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La diáspora venezolana en Bogotá

En visita reciente a Colombia concretamente a su capital Bogotá, pude conocer puntualmente la situación actual de la población migrante venezolana que permanece en esta bella ciudad, cuyo ambiente te hace soñar con la futura Caracas cuando se logre superar el impasse histórico sufrido por los venezolanos, para los del éxodo y para quienes  permanecemos en esta tierra agobiada, por la gestión de la casta cívico militar que destruye nuestro país.

De la mano de las ONG Solidarity Center y  de DDHH Defens pude abordar la calamitosa realidad de nuestros connacionales en el país andino. Debo agregar que Solidarity Center focaliza sus actividades en el apoyo permanente a organizaciones sindicales en Colombia, en un contexto donde se ha debilitado la representación de los trabajadores colombianos, como dato adicional, la población sindicalizada en este país registra una tasa aproximada de 4%, que permite conocer la vulnerabilidad de este sector poblacional nacional, calculada aproximadamente en 24 millones de trabajadores y una tasa de desempleo de 10,3%.

Por tanto, el ingreso migratorio aproximado que supera los 2.000.000 de ciudadanos venezolanos, es una cifra considerable que impacta notablemente al mercado laboral del país vecino, cuyo efecto amerita la emergencia de políticas públicas para atender en nuestro caso el drama que están viviendo los connacionales, ya que del lado de los trabajadores colombianos corresponde al gobierno del presidente Iván Duque, impulsar políticas que incluyan a la población laboral colombiana, en un entorno favorable donde Colombia y Perú son los países que identifican mayor crecimiento económico 2019 en América Latina con una tasa de 3,3%.

Entre tanto, los venezolanos que han partido de su patria huyendo despavoridos producto de una economía que ha decrecido desde 2013 hasta 2019 en cifra récord mundial aproximada de 70%, derivan en vulnerables a cualquier lugar que vayan, al ser su objetivo prioritario simplemente sobrevivir. Agravándose su situación extrema ante la ausencia de políticas públicas de envergadura, que les permitan a la mayoría del éxodo venezolano superar su amargo destino hacia la miseria humana y la sobreexplotación, con jornadas diarias de 15 horas de trabajo sin protección laboral alguna.

Este contexto que bien puede observarse en otros países del área andina, en los casos que pude conocer en Bogotá  indican la ruda condición de vida de esta inmensa masa humana, abandonados en mayoría a su suerte, entre quienes se percibe un primer grupo minoritario de privilegiados con suficientes recursos para disfrutar la dolce vita, un segundo  estamento numeroso de quienes tienen un techo, en condiciones de hacinamiento ya que reciben a sus familiares por decenas, un tercer estamento que sobrevive en calles y bajo puentes en condiciones de precariedad extrema y de sobrevivencia, en condiciones de indigencia, y un cuarto grupo que solo va de tránsito hacia el resto de países de Sudamérica, quienes al no tener representación alguna son víctimas de la xenofobia y la discriminación.

¿Qué refleja este drama? Que si bien es cierto existen políticas puntuales de alcaldías, algunos organismos nacionales e internacionales, la tragedia de los venezolanos se puede calificar de abandono extremo. Realidad crítica reconocida que determina ser el principal foco de atención al menos por los gobiernos de Sudamérica, como por ej. Cito lo realizado por la canciller alemana Ángela Merkel, a partir de su posición asumida ante la migración siria en Europa, hasta el extremo que estuvo a punto de costarle el cargo.

Finalmente, como lo han señalado calificados funcionarios de las ONG que contacté, se pudiera pensar que la diáspora venezolana no le interesa a nadie, ni a Trump, ni a los gobiernos de Europa, ni a Maduro, ni a Guaidó, ni Xin Ping, ni a Putin, entre otros, son una pieza más de la batalla política que se libra en el mundo, donde estos millones de seres humanos son simplemente un daño colateral que los condena a la incertidumbre, y en muchos casos a perder la vida como lo sucedido a  378 migrantes venezolanos asesinados en tierra colombiana desde 2017. Es una dura realidad, se lee en numerosos reportajes pero más cruento es vivirlo.

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