría ilustrar de manera más cruda y descarnada la tragedia de una sociedad próspera y pujante que, de la noche a la mañana, se vio empobrecida y saqueada por una pandilla de zánganos. Pocos tienen el talento para describir, de manera tan gráfica como lo hace Tolstoi, la forma en que, en ausencia de un liderazgo responsable capaz de ofrecer trabajo bien remunerado, se acaba el sustento de una sociedad, se desvanecen los sueños y las esperanzas y, quienes formaban parte de la vieja camarilla, hoy deambulan distraídamente por las celdillas de esa colmena sin vida, en busca de lo que aún pueda servirles de botín, sin percatarse de que ellos también están acabados.

 

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