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La cultura y el hombre moderno

El inicio civilizatorio se fue construyendo desde la observación a la naturaleza y el contacto cercano entre sus semejantes; nada del hombre se dio fuera del hombre, todo comenzó siendo una historia compartida, en la que diferentes maneras de entender la existencia como vida se fueron acumulando como capas afinadas entorno a un gran centro que siempre fue objeto de misterio y polémica, pero que al final se ha circunscrito entorno al Sol, esfera con elevadísimas temperaturas y presiones, que sirve de agente de equilibrio en la supervivencia del planeta tierra.

Esa cultura amasada en el intercambio y la dialógica perenne, aún en tiempos en que el lenguaje no existía, se abrazó al símbolo de los valores, los cuales se fueron tejiendo desde las normas concietudinarias de convivencia  hasta la organización de la sociedad en instituciones sensibles y gestoras de las necesidades de los hombres. Alfred Kroeber (1876-1960), influyente personalidad de la antropología estadounidense, y el antropólogo y sociólogo, también estadounidense Clyde Kluckhohn (1905-1860),  compilaron una lista de definiciones de cultura, simplificando este saber en términos en categorías precisas: la cultura es Cultivo, es decir, la acción y efecto de cultivar; la cultura es también un conjunto de conocimientos que permite desarrollar en el hombre su juicio crítico; la cultura es el resultado o efecto de cultivar los conocimientos humanos y de ejercitar las facultades intelectuales del hombre; es el conjunto de modos de vida y costumbres, conocimientos y grado de desarrollo artístico, científico, industrial, en una época, grupo social, entre otros; la cultura también es culto religioso, homenaje, tributo a Dios; la cultura igualmente es un conjunto de valores, creencias orientadoras, entendimientos y maneras de pensar que son compartidos por los miembros de una organización y que se enseñan a los nuevos miembros, “…donde la cultura constituye las normas no escritas e informales de las organizaciones humanas; la cultura se presenta como  un conjunto de los elementos materiales y espirituales que, a diferencia del entorno y los medios naturales, una sociedad crea por sí misma y le sirve para diferenciarse de otra. La lengua, ética, instituciones, artes y ciencias son los elementos que constituyen la cultura…”

En este sentido, la cultura, cuya voz latina es cultus, la cual deriva de colere, de cuya gama de significados derivan habitar, cultivar, proteger, honrar con adoración, cuidado del campo o del ganado, entre otros; en este sentido se da la postura ideática de cultura con la  frase “Culture is one of the two or three most complicated words in the English language”;  si bien la confiere a una lengua moderna reconocida, el inglés, no es menos cierto que el ejemplo se extrapola al idioma español, donde cultura es más que un término complejo y multidimensional, tiene una significación mayúscula al estar relacionada con las acciones de las cosas vivas que se renuevan constantemente.

En español, a todas estas,  cultura significa también “habitar”, de ella, en la superposición del término latino “colere”, desemboca en la idea de colonia, colono; es decir,  el valor descriptivo de cultura se circunscribe al significado de crecimiento de la gente que ocupa un nuevo territorio, por ende cultura es la consolidación del proceso civilizatorio de homo sapiens convertido en un ser que honrar con adoración sus orígenes y que le coloca a ese referente de la historia símbolos y marcas que la hacen imperecedera en un recuerdo permanente consigo mismo.

Pero la definición de cultura, en esa multidimensionalidad en la cual se encuentra en la convivencia humana, genera por sí misma otras aristas que la vinculan no solamente con su influencia en brindarle un sentido de organización y valores a los hombres, sino que, tal cual lo expresó el antropólogo Edward Burnett Tylor (1832-1917), la cultura “…es un todo complejo que incluye los conocimientos, las creencias, el arte, la moral, el derecho, las costumbres y todas las otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre como miembro de la sociedad” (Tylor, 1982, p.66). En este aspecto, Tylor visualiza la cultura como parte intrínseca del espíritu humano y por ende repercute en su visión de vida y de trascendencia.

Por su parte el antropólogo inglés Bronisław Kasper Malinowski (1884-1942), explica la cultura como extensión de la herencia social, donde la realidad instrumental que ha aparecido para satisfacer las necesidades del hombre que sobrepasan su adaptación al medio ambiente. La cultura es un todo integrado). Ello muestra que el hombre en su adaptación al medio ambiente no ha escatimado en ideas ni en aproximaciones al conocimiento de lo que le rodea, simplemente lo transforma, lo construye según un modelo ideático propio, nativo del abstracto de sus ideas, nada en consonancia con el universo y su energía.

Un tanto más allá de la postura de Malinowski, el antropólogo Ralph Linton Gillingham (1893-1953), percibe la cultura como “…la suma de conocimientos y modelos de comportamiento que tienen en común y que transmiten los miembros de una sociedad particular” (Linton, 1955, p.55). Y el también antropólogo Alfred Reginald Radcliffe-Brown (1881-1955), para quien la cultura es una abstracción. Lo que observan son los seres humanos y las relaciones que establecen entre sí. Ambos autores presentan esa novedad en el concepto cultura, la de mostrar una versión muy humana de lo que rodea al hombre y no una versión natural de lo que significa el hombre en el medio natural. El hombre no se adapta como tal al medio ambiente, adapta el medio ambiente a su  mundo abstracto, con necesidades artificiales, todo hecho pagando el inmenso costo de la sustentabilidad del medio ambiente.

