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La distancia más larga

«Es momento de redimir posturas y rectificar comportamientos. Seremos mejores demócratas, viviremos en libertad y seremos felices, no por salir del régimen, sino por abonar el camino para la reconstrucción de una sociedad más educada…»

La novela «Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen es una de mis favoritas. Aparte de tocar los aspectos más sensibles y complicados de las relaciones humanas, del odio al amor, de la oscuridad a la luz, la forma de plasmar esos sentimientos de manera inteligente cálida y sublime es fascinante. «No me importa caminar. No hay distancias cuando se tiene un motivo”, es una de las frases más facundas que he leído sobre la distancia, porque en ella se superan todos los caminos y se desbordan todos los motivos…Y en la política como en el amor, vencer distancias es el secreto. 

La película.

Año 2015. le Festival des Films du Monde [Montréal]. Una película Venezolana debuta ópera prima del Festival: La Distancia más larga. Dirigida por Claudia Emperador, una joven y extraordinaria realizadora venezolana, ganó el festival como mejor película latinoamericana, pero además se ganó el corazón de la crítica y de la audiencia, y de quien escribe incluido…

Después de su exhibición-con los actores y Claudia en la sala-, recuerdo me levanté con un lloroso ¡Bravo, Bravo! y decirles: “Desconozco si has tenido algún sociólogo, politólogo o semiólogo o los tres a la vez que hayan colaborado en el guión.  Luce así, porque has logrado la representación más exacta y pura de nuestra genuinidad como nación. La distancia más larga es la representación de nuestra abundancia, nobleza, generosidad y perdón, bordeada de cemento, oro y casas muertas, donde se pone en escena con una hermosísima fraternidad, las contradicciones de un país que trata de redimirse cada díaUna distancia entre la urbe -peligrosa y desigual-y la inmensidad de la gran sabana-infinita e invencible-que habla de nuestros motivos. Una distancia entre un niño y su abuela catalana, que derrota los rencores de la madre patria, la distancia entre una cultura nativa y la peninsular, rendidas a la belleza a un tepuy, de una mirada mestiza, de un destino irredento, a la inocencia de un niño, que es la de un país…”

Felicité con lágrimas [ella, ellos y yo] a Claudia, porque desde ese día entendí la alegría y el dolor que nos embarga, ese día viví de qué estamos hechos los venezolanos, de donde venimos y adonde vamos…Y la esperanza brotó sólida y volcánica en mi alma, porque no importa caminar en medio del orgullo y los prejuicios, de la oscuridad o la luz, entre el terror, el error o la verdad, cuando el motivo es Venezuela…Porque lo merece, porque trasciende a nuestras desviaciones, porque es Pachamama [tierra madre], de cuya bondad siempre germinará grandeza. Así ha sido, así será…

En estos días se casó mi hijo menor. Con sólo 25 primaveras (a la misma edad que me casé yo), entrega y recibe el corazón de una hermosa niña de linaje rumano-canadiense.  Puede decirles unas palabras que titulé: le plus distance, the longest distancela distancia más larga: 

No importa la distancia entre nuestras culturas, no importa el idioma, las costumbres o nuestro modo de ver la vida. La distancia más lejos entre dos corazones errantes se acorta y se vence, con la luz del amor. Y en ese momento no importa “salir del camino” porque volverás a él, de manera correcta guiado por un corazón batiente, que es complicidad, solidaridad y tutela, al punto que estás dispuesto a dar la vida por el otro. Al regresar al camino, habréis vencido las distancias, y lo que importa, es que habéis hecho lo correcto…que es seguir juntos siempre. Y no habrá distancia que los separe, porque el motivo, son ustedes. Dios los bendiga”. 

Al sentarme pensé en silencio: el exilio nos condujo a otro destino. Quizás en un ‘camino normal’, mis hijos hubiesen tenido otra distancia, otras opciones, otras vidas…Pero no importa, porque lo importante es que han encontrado sus propios motivos...En su crianza, en su cultura, está su árbol, su sombra, su manantial, que es la grandeza, bondad y nobleza de sus sentimientos más profundos, donde se nutre y reposa su felicidad.  A cambio recibirán lo que son capaces de dar, con la misma abundancia de la llovizna eterna de la gran sabana…Ese sentimiento se llama Venezuela. Un valor que sobrevive cualquier destino, cualquier salida del camino, cualquier distancia…

Un final feliz. / 

La crisis política venezolana no se reduce a una carencia de valores grupales enconados por un régimen devastador. Es una crisis ciudadana, humana, profunda…provocada por años, siglos, de anomia, violencia y rechazo. La democracia quizás nunca tuvo raíces realmente democráticas o liberales, en términos de realización y consagración del individuo libre y protagónico de sí. Lo primero para la clase política fundacional, fue la consolidación del estado lo que no necesariamente condujo la consagración del ser…Y se impone la distancia más larga entre la república de vocación democrática y el pueblo, donde el motivo ha sido más político que social, que cultural, que humano.  

