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La culpa es de los jefes

Porque, después de todo, el viejo aforismo militar explica que “el comandante es el responsable de todo cuanto haga o deje de hacer su unidad”.  Y digo esto porque muchos venezolanos hemos notado con grima y disgusto una tendencia (pequeña, es verdad, pero no por eso menos preocupante) a la comisión de delitos comunes por parte de mandos medios de las Fuerzas Armadas.  Con demasiada frecuencia, los medios informativos despliegan titulares reseñando que el capitán “X”, o el teniente “Y”, o el mayor “Z”, fue encontrado manejando un vehículo robado, traficando con drogas, asaltando un comercio o a unas personas, apropiándose con violencia de las pepitas de oro de unos mineros en Guayana, sustrayendo y vendiendo armas de algún parque militar, y otros delitos parecidos.  Y con un agravante mayúsculo: muchas veces actúan de consuno con subalternos a quienes utilizan como cómplices. Personas a quienes, más bien, debieran darle buenos ejemplos en la vida moral.  A mí, que tengo más de sesenta años relacionado con la institución militar eso me causa suma preocupación porque puedo certificar que nunca antes había sido tan notorio este fenómeno.  No es que no hubiese oficiales que faltaran a la fe que la nación había puesto en ellos y al juramento que hicieron al recibir las armas de la república.  Porque siempre ha habido oficiales felones.  Pero eran tres o cuatro casos al año.  No más.  Sin embargo, eso no es lo que está sucediendo en estos tiempos; ahora todas las semanas nos encontramos con ese tipo de noticias de página roja.

¿Cuáles son las causantes de ese deterioro en la fibra moral de las nuevas generaciones de oficiales?  Se me ocurren dos, por lo menos.

Por un lado, debido al afán enfermizo que tiene el régimen por aumentar indebidamente lo que en el argot militar se denomina “el pie de guerra”, los altos mandos han disminuido las que antes eran exigentes pruebas de ingreso para la carrera.  Y no me refiero solo a las aptitudes académicas y físicas que deben mostrar los candidatos (que también parecen haber ido a mengua) sino a los requisitos morales y sociales que debieran adornarlos.  ¿Estarán los trabajadores sociales y los organismos de inteligencia de los diferentes componentes averiguando de dónde vienen, quiénes son los familiares, con quiénes se reunían, donde viven esos aspirantes a cadetes?  Me huele que no.  Es que están tan ocupados buscando “traidores a la patria” y “conspiradores” donde no los hay, que no tienen tiempo.  El SIFA, en mis tiempos de aspirante, y luego la DIM hacían exhaustivas investigaciones de los que aplicábamos para obtener una de las plazas e ingresar a la carrera militar.

Por el otro, los altos mandos y los comandantes de unidades superiores están tan ocupados asistiendo a reuniones de corte político, dando manifestaciones de perruna fidelidad al partido de gobierno, reuniendo a sus oficiales solo para sesiones de adoctrinamiento en eso que ellos creen que es socialismo o, simplemente, formando comanditas para sisar del presupuesto, o montar negocios con bolichicos y copartidarios, que no les queda tiempo para congregar a sus subalternos para profundizar los conocimientos profesionales, exhortarlos a la rectitud y la eficiencia en el desempeño de sus funciones y —más importante que todo— darles buenos ejemplos y exigirles rectitud a toda prueba.  Los subalternos ven esos malos ejemplos y los imitan…

Sexto Julio Frontino (40-103 DC) fue un militar y funcionario civil del imperio romano.  Vespasiano lo envió a Britania como comandante para pacificar a las tribus hostiles de esa isla.  Después de su regreso, exitoso, fue nombrado por Domiciano gobernador de la Germania Inferior, donde también obtuvo lauros.  Y, posteriormente, Nerva lo nombró curator aquarum, comisionado para optimizar el funcionamiento de los acueductos de Roma.  Producto de su experiencia, escribió tres libros: un tratado sobre la ciencia militar, que se ha perdido; De aquaeductu, una de las más importantes fuentes de información sobre obras de ingeniería hidráulica en su época; y Strategemata, una colección de narraciones acerca de las tácticas militares y las acciones disciplinarias realizadas por diferentes comandantes griegos y romanos que lo antecedieron.  No estaría de más que los mandos venezolanos averiguaran un poco sobre las decisiones tomadas por estos jefes para mantener la disciplina en tiempos difíciles.

Por ejemplo, cuenta que cuando Escipión, “el africano” tomó el mando en Hispania, encontró las legiones muy desmoralizadas por la falta de diligencia de los comandantes anteriores.  Decidió cambiar el estado de cosas y retrotraer a los soldados a lo que había sido una constante en los ejércitos romanos: la rigurosa disciplina que conlleva a la victoria.  Aumentó la frecuencia y la duración de las marchas, con raciones y equipo completo, bajo condiciones desagradables que los acostumbró al frío, la lluvia y el vadeo de ríos.  Les reprochaba cuando actuaban con timidez o indolencia, les decomisaba los artículos que no fuesen necesarios en la campaña.  Una memorable instancia de su severidad fue cuando reprochó a Gayo Memmio en público: “no eres de valor para mí; pero eso es por poco tiempo; mientras que para ti y para Roma no lo serás nunca”.  A otro oficial, que se jactaba de lo bien decorado que tenía su escudo, le dijo: “espero que no confíe tanto en él como en su espada”.

Otro ejemplo que Frontino pone en su libro es el de los mercenarios griegos contratados por Ciro para combatir en Persia.  Al morir este en la batalla de Cunaxa, los griegos quedaron sin jefes y abandonados a su suerte en el medio del imperio persa.  Fue cuando Jenofonte tomó el mando, se abrió paso a través de más de mil kilómetros de territorio hostil y consiguió llevarlos salvos a Grecia.  Pero, claro, Jenofonte era un tipo capaz e ilustrado: había sido discípulo de Sócrates.

Desafortunadamente, los altos jefes venezolanos solo escuchan a al voluminoso cucuteño y al capitán Hallaca; el primero, ágrafo; el segundo, poquita cosa aun cuando hable mucho.  Ninguno de los dos, ejemplo de virtudes…

Errata

Un amigo, Fernando Azouth, me hizo notar que en mi artículo anterior, dije que Lula tenía una lujosa casa de playa en São Paulo, pero que dicha ciudad no está al nivel del mar. Debí decir “Santos”.  Pecavit

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