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La comunidad trasatlántica y su desarrollo (I)

  1. Alianza trasatlántica, democracia e integración:

Los Estados Unidos y la Unión Europea (27 países miembros) representan el 45% del producto interno bruto (PIB) mundial y poco más del 40% del comercio global. Con una población conjunta de 780 millones de personas, Estados Unidos alcanzará en 2021 un PIB nominal de US$ 22,68 billones y la Europa comunitaria US$ 17,05 billones (trillones estadounidenses). En conjunto, la producción total de bienes y servicios de ambos territorios sumará US$ 39,73 billones este año. El ingreso por estadounidense se eleva a US$ 68.309 y el del europeo a US$ 38.305. 

El comercio total de bienes y servicios entre los Estados Unidos y la Unión Europea se ubicó en €974 millardos en 2020, retrocediendo frente al 2019 debido a la pandemia del COVID 19. Las exportaciones de bienes europeos fueron de €353 millardos y las importaciones procedentes de Estados Unidos fueron de €203 millardos, arrojando un superávit a favor de Europa de €150 millardos. Las exportaciones comunitarias de servicios a EUA se situaron en €171 millardos, mientras que las importaciones del bloque originarias de la nación norteamericana ascendieron a €247, con un saldo favorable a este país de €75 millardos.  El acervo de inversión extranjera directa de la Unión Europea en los Estados Unidos se coloca en €2.2 billones (2019), en tanto que para este último país el monto se ubica en €2,0 billones. 

La integración y complementariedad de las economías euro-americanas es considerable. La relación birregional euro-estadounidense – y habría que agregar a Canadá con un PIB nominal de US$ 1,88 billones (2021) – es la más grande del planeta, tanto en términos cuantitativos como por sus encadenamientos de valor. Ello es sin duda consecuencias de que los sistemas económicos de ambas regiones practican la libertad de comercio y asociación dentro de democracias liberales que históricamente han compartido valores culturales comunes.

Aunque parezca una paradoja, los Estados Unidos y la Unión Europea no han firmado un tratado de libre comercio, aunque hubo un esfuerzo por alcanzarlo durante la Administración del presidente Barack Obama a partir de 2013. Se le denominó la Asociación Trasatlántica para el Comercio y la Inversión (The Trasatlantic Trade and Investment Partnership – TTIP). La negociación no fue concluida al finalizar la Administración Obama y su sucesor, Donald Trump, interrumpió el proceso. Ambas regiones se rigen por las pautas que fija la Organización Mundial de Comercio (OMC) y el promedio de aranceles es inferior al 3% en ambos lados del Océano Atlántico.

La Administración Biden y la Unión Europea han relanzado sus relaciones en 2021 y han constituido, como primer paso, el Consejo Euro-Estadounidense sobre Comercio y Tecnología (The US – EU Trade and Technology Council), cuya primera reunión se celebró el pasado 29 de setiembre, acordándose una agenda común que abarca diversos grupos de trabajo, con un fuerte componente verde para la era postpandemia. 

Comencemos por señalar que, si sólo fuera por razones geoeconómicas, América Latina y el Caribe no pueden estar a espaldas de lo que acontece en las relaciones entre los Estados Unidos y la Unión comunitaria, ni desaprovechar las oportunidades de comercio e inversión actuales y futuras a tenor de su desarrollo socioeconómico integral y sustentable

2. La Comunidad Trasatlántica:

Si agreguemos a los 780 millones de europeos y estadounidenses, los 667 (2021) millones de latinoamericanos y caribeños y los 38 millones de canadienses, contaríamos con una población total de 1.485 millones de seres humanos que comparten una historia común dentro del Hemisferio Occidental.  

Destaquemos que, de acuerdo con el último censo de los Estados Unidos, hay 62,1 millones de hispanos en su país, la segunda población de raíz española más grande en el continente americano, después de México. El acervo cultural de lo que podríamos llamar la Comunidad Trasatlántica, junto con la impronta provechosa de los continentes asiático y africano en su diversidad y mestizaje, nos ofrece una riqueza sinigual al compartir lazos históricos que desembocan en los valores comunes de democracia, libertad, derechos humanos, solidaridad y hermandad. La Comunidad Trasatlántica constituye una unidad cultural dentro de la diversidad que enclava sus raíces en Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma, sustento básico de nuestras tradiciones y expresiones artísticas, culturales, científicas, societarias y civilizatorias.

De modo que, si los lazos históricos birregionales nos permiten concebir una Comunidad Trasatlántica imbricada por vínculos ancestrales indisolubles, no perdamos de vista que los flujos de comercio e inversión euro-americanos y trasatlánticos han constituido y deberán seguir constituyendo una fuente indispensable de intercambios económicos cuyo fin principal debe ser la generación de empleo y riqueza para las naciones iberoamericanas y caribeñas, por medio de sus exportaciones de bienes y servicios y como como receptores de inversión extranjera directa capaz de expandir la capacidad productiva de la región, superar la pobreza, alentar el crecimiento económico, ampliar el bienestar social, propiciar la transferencia de tecnologías y destrezas técnicas y gerenciales, facilitar la aplicación de estándares internacionales de higiene, salud, seguridad y protección ambiental e instaurar de sanas prácticas de gobernanza corporativa y responsabilidad social. 

En las primeras dos décadas del siglo XXI, se han producido fenómenos sociopolíticos y económicos que han no han permitido la configuración de una alianza trasatlántica más cohesionada y eficaz. En la geoeconomía mundial, citemos sólo la crisis financiera del 2008-2009, el auge y caída de la bonanza de las materias primas, el regreso al unilateralismo y el debilitamiento del multilateralismo y del regionalismo abierto, el resurgimiento de prácticas proteccionistas, la ideologización de las relaciones económicas intrarregionales y birregionales, la ralentización y a veces paralización de los procesos de integración en Europa y América Latina, la inserción de Asia y en particular de China en la dinámica del comercio y la inversión en el subcontinente latinoamericano y el aumento de la brecha entre los niveles de ingreso y desarrollo entre las naciones de Europa y Norteamérica y los países iberoamericanos y caribeños.

En el plano sociopolítico, mencionemos sólo la radicalización de las diferencias ideológicas y la polarización política en las sociedades norteamericana, europea y latinoamericana, el surgimiento de ultranacionalismos identitarios, la expansión del autoritarismo y el populismo, la aparición de conflictos políticos y religiosos extracontinentales en la región latino-caribeña y el debilitamiento del Estado de Derecho y de la gobernabilidad democrática continental.

Ante las amenazas a la cohesión e integración de la Comunidad Trasatlántica, toca redefinir una estrategia común para fortalecer la democracia y retomar la senda del crecimiento y el desarrollo socioeconómico sustentable de las tres subregiones con configuran la Cuenca Atlántica, particularmente la latinoamericana y caribeña, de manera que esta región, ya rezagada en su desarrollo e inmersa todavía en la explotación extractivista de sus recursos naturales y materias primas, pueda acceder a los beneficios de las naciones avanzadas de Norteamérica y Europa, cuya inserción en la III y IV Revolución Industrial les depara todavía mayores niveles de ingreso nacional y bienestar social.

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[1] Primera parte editada de la exposición del autor en el Coloquio virtual: Las relaciones UE – EEUU: impacto en América Latina, Instituto de Estudios Parlamentarios Fermín Toro, Caracas, 14 de octubre de 2021. Expositores: Suzanne Gratius, José Ignacio Salafranca, Carlos Malamud y Luis Xavier Grisanti.

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