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La Confianza

El amor es creíble en la constancia de nuestros actos y se afirma en la consistencia que mostramos en nuestras acciones en concordancia con las palabras que expresamos. Cuando nuestros actos demuestran la verdad de nuestras palabras de manera constante, entonces nace la confianza. La confianza es la piedra angular de las relaciones interpersonales. La palabra confianza expresa la cualidad de aquel que tiene absoluta seguridad de algo o alguien. Está formada por el prefijo “con” que proviene de la raíz indoeuropea “Kom” la cual significa “junto a” o “cerca de”. Además, tenemos la sílaba “fi” que proviene del verbo “fiar” del latín “fidere” que significa confiar. Y el sufijo “anza” que expresa la cualidad de un agente, como en las palabras esperanza y fianza.

Es indudable que sin la confianza como fundamento de la vida personal, de los negocios, las comunidades y, en mayor escala, de las naciones, todo se vuelve un caos. Aun cuando, en ocasiones, las personas confiadas pueden resultar víctimas de otras. Esas víctimas podrían ser denominadas como “ingenuos”; sin embargo, es un hecho indiscutible que la tendencia del ser humano desde la niñez es hacia la confianza. De allí que, consideramos que es la sumatoria de las experiencias negativas o de decepción, las que conllevan al ser humano a desarrollar una actitud de “alerta” o desconfianza ante otras personas o situaciones. Yamagishi (2001), en su trabajo La Confianza como una forma de inteligencia social, aplicó una encuesta a estudiantes universitarios, cuyos resultados mostraron que, en su mayoría, los estudiantes  consideraban que ser confiado era sinónimo de ser ingenuo, mientras que ser desconfiado era sinónimo de ser astuto.

De tal manera que, no podríamos catalogar a la desconfianza como algo negativo, propiamente dicho, sino como el escudo protector que al igual que la confianza, se desarrolla en el ser humano de acuerdo a la consistencia entre el rol y las palabras traducidas en acciones concretas y coherentes con dicho rol. El trabajo de Yamagishi demostró que normalmente las personas tienen una alta tendencia a confiar y al mismo tiempo esta predisposición está acompañada por una tendencia a ser precavidos, lo cual, a efectos de su trabajo, demuestra que la confianza y/o su contraparte son forma de una inteligencia social.

Lo cual nos lleva a una consciencia superior sobre el hecho de que nuestra confianza como individuos y como colectivo es un valor que deberíamos cuidar celosamente. Es totalmente irracional persistir en el comportamiento generado por el “pan y el circo”. No deberíamos persistir en la actitud del ingenuo que cae una y otra vez en el mismo hueco; pues, eso solo denota una gran falta de inteligencia. Yamagishi (2001) concluye que puede establecerse una relación entre la predisposición a la confianza social con la actitud vigilante. Una premisa de mucho valor en una sociedad sometida a las mismas decepciones durante años. Un consejo bíblico, expresado por Jesús a sus discípulos: “He aquí los envío como ovejas en medio de lobos, sed pues astutos como serpientes y mansos como palomas”. Mateo 10:16. 

Es fácil reconocer en los diversos grupos sociales el grado de confianza; además, se puede constatar que las relaciones interpersonales con altos niveles de confianza se traducen en personas con entusiasmo por la vida y muy efectivas en sus labores. Cuando un grupo, desde la familia, las amistades, hasta los equipos de trabajo, en toda la diversidad de acciones o negocios está amalgamado por medio de la confianza, existe un alto porcentaje de éxito y continuidad en el propósito que los unió. No obstante, la confianza no es solo una predisposición innata en el ser humano, ni tampoco una magia que surge en diferentes tipos de relaciones. La confianza es una estructura mental que se construye a través de diferentes actitudes de unos hacia otros.

Para poder establecer las bases sobre la cual se construye la confianza es necesaria la empatía con el otro. Cuando cualquier ser humano se siente escuchado y comprendido es propenso a confiar. En consecuencia, el primer síntoma de la confianza es que se está dispuesto a escuchar también. Generalmente, las personas que suelen hablar en demasía de sí mismas, no son empáticas; por lo tanto no son dignas de confianza. Si un líder pretende persuadir, lo que realmente le funcionará será la verdad, expresar coherencia entre sus palabras y su testimonio de vida; entre su discurso y su rol, ya que el escudo de la desconfianza se mostrará ineludiblemente frente aquellos que dicen una cosa y hacen otra. Como una vez dijo el presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy. “Se puede engañar a todos por poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos, todo el tiempo”.

La persona empática muestra un genuino interés por las prioridades del otro. Cuando las relaciones interpersonales se convierten en una autopista de doble vía, en la que los beneficios van y vienen de un lado hacia el otro, entonces es fácil bajar las defensas y dejar fluir la relación como las aguas de un río que vencen todos los obstáculos. Sin embargo, la confianza también depende de las habilidades que posee la persona o el grupo para desempeñar la tarea. De la misma manera que no confiamos en un ingeniero para que practique una cirugía de riñón o de un plomero para que realice un trabajo de electricidad; así tampoco podemos confiar en una suerte de cómico para que dirija una nación, o de una persona que marcó un camino que condujo al engaño.

Gran parte de nuestros problemas como nación y más allá de nuestras fronteras como continente, están estrechamente relacionados con el hecho de que hemos confiado en las personas equivocadas, sin las habilidades, ni el carácter necesarios. Porque la formación es de suma importancia, pero un cerebro sin corazón no es confiable en absoluto. Es necesario cultivar el carácter con virtudes como la honestidad, el autocontrol, la perseverancia y la compasión, entre otras. Sobre todo, necesitamos personas cuyo comportamiento pueda ser examinado y seguido en la línea del tiempo. 

Tanto a nivel personal como a nivel colectivo, las personas o instituciones en quienes depositamos nuestra confianza deben ser susceptibles de seguimiento. Algo así como lo que llamamos hoy en día, usando la lengua inglesa, tracking. Una persona con una vida sólida moralmente, una institución que ha cumplido su visión y misión; cualquiera que haya dado el fruto cuyo nombre ostenta, es el tipo de persona que nos da la seguridad, la certeza que podemos creer, confiar.

Todos podemos fallar, todos podemos cometer errores. 

El perdón es un regalo que concedemos y nos es concedido.

Pero, la confianza debe ser ganada.


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