En un aspecto más cercano a la experiencia latinoamericana, está la definición de Clyde Kluckhohn (1905-1960), sociólogo y antropólogo estadounidense, que hizo sus estudios de campo en México, para quien la cultura es un muestrario de los modelos de vida históricamente creados, explícitos e implícitos, nacionales, irraciones y no racionales que existen en cualquier tiempo determinado como guías potenciales del comportamiento de los hombres. Kluckhohn propone la idea de “modelo histórico”, matizando la cultura como expresión del comportamiento humano, que está allí como parte de su condición de hombre y no como parte de la naturaleza.

Ya, desde una percepción más moderna e identificada con el aspecto social de esa cultura que le ha dado un sentido al proceso civilizatorio en el planeta Tierra, el antropólogo belga, nacionalizado francés, Claude Lévi-Strauss (1908-2009),  expresó que llamamos cultura a todo fragmento de humanidad o conjunto etnográfico que desde el punto de vista de la investigación presenta por relaciones a otros conjuntos de variaciones significativas.

De hecho, el término cultura se emplea para reagrupar un conjunto de variaciones significativas cuyos límites según prueba la experiencia coinciden aproximadamente. El que esta coincidencia no sea nunca absoluta ni se produzca jamás en todos los niveles al mismo tiempo no debe impedirnos el empleo de la noción de cultura que es fundamental en antropología y posee el mismo valor heurístico que el concepto de aislado en demografía que introduce la noción de discontinuidad. En concreto, Levi-Strauss relaciona la cultura con la necesidad de socialización de los seres humanos, percibiendo desde el aspecto de cultura un mundo que se descubre a través de los valores, quedando nuevamente al margen el vínculo con la naturaleza y la razón.

Un autor que ha valorado esa percepción natural de cultura que por motivos de las disciplinas del pensamiento moderno se ha querido presentar como ajena a los principios humanos de los hombres, es la del científico alemán John B. Goudenough (1925), quien internaliza la cultura como un orden natural  que necesitamos saber o creer, para encarar la vida en sociedad “…de manera que podamos proceder de una forma que sea aceptable para los miembros de esa sociedad.

Es más bien la forma que tienen las cosas en la mente de la población y los modelos de la misma para percibirlas, relacionarlas e interpretarlas;  la postura del antropólogo social Edmund Ronald Leach (1910-1989),  para quien el término cultura es una categoría que acepta la sociedad vinculada con la naturaleza, como un agregado de las relaciones sociales, haciendo hincapié en “…la socialización como un componente de los recursos acumulados materiales e inmateriales que las personas heredan, utilizan, transforman, aumentan y transmiten, siempre hilvanados en un respeto a las estructuras naturales que albergan la vida humana”.

Es en razón de estas percepciones acerca de la cultura que se impone en el ahora histórico nuevas maneras de entender la vida y la civilización humana, apreciando la transformación social como un reencuentro con los valores originarios que dan vida y equilibrio al planeta Tierra.

Sin embargo, el hombre en ese tránsito desde sus orígenes hasta una modernidad fraccionada y permeada ante los impulsos de una cotidianidad en lucha constante con el tiempo, se va amalgamando entorno a la angustia y a la desesperación; en palabras de Jean-Marc Besse (2003),  “…lo que caracteriza tradicionalmente a la cultura y la distingue de la naturaleza es el artificio, la costumbre, la convención”.

Es decir, se aprecia la cultura como una institución humana, la cual se traduce en el “ejercicio de una voluntad”, en términos de Besse, que a su vez se conjuga en las intenciones de los sentidos hacia la realidad depositada en la naturaleza;   la cultura, es un mundo donde se despliegan reglas y valores.

Allí las accionar humano son expresiones de la diversidad de creencias, de la inconstancia de las pasiones, o incluso de la contradicción de las decisiones humanas; la cultura aparece como  constancia de las formas de lo viviente, motivando a la naturaleza a descubrir al hombre y viceversa, de esta manera se llega a una nueva forma de encontrar la realidad, ya no desde lo humano como causa primera, sino desde la integración entre la naturaleza y lo humano, conectado por una cultura alimentada de las experiencias de los hombres en su indiferencia hacia la naturaleza; la categoría propuesta  por Gilles Lipovetsky y Jean Serroy (2010), “la cultura-mundo”, es la que viene a presentar un nuevo avance en la aceptación de que el hombre ha fracasado en construir su mundo y le toca deconstruirse a sí mismo, para volver a ser hacerse en virtud a lo que ha quedado del planeta. Tal cual lo reafirman los autores: “Más allá de la crisis, los atrasos, las desigualdades  en el desarrollo, no cabe duda de que se está imponiendo una cultura-mundo que reorganiza de arriba abajo el sentido y el fundamentalismo de las culturas particulares  heredadas de tradiciones milenarias”.

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