Cuando una gran mayoría creció ignorada en un país que se sabe abundante, con una movilización social condicionada y carnetizada, la desigualdad hizo estragos en nuestro imaginario.  El ostracismo se vistió de petróleo. De una Venezuela noble y menesterosa, arraigada en épicas de independencia, soberanía y libertad, poco a poco quedamos atrapados por montoneras de caudillos y luego por el reparto rentista y codicioso. De patriotismo a baguales, de ruralidad a una violenta urbanidad; de la borrachera democrática [dixit Alain Minc] a falsas revoluciones. 

La historia nos emplaza a todos a rescatar nuestra madre tierra ¿Qué hemos hecho o dejado de hacer? ¿Cómo pasamos de una sociedad feliz a una nación despojada? ¿Es que acaso fuimos felices? La distancia más larga no importa-hemos dicho-cuando importa un motivo. ¿Hemos hecho de Venezuela nuestro motivo, nuestra rosa pintada de azul? ¿Nos ha importado el país? ¿Hemos hecho de Venezuela un poema o una tragedia? Importarnos un país-diría Kennedy-no depende de lo que el país pueda hacer por ti sino a lo que tu puedas hacer por él. Y hacer algo por Venezuela no es suficiente por lo que sacrifiquemos por nuestra familia o nuestro vecino, sino por nuestra identidad.

La felicidad de una sociedad está en su integración profunda. Y esa integración que es solidaridad, tiene sus raíces en la identidad, que es cultura, que es historia, que es tradición, que es nuestra diversidad. A partir de ese factor de empatía, generamos afecto, que es respeto y que es civilidad. ¿Cuál ha sido el eslabón perdido de esa cadena? ¿Cuándo se rompió? Me atrevo a proponer que el eslabón roto, extraviado, es nuestra cédula identidad. ¿Qué es ser venezolano hoy? Sospecho que no lo sabemos. Es la identidad perdida por un despojo criminal. Y el amor se hizo odio, la poesía se convirtió en casas muertas…Por cierto, todo no ocurrió hace 24 años. El desamor, el camino desviado, el desencuentro, viene andando desde hace mucho más…

En “democracia” no fuimos educados para contribuir sino para pedir. Poco hemos sido educados para exigir nuestros derechos previo cumplimiento de nuestros deberes. No es cumplir deberes frente a la administración pública. Es dedicarnos y tratarnos entre nosotros mismos, con amabilidad, desprendimiento y afecto […] Betancourt lo tuvo claro. Citando a Uslar, sentenció: “Sembrar el petróleo, he ahí la respuesta trazada: hacer gracias a él más dinámica la vida tradicional”. Era darle permanencia al Estado democrático, pero con dignidad y con respeto. Es la teoría de la liberación, la entrada de la modernidad dejando atrás el socialismo repartito. Ese era el motivo. Pero la historia fue otra, por lo que fuimos perdiendo nuestra racionalidad identitaria…Y llegó el accidente histórico, si acaso inevitable. La distancia más corta entre vivir o morir, ser o no ser, tener unos ojos bañados de luz o de sangre…  

Sin embargo, nada está perdido. Existe una semilla identitaria, indestructible y contumaz. El deseo de volver a vivir lo vivido. No se trata de “donde hubo amor cenizas quedan”. La naturaleza del hombre es esencialmente libertaria. Soy libre luego existo, soy libre luego amo y no dejo de hacerlo. Entonces donde hubo libertad el fuego queda. Y amén de lo denunciado sobre nuestros alejamientos y displicencias grupales, Venezuela sigue siendo nuestra inspiración más noble. Convertida en la distancia más larga entre la felicidad y la esperanza, mantiene el valor esencial para retomar el camino desviado, sigue ahí. Infinito, eterno, indestructible como sus valles, ríos y montañas.  Volveremos andar el camino correcto porque el amor aprendido por un país y nuestra capacidad de perdonar es natural, es esencial, es originario.  

Es momento de redimir posturas, ampliar consensos y rectificar comportamientos. Seremos mejores demócratas, viviremos en libertad y seremos felices, no por salir del régimen, sino por abonar el camino para la reconstrucción de una sociedad inclusiva, educada, decente y solidaria.

Terminé diciendo a mi hijo Eduardo: “He compartido toda mi vida con tu mamá. Me casé con ella a tu misma edad habiendo conocido siendo un niño . Y hemos estado juntos no por hacer concesiones sino por saber perdonar…Eso es amar. Poco importa la distancia y las diferencias…lo importante es que exista un motivo. Y ese motivo es  el valor para dar la vida por el otro, como estaría dispuesta ella a darla por sus hijos…Sentirlo, nos ha hecho fuertes y felices, y felices seguimos haciendo caminos…” 

Hagamos de Venezuela nuestro motivo. Y no nos importará caminar, la distancia más larga…

@ovierablanco 

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